domingo, 31 de enero de 2010

EL ARTE DE ESCUCHAR


Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la forma en que sabía escuchar Momo era única. Lo hacía de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. Y eso solo porque escuchaba con toda atención y simpatía. (Michel Ende)

Un escritor se encuentra con un viejo amigo. Hace mucho tiempo que no se ven y comienzan a charlar. Pero, más que entablar una conversación, el escritor toma el uso y el abuso de la palabra sin dejar que su amigo abra la boca. Al cabo de media hora se da cuenta de su descortesía y pide disculpas: “Perdona: solo he hablado yo. Ya me callo. Ahora cuéntame cosas de tu vida. Dime, ¿qué te ha parecido mi última novela?”.

Para educar hay que escuchar. ¿A quiénes? A los que van a ser educados. ¿Por qué? Porque no son muebles, sino seres humanos, inteligentes y libres, protagonistas de su propia educación. De entrada, las personas que saben escuchar suelen ser muy queridas. Ahí radica parte del atractivo de las madres a los ojos de sus hijos. Ahí encontramos el secreto del atractivo de Momo, esa chiquilla de 14 ó 15 años -protagonista de la novela que lleva su nombre-, acostumbrada a escuchar con interés, con paciencia y con inteligencia a todo el mundo: a sus amigos, a sus vecinos, al viejo barrendero de su barrio... Su autor, Michel Ende, nos dice de ella que sabía escuchar como nadie:

Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja e indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. Los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. Los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres, y si alguno creía que su vida estaba totalmente perdida, que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada a nadie, y que se le podía sustituir con la misma facilidad que se cambia una maceta rota, pues si iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, le quedaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era solo había uno entre los hombres, y que, por eso mismo, a su manera era importante para el mundo.

José Ramón Ayllon
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sábado, 30 de enero de 2010

LA FELICIDAD DE ANDAR POR CASA


Posiblemente, lo que une a personas de toda condición sea su deseo de felicidad. Es verdad que cada persona, cada matrimonio y cada familia deben tener un estilo propio; no existen recetas para ser feliz. Lo que sí puede ser útil es tener criterios generales sobre los que construir un proyecto concreto de vida feliz. No es necesario complicarse demasiado, la felicidad de andar por casa está al alcance de todos.

VOLVER AL ORIGEN

La letra de una canción muy de moda dice que volver al origen no es retroceder, quizá sea andar hacia el saber. Se trata de una canción de clara reivindicación ecologista que encaja perfectamente con el espíritu de este artículo. El origen de cada vida humana es fruto de la unión de un hombre y una mujer. Cuando esa unión física se enriquece con la unión afectiva y amorosa, con el compromiso y la estabilidad, lo natural es que el hombre y la mujer sean los mejores y más naturales educadores del hijo.

En la familia aprendemos a darnos a los demás, la que nos proporciona la seguridad física, psicológica y afectiva que necesitamos para crecer felices y equilibrados. El aprecio que por la institución familiar manifiestan en encuestas personas de todo el mundo, se ve respaldado por numerosos estudios que confirman que la familia desempeña una labor social, educativa y preventiva insustituible. La unión estable y comprometida de un hombre y una mujer se convierte así en un bien social y no en una mera opción personal de vida.

Anibal Cuevas
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viernes, 29 de enero de 2010

El Papa de los derechos humanos


Artículo del Cardenal Cañizares sobre Juan Pablo II

El día en que escribo este artículo, hace ahora cinco años, visitaba por última vez al Papa Juan Pablo II; al día siguiente comenzaba la última fase de su enfermedad que acabaría con su vida. Desde aquel día traigo y llevo sobre mí un recuerdo imborrable: el regalo de una Cruz pectoral que llevo siempre en mi pecho. Como homenaje agradecido, permítanme esta breve reflexión sobre Juan Pablo II, como «el Papa de los derechos humanos».

En el libro entrevista de André Frossard con Juan Pablo II leemos en una de sus páginas: «Ya Chataubriand decía: ‘En todo tiempo, la misión de los Papas ha sido mantener o vengar los derechos del hombre’». En muy poco tiempo, Juan Pablo II se ha convertido a los ojos de la opinión pública en el «Papa de los derechos del hombre», y es verdad que nunca ha dejado de recordarlos, no sólo en Roma, sino en todos los países que le han abierto sus puertas e incluso delante de los Gobiernos que no están libres de reproches a este respecto.

Así fue, Juan Pablo II, el Papa venido de Polonia, tierra que tanto ha sufrido a lo largo de siglos y que ha visto tantas veces conculcados los derechos de sus gentes hasta la caída del régimen comunista. Fue «el Papa de los derechos del hombre». Desde el comienzo de su pontificado constantemente lo vimos y escuchamos saliendo al paso de la defensa del hombre y de sus derechos.

Antonio Cañizares
(27.01.10)
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jueves, 28 de enero de 2010

Vow, una promesa que se mantiene siempre


Reproduzco una entrevista a Aníbal Cuevas autor del libro “Más allá del sí, te quiero” (Editorial EIUNSA, colección Yumelia, 2007)

Está muy extendida la idea del matrimonio como un contrato, en él se estipulan los derechos y deberes de cada parte y las condiciones para la ruptura. ¿Qué nos puedes decir sobre esta idea?

Hace algunos meses compré en Nueva York, un libro sobre matrimonio. Aproveché la primera hora libre que tuve en el hotel para comenzar su lectura. No conocía el significado de una palabra, vow, que se repetía para referirse al matrimonio. Pregunté al conserje del hotel. Me explicó que significaba promesa.

Continué leyendo y apareció la palabra promise en contraste con vow. Bajé al hall del hotel y le pregunté a un maletero cuál era la diferencia.

Promise , me dijo, puede servir para concertar una cita a las ocho. Si no puedo acudir, no pasa nada grave. Vow, afirmó, es el compromiso que adquiero con mi padre en su lecho de muerte. Haré todo lo posible por cumplirlo. Y siguió: “Vow es la promesa que Dios les hizo a Moisés y a Abraham, una promesa que nunca se rompe y que siempre se mantiene pase lo que pase, algo de lo que podemos estar seguros”.

En un mundo material se hace necesario que el matrimonio se manifieste en un contrato, sin embargo es vow, una alianza, la entrega a otro. “Mis” derechos y “mis” deberes se sitúan en otra dimensión y pasan a un segundo plano.

Carlos Azarola

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miércoles, 27 de enero de 2010

Internet desafía a las dictaduras


La Red se ha convertido en una amenaza para los regímenes dictatoriales. Si hubiera existido entonces, ¿cuánto tiempo habríamos tardado en conocer la existencia de los campos de exterminio nazis o del Gulag soviético? Pese al refinamiento de los métodos de censura, resulta casi imposible silenciar las voces discrepantes. Los recientes ataques a Google en China han puesto aún más de relieve la necesidad de aunar esfuerzos internacionales para blindar el derecho fundamental a la libertad de expresión.

Por boca de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, el gobierno de Estados Unidos ha instado a las empresas norteamericanas a “tomar un papel activo y desafiar las exigencias de la censura de gobiernos extranjeros”, con ocasión del reciente ataque de los hackers a los servidores de una treintena de empresas estadounidenses en China, entre las que se encontraban Google, Adobe y una subcontrata de defensa del gobierno; y ha animado al sector privado a “ejercer su responsabilidad compartida a la hora de ayudar a salvaguardar la libertad de expresión”.

Hillary Clinton habla claro

Hillary Clinton ha salido en defensa de Google el 21 de enero, después de que, tras el ataque, decidiera dejar de censurar los resultados de su buscador en chino –restricciones que estaban en pie desde 2006– y amenazara con abandonar aquel país, además de posponer el lanzamiento en China de dos teléfonos móviles Android desarrollados en colaboración con Samsung y Motorola.

La responsable diplomática ha exigido a China que “acometa una investigación exhaustiva sobre las ciberintrusiones” y que las pesquisas sean transparentes. “Los países o individuos dedicados a lanzar ciberataques –añadió– deben enfrentarse a las consecuencias y la condena internacional”. “En un mundo interconectado, un ataque contra las redes de una nación puede ser un ataque contra todos”. Según la secretaria de Estado, la administración Obama aspira a “crear normas de comportamiento entre Estados e incentivar el respeto hacia las redes comunes globales”.

Cristina Abad Cadenas (Aceprensa)
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lunes, 25 de enero de 2010

Educación de los sentimientos


Acabo de leer que cada año, sólo en Francia, se fugan de sus casas cien mil adolescentes, y cincuenta mil intentan suicidarse. Los estragos de las drogas -blandas, duras, naturales o de diseño- son conocidos y lamentados por todos. Parece como si las conductas adictivas fueran casi el único refugio a la desolación de muchos jóvenes. La gente mueve la cabeza horrorizada y piensa que casi nada se puede hacer, que son los signos de los tiempos, un destino inexorable y ciego.

Sin embargo, se pueden hacer muchas cosas. Y una de ellas, muy importante, es educar mejor los sentimientos. El sentimiento no tiene por qué ser un sentimentalismo vaporoso, blandengue y azucarado. El sentimiento es una poderosa realidad humana, que es preciso educar, pues no en vano los sentimientos son los que con más fuerza habitualmente nos impulsan a actuar.

Los sentimientos nos acompañan siempre, atemperándonos o destemplándonos. Aparecen siempre en el origen de nuestro actuar, en forma de deseos, ilusiones, esperanzas o temores. Nos acompañan luego durante nuestros actos, produciendo placer, disgusto, diversión o aburrimiento. Y surgen también cuando los hemos concluido, haciendo que nos invadan sentimientos de tristeza, satisfacción, ánimo, remordimiento o angustia.

Alfonso Aguiló

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domingo, 24 de enero de 2010

Cómo fortalecer el matrimonio en un país


Un grupo de investigadores estadounidenses ha diseñado un índice para medir con criterios precisos la salud del matrimonio en un país. Se trata de una idea sencilla pero muy novedosa: igual que se utilizan variables para tomar el pulso a la economía de un país, ¿no se podría hacer lo mismo con el matrimonio?

The Marriage Index, auspiciado por el Institute for American Values y el National Center of African American Marriages and Parentig, reúne cinco indicadores que permiten hacer una foto robot sobre el estado actual del matrimonio en un país. Los autores analizan lo que ha ocurrido en Estados Unidos entre 1970 y 2008.

Loss cinco indicadores son: el porcentaje de adultos casados; la percepción de felicidad matrimonial; el porcentaje de matrimonios intactos; el número de nacimientos dentro del matrimonio; y el porcentaje de niños que viven con sus padres casados.

Al igual que los indicadores económicos, estos criterios sirven para hacer una evaluación en el tiempo. Si comparamos los resultados de un año con los de los precedentes, sabremos si hemos mejorado o si estamos empeorando. Si la situación va a peor, lo lógico es preguntarse: ¿qué podemos hacer para mejorar?

Juan Meseguer Velasco
Aceprensa
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Trabajo de Dios


San Josemaría Escrivá solía hablar de la vieja novedad del mensaje que recibió de Dios: viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo[1]. Viejo, pues el espíritu del Opus Dei es el que han vivido los primeros cristianos, que se sabían llamados a la santidad y al apostolado sin salirse del mundo, en sus ocupaciones y tareas diarias. Por eso, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo[2].

Llenaba de alegría al Fundador del Opus Dei encontrar en los escritos de los antiguos Padres de la Iglesia trazas de este mensaje. Bien claras a este respecto son las palabras que San Juan Crisóstomo dirige a los fieles en el siglo IV: «No os digo: abandonad la ciudad y apartaos de los negocios ciudadanos. No. Permaneced donde estáis, pero practicad la virtud. A decir verdad, más quisiera que brillaran por su virtud los que viven en medio de las ciudades, que los que se han ido a vivir en los montes»[3].

«El Señor quiere entrar en comunión de amor con cada uno de sus hijos, en la trama de las ocupaciones de cada día, en el contexto ordinario en el que se desarrolla la existencia» (Juan Pablo II).

Las circunstancias de la vida ordinaria no son obstáculo, sino materia y camino de santificación. Con las debilidades y defectos propios de cada uno somos, como aquellos primeros discípulos, ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe[4].

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sábado, 23 de enero de 2010

Orquestando muerte... o vida


La acción de los lobbies ante la Unión Europea

Su existencia y funcionamiento son bastante desconocidos, pero los lobbies son un protagonista más de la vida de la Unión Europea. Entre ellos, hay organizaciones veteranas que, con muchos fondos, defienden el aborto o la ideología de género; y otras, más nuevas, que aportan sus pocos medios a la defensa de la vida y la familia. Su trabajo decide mucho de lo que ocurre en Europa y en el resto el mundo

La Presidencia española de la Unión Europea es algo más que el montaje con imágenes de distintos países, que se proyectó en la Puerta del Sol, tras las campanadas de fin de año. «Si bien el mandato es breve -explica doña Lola Velarde, Presidenta de la Red europea del Instituto de Política Familiar-, la Presidencia influye clarísimamente en la política europea, porque se puede aprovechar para incluir iniciativas que luego quedan ahí».

En este sentido, el IPF ha denunciado que «el Gobierno español quiere aprovechar su mandato en la Presidencia europea para radicalizar a Europa». El Programa conjunto para las presidencias de España, Bélgica y Hungría se plantea, por ejemplo, difundir la ideología de género y que se simplifiquen los trámites para el divorcio. En cambio, no hay propuestas ante problemas como la bajísima natalidad o las enormes diferencias entre países en ayuda a la familia. En 75 páginas, la familia sólo merece cinco menciones, y ninguna propuesta concreta.

No se trata sólo, sin embargo, del contenido del programa. En la Unión Europea, como en la ONU y en todos los países, actúan poderosas organizaciones defensoras de la cultura de la muerte, que seguirán intentando promover, desde sus instituciones, cuestiones como el aborto o el matrimonio homosexual. Frente a la embestida de estos lobbies, han ido surgiendo otras iniciativas, como el IPF, para defender, en el plano internacional, la vida y la familia.

En Estados Unidos, donde la acción de los lobbies es mucho más conocida, también está totalmente regulada. No ocurre lo mismo en la ONU y la UE. Sus métodos -explica el señor Austin Ruse, Presidente de Instituto Católico de Familia y Derechos Humanos (C-FAM), con 13 años de experiencia ante la ONU- son variados: contactar con las delegaciones amigas y con los funcionarios que elaboran los borradores de los documentos, organizar campañas y ruedas de prensa y, lo más importante, «estar en las negociaciones y hablar con los diplomáticos». Los lobbies pueden ser tanto empresas como ONG con estatus consultivo, y su objetivo es influir «en todos los temas sobre los que se debata».

María Martínez López


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La libertad, en peligro


A la Ley del aborto y a la anunciada Ley de libertad religiosa se les une, en el programa laicista del Gobierno para esta legislatura, una Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación, cuyo fin es proteger los derechos de las minorías e impedir que cualquier persona pueda ser discriminada por razones de raza, sexo, edad u orientación sexual. Sobre el horizonte, sin embargo, se cierne la amenaza de la imposición de una totalitaria moral de Estado

La novela Un mundo feliz, del visionario Aldous Huxley, presenta una sociedad perfecta, basada en el sexo y el placer, y en la que el sufrimiento no tiene cabida. Quien no vive de acuerdo a sus postulados es expulsado a diferentes reservas distribuidas por todo el mundo.

En España, además del proyecto de reforma de la Ley de libertad religiosa, previsto para antes del verano, está pendiente, en los planes del Gobierno, la Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación, una iniciativa nacida para evitar la discriminación y que, paradójicamente, puede acabar discriminando a aquellos que se oponen a la corriente ideológica general. Sin llegar al destierro, los cristianos podrían acabar siendo objeto de discriminación y siendo enviados a una suerte de reserva moral, como parias ideológicos del paraíso laicista que el Gobierno socialista quiere imponer.

La dictadura del relativismo está dejando paso, en una secuencia lógica, a la tiranía de lo políticamente correcto: primero se igualan las religiones y los modos de vida y de pensamiento, para al final acabar dando la vuelta a todo y hacer de lo minoritario, la norma, y de lo mayoritario, la excepción. Se empieza defendiendo los derechos de las minorías, con la intención de acabar después condenando a los que no se unen a la corriente de lo socialmente aceptado, a los que no tragan con todo, a los que llaman a las cosas por su nombre.

El último ejemplo de esta secuencia: las medidas de discriminación positiva impulsadas, la semana pasada, por el Ministerio de Justicia, al subvencionar a la Federación estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, con el objetivo de (¡¿?!) «promocionar la libertad religiosa». Si se trata de combatir al cristianismo, mejor, diluirlo antes en un batiburrillo en el que todo es lo mismo: lo mismo una religión que una asociación de personas unidas por su orientación sexual.

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Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Alfa y Omega

jueves, 21 de enero de 2010

La unión hace la vida


Hace años entablé amistad, corta pero intensa, con un sacerdote ortodoxo, profesor universitario. Vino para un congreso a la Universidad de Navarra. Estuvo sólo tres días. Charlamos, rezamos, comimos y paseamos juntos. Traía algunos prejuicios que me comentó, y que —como suele suceder— se desmontaron solos al comprobar que no eran gigantes, Almudi.org - Ramiro Pelliterosino sólo molinos de viento, ciertas ideas que se había forjado (o que había recibido) acerca de los peligros de involucrarse con católicos, sobre todo si eran españoles...

El segundo día me enseñó la fotografía de su familia, fotografía que le bendije como expresión de afecto. El último día, cuando esperábamos para facturar su equipaje en el aeropuerto, se volvió hacia mí para despedirse, con los brazos bien abiertos: “Por fin he comprendido —me dijo con voz entrecortada— el significado de la palabra hermanos”. Al abrazarlo, yo también abracé a un hermano con el que me unía una real amistad. Uno y otro sólo habíamos conversado, a veces largos ratos, compartiendo afanes e ideales que nos unían y comprendiendo el alcance de los puntos de vista en que divergíamos. Fue para ambos una enseñanza vivida de ecumenismo.

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Ramiro Pellitero

Todas las religiones no son iguales


Flaco servicio nos hacen los talibanes a todos los que creemos en Dios e intentamos practicar una religión. Los ateos de toda la vida han encontrado una ocasión de dulce para arremeter contra la religión, sea la que sea. Y algunos, haciéndose eco de Saramago, el apóstol Nobel del ateísmo, o por cuenta propia, se dedican en los medios a denigrar a todas las religiones, y a meternos a los que creemos en Dios en el mismo saco de la estulticia. Y no sólo eso, sino que tienen el atrevimiento de considerarnos nada menos que un peligro para la humanidad.

En el periódico ABC leí con estupor un comentario de Javier Reverte que aprovecha la «hazaña» de Bin Laden para echar un cubo de basura contra el cristianismo. Éstas son algunas de sus afirmaciones: «La democracia que hoy disfrutamos algunos países de la Tierra, todos ellos de carácter cristiano, nació de la lucha civil contra el poder de la Iglesia, en sus orígenes aliada de los reyes y de los más pudientes. Quizás, desaparecido Bin Laden, sea esta la ocasión para que el mundo islámico alumbre su primera democracia en contra de su propia iglesia y de su propio clero. Debemos ayudarles a conseguirlo para bien de la historia humana». Y afirmaciones parecidas vienen publicándose con frecuencia en otros diarios y revistas.

No se puede tildar al credo católico, o cualquier otro credo, como enemigo de la sociedad. Eso es una afirmación tremendamente injusta. No hay que confundir a la Iglesia con otras creencias religiosas, y menos aún si se practican sin sentido común, porque entonces allí Dios no puede estar. Ni podemos catalogar a todo el mundo de fanáticos peligrosos. Tampoco en el Islam son todos iguales.

Juan García Inza

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miércoles, 20 de enero de 2010

Con verdad y caridad


Levante - Emv

Este artículo ha cambiado su rumbo releyendo a san Josemaría: «Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos». Almudi.org - Pablo Cabellos LlorenteJusto cuando pensaba estas líneas, he vuelto casualmente a esa frase.

Luego, he recordado a san Pablo invitando a ejercitar la verdad con caridad. Y de modo quizá necesario, he evocado la última encíclica de Benedicto XVI manifestando que tampoco hay caridad sin verdad: «Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de la caridad».

No es un escenario montado para lo que sigue porque, aunque son temas que debo conocer y esforzarme por vivir, a veces, uno no puede evitar ese algo de ira, acidez o incluso de amargura que producen algunas cosas.

He de tratar con caridad al Presidente del Congreso de los Diputados, también después de sus reiteradas proclamas de catolicismo, compaginadas con lo que, a mi parecer, son desaciertos doctrinales. Mi opinión sería menos valiosa sin una reciente declaración de la Conferencia Episcopal y del constante magisterio de la Iglesia en algunos temas tocados por el señor Bono.

Un día fue el cambio del matrimonio en nuestro país, otro el del aborto y ahora sus opiniones sobre el Obispo Munilla, al que ha calificado de conservador en el plano religioso.

Pero la verdad es que alguien que se llame católico no puede perder esta línea: Revelación, cuya culminación es Cristo; Magisterio de la Iglesia, que custodia e interpreta esa revelación; y vida personal del que no busca justificar sus errores, sino considerarlos a la luz de todo eso.

Es cierto que alguna literatura política, incluso religiosa, denomina conservador al que se empeña en vivir así. Y, en cierta medida, es adecuado el calificativo porque la Iglesia ha de guardar el depósito recibido; pero a la vez, es inadecuado cuando se ve desde una óptica terrena.

El comportamiento de un católico debe conducirse por la humildad de ajustarse a las indicaciones jerárquicas. Teólogos disidentes del magisterio no constituyen jerarquía. Es más, si un obispo cesa en su comunión con el Papa, sus actos no son enseñanza de la Iglesia.

Así, se acude mal a la frase agustiniana «ama y haz lo que quieras» para justificar el cambio conceptual del matrimonio en España, porque amar es cumplir la ley de Dios; no se puede justificar la nueva ley del aborto como mal menor respecto a la anterior, porque es un mal mucho mayor, como afirman los obispos, aunque sólo fuera por considerarlo un derecho, en lugar de un hecho punible despenalizado.

Los calificativos con respecto al obispo de Donostia tienen menos relevancia, pero suponen la vuelta al juicio terrenal sobre asuntos religiosos. No atribuyo intenciones, ni dudo de la buena fe, expongo hechos. Todos tenemos derecho a opinar pero, si lo hacemos en calidad de católicos, deberíamos ajustarnos a las enseñanzas de la Iglesia.

Las leyes se hacen en el Parlamento, pero la moral natural está inscrita en el hombre, y la conciencia católica se forma con Dios a través de la jerarquía. Dice Cristo de sus apóstoles y, en ellos, de sus sucesores: «Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia».

Pablo Cabellos

La amistad, un tesoro



PARA ARISTÓTELES la amistad era "lo más necesario para la vida", y nosotros, cuando oímos decir que "un amigo es un tesoro" o que "donde está tu amigo está tu tesoro", nos damos cuenta de que esas palabras resuenan como un aldabonazo en nuestro interior. No nos dejan indiferentes, porque todos sabemos o intuimos qué clase de tesoro puede llegar a ser una amistad.

A las personas nos gusta tener amigos: gente con la que compartir vida, experiencias, tiempo, conversación... Nos gustan los amigos y nos parecen muy importantes, incluso imprescindibles. La amistad es una relación humana con un valor muy especial. Junto con la familia y el trabajo, es algo que nos parece que merece la pena y a lo cual dedicamos tiempo y esfuerzo. Queremos tener amigos en la vida: para no estar solos -a veces se siente la soledad incluso estando rodeados de gente-, para vivir la vida más a fondo y para disfrutarla de verdad. Como escribió Aristóteles, "sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes".

La amistad de las personas es un regalo. El regalo es mayor cuanta mayor sea la interioridad y la intimidad compartida. Esta debe cuidarse y en ella juega un papel muy importante el saber mirar porque puede franquearnos el paso al alma del amigo.

Una vez dentro, el mundo se abre ante nosotros de un modo desconocido y luminoso que provoca en nosotros muy diversos sentimientos (admiración, compasión, respeto, etc.), pero siempre el de "desear el bien del amigo, por el amigo mismo" (Aristóteles).

Ana María Romero


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martes, 19 de enero de 2010

La gran esperanza




¿Qué me cabe esperar? Ésta es la pregunta decisiva que toda persona se hace a lo largo de su vida. Representa un interrogante acerca del sentido de nuestra existencia y del destino que nos aguarda. La formuló Immanuel Kant hace más de dos siglos y encuentra hoy una luminosa respuesta en Spe salvi, la encíclica sobre la esperanza de Benedicto XVI. Lo que todos esperamos es vivir. Por eso la muerte se presenta ante nosotros como una profunda quiebra en la que parece que nuestras expectativas se hunden. Pero, bien pensado, lo que de verdad queremos no es una indefinida prolongación de los días del calendario. Aspiramos a más. El objeto de nuestro deseo es una vida plena, en la que —como dice el Papa— «la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos a la totalidad». Anhelamos sumergirnos en «el océano del amor infinito», en la inmensidad del ser, desbordados por la alegría. Y esto, lo sabemos bien, no es algo que nos quepa alcanzar en esta vida.

Se trata de un tema perfectamente serio, que escritores superficiales están tratando de manera frívola. Hay razones filosóficas que fundamentan rigurosamente la realidad de la inmortalidad del alma. Pero, sobre todo, nos cabe esperar en la vida eterna gracias la confianza cierta que nos ofrece la fe en Jesucristo, muerto y resucitado por amor.

No se trata de una salvación individualista. Nadie se salva solo, así como nadie puede ser libre por su cuenta. La vida humana es un entramado de libertades que únicamente se pueden conciliar si todos aspiramos concertadamente a un bien solidario. Nada hay menos humano ni menos cristiano que el atomismo social, imperante en las ideologías de la modernidad. No es cierto que, si todos buscan su beneficio egoísta, lo que resulte sea el interés general.

Benedicto XVI traza en un panorama grandioso y realista, tan alejado de las utopías de la liberación como del consumismo que pone su corazón en satisfacciones inmediatas. Este horizonte trascendente confiere peso y valor a cada una de las actuaciones humanas que, como ya apunta el diálogo Gorgias de Platón, serán tenidas muy en cuenta al final. El Romano Pontífice no vacila a la hora de afirmar que el argumento más fuerte en favor de la vida eterna es precisamente el de la necesidad de un restablecimiento de la justicia que abarque todo el arco de la historia. Los débiles encontrarán satisfacción de los atropellos sufridos, mientras que el cinismo del poder no se dará por bueno. Pero el balance definitivo no anuncia temor sino amor. Sólo el amor salva. Sin menoscabo de la justicia, lo que nos espera es la misericordia.

Alejandro Llano

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lunes, 18 de enero de 2010

Amar apasionadamente la libertad


¡Grita libertad! es el título de una película vibrante sobre el apartheid en Sudáfrica. He recordado estas dos palabras pensando en el fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, cuya fiesta se celebra el 26 de junio. ¿Por qué? Si se busca la palabra libertad en sus obras publicadas, aparece decenas de veces. Pienso que por muchos motivos.

He aquí uno citado por el propio santo: "como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad: es decir, el pluralismo. En el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado".

Es densísimo el párrafo transcrito, pero vamos a quedarnos con el real amor a la libertad que late en esas frases y en la vida de su autor. Para amar a Dios hay que ser libres, es necesario servirle con voluntariedad actual -como escribió en Camino-. Ese espíritu de libertad no es una tapadera para estar en todas las partes, sino que es verdad, porque lo que busca San Josemaría con los miembros del Opus Dei es poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas. Y éstas pueden ser realizadas santamente, pero desde muchas ópticas, por variados caminos, con ideologías humanas diversas, con un pluralismo deseado y no meramente tolerado o consentido.

Esta libertad ancla sus raíces en la verdad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, con intelecto, voluntad y afectos, capaz de libre albedrío por decisión divina. Por ello, cuando la recta libertad se coarta, se hiere profundamente la dignidad humana. Pero no es menos dañada cuando se la lleva por derroteros irresponsables que desdicen de esa dignidad. Por uno u otro motivo, la verdadera libertad agoniza hoy en muchas partes: muere por totalitarismos más o menos encubiertos, como son el estatismo o el laicismo; muere de bienestar por el consumismo y el hedonismo que amodorran; muere por el relativismo que, hueco de verdad, vacía la misma noción de libertad, empequeñecida en objetivos débiles y descomprometidos; muere presa del poder que busca el control de los hombres; muere por el espíritu de secta que impone el pensamiento único y tolerancia cero con las ideas ajenas.

Pablo Cabellos

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domingo, 17 de enero de 2010

Antiabortistas a la cárcel



Pues ahí lo tenemos: el aborto convertido en derecho; esto es, en bien jurídico amparado por la ley, que a partir de hoy se ocupará de velar por su protección efectiva y de remover cualquier obstáculo que trate de impedir su libre ejercicio. ¿Y qué son los médicos que invocan la objeción de conciencia para negarse a perpetrar un aborto o las universidades que se niegan a enseñar las técnicas para perpetrarlo, sino obstáculos que la ley se encargará de remover?

Sospecho que ni siquiera los detractores de la nueva ley son capaces de vislumbrar su verdadero alcance: un médico que, a partir de hoy, rechace su participación en un aborto invocando la libertad de conciencia se convertirá ipso facto en un delincuente; y lo mismo le ocurrirá a una universidad que invoque la libertad de cátedra para excluir de su programa académico la enseñanza de las técnicas abortivas. Porque ni la libertad de conciencia ni la libertad de cátedra pueden ser baluartes contra el ejercicio de un derecho; y eso es el aborto a partir de hoy: el derecho a exterminar vidas inocentes porque nos da la real gana, en un acto de libre disposición. Y quien se oponga a la consecución de ese derecho será llamado, desde hoy, criminal.

Así actúa la lógica del mal: primero encumbra con desfachatez nominalista un crimen a la categoría de derecho; y, después, siguiendo un irreprochable método deductivo, califica de criminales a quienes estorban su libre ejercicio. Con los médicos que se nieguen a perpetrar abortos se elaborarán, por el momento, listas negras que dificulten su traslado y entorpezcan su promoción; pero esto es tan sólo el aperitivo de lo que viene después: en apenas unos años, los médicos antiabortistas -los pocos que para entonces queden- serán reos de delito y conducidos a la cárcel; las universidades que se nieguen a enseñar a sus alumnos cómo se trocea un feto serán clausuradas por orden gubernativa, y sus responsables enviados también a la cárcel.

Así se cumplirá lo que Thoreau anticipaba en su opúsculo Desobediencia civil: «Bajo un Estado que encarcela injustamente, el lugar del hombre justo es la cárcel. Es la única casa en la que se puede permanecer con honor». Allí también estaremos, desde luego, quienes nos atrevamos con nuestra pluma a seguir calificando el aborto de crimen; que seremos, por cierto, muy pocos. Y, ante los ojos de la masa cretinizada, apareceremos, en efecto, como criminales que se oponen al progreso de la Humanidad (la mayúscula que no falte); y probablemente, mientras nos lleven esposados ante un juez, o mientras nos introduzcan en el furgón policial que nos conducirá a la celda, seremos vituperados y escupidos, como se suele hacer con los criminales más sórdidos.

Analicemos el modus operandi de la lógica del mal: un médico que se opusiera a que sus pacientes reciban una transfusión de sangre sería apartado de su puesto y conducido a la cárcel, pues estaría negándoles el derecho a la salud; lo mismo le ocurriría a un profesor que desde la cátedra se declarase contrario al acceso de las mujeres al mercado laboral. Ni la objeción de conciencia ni la libertad de cátedra pueden alegarse para amparar la conculcación de derechos.

Y, desde el momento en que la ley institucionaliza el crimen, encumbrando el aborto a la categoría de derecho, el médico que se niega a perpetrarlo es como el médico que se niega a realizar una transfusión de sangre; el profesor que se niega a enseñar cómo se practica es como el profesor que se declara contrario al acceso de las mujeres al mercado laboral: criminales confesos sobre quienes debe caer el peso de la ley. Así ocurrirá, más temprano que tarde; y las cárceles se convertirán, como intuyó Thoreau, en la casa de los justos; de los pocos justos que, para entonces, aún no hayan flojeado en sus convicciones.

Juan Manuel de Prada

sábado, 16 de enero de 2010

La fe no se opone a la investigación científica


La ley moral natural no es sólo para los cristianos, afirma Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 15 de enero de 2010 (ZENIT.org).- La fe no se opone a la investigación médica, sino que le ofrece un marco moral, no exclusivo para los cristianos, sino accesible a todos por medio de la razón.
Así lo manifestó el Papa al recibir hoy en audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que se celebra estos días en Roma.

El Papa enfocó su discurso a las dos cuestiones que actualmente centran los trabajos de la Congregación, la bioética y la ética médica, por un lado, y los desafíos del diálogo ecuménico, por otro.

En cuanto a la primera cuestión, que ocupó gran parte de su discurso, el Papa subrayó la importancia de la publicación de la instrucción Dignitas personae (2008), por parte de este Dicasterio.

“En temas tan delicados y actuales, como los que se refieren a la procreación y a las nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión y del patrimonio genético humano”, la Instrucción afirma “el valor ético de la ciencia biomédica se mide con referencia tanto al respeto incondicional debido a todo ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida”, observó.

En este sentido, Benedicto XVI mostró su oposición a la mentalidad “según la cual la fe se presenta como obstáculo a la libertad y a la investigación científica, porque estaría constituida por un conjunto de prejuicios que viciarían la comprensión objetiva de la realidad”.

Las enseñanzas de la Iglesia en cuestiones bioéticas, subrayó el Papa, proceden de la ley moral natural, que es accesible a la razón humana, se sea creyente o no.
“La ley moral natural no es exclusivamente o predominantemente confesional, aunque la Revelación cristiana y la realización del hombre en el misterio de Cristo la ilumine y desarrolle en plenitud su doctrina”, insistió.

Esta ley está “fundada en la propia naturaleza humana y accesible a toda criatura racional”, y “constituye la base para entrar en diálogo con todos los hombres que buscan la verdad y, más en general, con la sociedad civil y secular”.

Por ello añadió que la fe cristiana “ofrece una contribución verdadera también en el ámbito ético-filosófico, no proporcionando soluciones preconstituídas a problemas concretos, como la investigación y la experimentación biomédica, sino proponiendo perspectivas morales fiables dentro de las cuales la razón humana puede buscar y encontrar soluciones válidas”.

“La Iglesia, al proponer valoraciones morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, llama a la luz, tanto de la razón como de la fe”, afirmó Benedicto XVI.

viernes, 15 de enero de 2010

El corazón de la democracia




Autor: Juan Luis Lorda
Profesor de Teología
Universidad de Navarra

Diario de Navarra

Hace unos días el presidente del Gobierno español aludía al corazón de la democracia, al defender el Tribunal Constitucional ante los grupos radicales catalanistas. Pero es responsabilidad de los anteriores gobiernos socialistas haber dejado este tribunal inútil y desamparado, cuando limitaron su capacidad preventiva para intervenir en la confección de las leyes. Ahora sólo puede hacerlo a toro pasado, en condiciones imposibles.

El gobierno actual se define progresista. Pero el progresismo es una mentalidad muy peligrosa para la democracia. Porque uno se llama progresista cuando cree que sólo él sabe dónde está el progreso y que los demás están atrasados (y, en realidad, son el problema). Pero el espíritu de la democracia consiste en pensar que todos somos ciudadanos con los mismos derechos. Y que los asuntos públicos que afectan a todos, se hacen oyendo a todos. Esto lleva a que la forma natural de una democracia sea el consenso, especialmente para las cuestiones importantes que afectan a todos. Ese es el ethos y el corazón de la democracia. Pero si uno se siente progresista no quiere pactar con los demás (retrógrados) sino eliminarlos. Entonces, como le pasa a este gobierno, se siente inclinado a resolver las grandes cuestiones usando triquiñuelas políticas, en lugar de los instrumentos limpios de la democracia, que son el diálogo, la búsqueda del consenso y, para las grandes cuestiones, la consulta pública.

La democracia actual española, en su origen, se acercaba bastante al modelo ideal, porque nació de un pacto pacífico entre las fuerzas que, más o menos, representaban las distintas sensibilidades de este país, nación, estado o lo que quede. Y consiguió un refrendo popular muy alto. Ése es el valor moral de nuestra Constitución.

Pero después, el ejecutivo la ha alterado en puntos capitales, sin tenernos en cuenta a todos, sino pactando con grupos radicales que, además, quieren romper este país, nación o estado. Con esos modos antidemocráticos, se introdujo la despenalización del aborto, se alteró arbitrariamente la substancia del matrimonio y ahora se quiere quitar la protección de la vida.

Los cristianos deben saber que la manera de parar un gobierno que se extralimita en sus funciones, es defender sus legítimos derechos, haciendo valer el marco constitucional y afeando este modo de proceder que no respeta el corazón de la democracia, ni la letra de la Constitución, ni el pluralismo que hay en este país, nación, estado o lo que quede.

Si no, un cristiano honrado no podrá ser farmacéutico. Porque una ley aprobada sin consenso, le obligará, contra su conciencia, a repartir píldoras abortivas. Y tampoco podrá ser educador, porque, sin consenso, el gobierno le obligará a enseñar su concepción progresista (y cómica) del sexo. Por lo mismo, no podrá mantener colegios de inspiración cristiana. Y tampoco podrá ser médico ni enfermero, porque, contra su conciencia, el fanatismo progresista le obligará a hacer abortos. Y una madre cristiana no podrá enseñar a sus hijos lo que es el matrimonio porque el progresismo sexual, que es implacable, conseguirá que sus hijos la denuncien. Y tampoco podrá ser político, porque se verá obligado a votar contra su conciencia en los temas capitales.

En cambio, le dejarán votar en conciencia la normativa del yogur. Gracias. A base de normativas de segundo grado, aprobadas con apoyos radicales que luego han tenido que recompensar políticamente, nos están echando de nuestro país, nación, estado o lo que quede. Y se están quedando con él.

En los treinta años que lleva, nuestra democracia no ha hecho más que estrecharse. Nació de una manera bastante ideal. Treinta años después no hay más, sino menos democracia. Los partidos nacionales son poco democráticos en sus estructuras. Y colocan cada vez a más gente en los puestos claves de la sociedad. Las cuestiones principales las promueven camarillas. Y muchas leyes que nos afectan a todos se han aprobado con triquiñuelas, con fuerte presión de la propaganda oficial, sin participación de la sociedad, con disciplina de partido y sin consultas públicas. Además de haber desvirtuado, en puntos capitales (unidad nacional, matrimonio, defensa de la vida) el espíritu de la Constitución y haberla dejado sin amparo.
Todo esto son los frutos de un progresismo que no sabe adónde va, después de haber dejado de ser socialista.

Si consiguieran repartir a los chicos problemas de matemáticas, sería un progresismo admirable. Pero si lo que reparten son cientos de miles de plásticos y de píldoras (todo perfectamente antiecológico) es una pena. Es imposible que sea progreso alterar de esa manera tan antinatural una función natural como es la reproducción. Y es un atentado contra las libertades más elementales imponer ese progreso dudoso como si fuera la cultura única de este país, nación, estado o lo que quede. Les sobra sexo y les falta corazón para respetar la cultura democrática

jueves, 14 de enero de 2010

De los primates al hombre hay un salto enorme




jueves, 14 de enero de 2010
Daniel Turbón

UnaHuellaEnElMundo.wordpress.com (Entrevista de Jaume Figa i Vaello)

Hace 150 años, el 24 de noviembre de 1859, veía la luz la primera edición de “El origen de las especies”, libro en el que Charles Darwin formuló la moderna teoría de la evolución mediante la selección natural. Este segundo aniversario del “año de Darwin” (tras el bicentenario de su nacimiento, el pasado 12 de febrero) nos da oportunidad de hablar con Almudi.org - Daniel Turbónun experto en la materia, el Prof. Daniel Turbón.

Hoy, dice, “no aceptar la teoría de la evolución es un absurdo científico”; pero presentarla como la explicación total del ser humano equivale a sustituir la ciencia por la ideología. El Prof. Turbón es catedrático de Antropología Física en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona. Ha hecho su contribución particular al año de Darwin publicando un libro en colaboración con el Prof. Carlos A. Marmelada.

En “Darwin y el mono” (Sello Editorial), los dos autores quieren hablar del Darwin real, desmitificándolo y hablando de su vida. Y, como dice Turbón —emulando a su maestro Mariano Artigas—, en un “lenguaje de kiosco” que pueda llegar a todo el mundo: “Son cuestiones demasiado complicadas como para zanjarlo con un ‘venimos del mono’ y ya está. Hay que saber razonar y explicarlo para que todos lo entendamos”.

Hace poco salía en la prensa que en Estados Unidos habían descubierto la “piedra filosofal”, la clave genética que nos permite hablar y nos diferencia tanto de los monos…


Hay algunos científicos que quieren demostrar que el hombre es un simple cúmulo de moléculas, pero eso no es verdad. El cerebro es algo tremendamente complicado y decir que el habla sólo depende de ese gen, es fijarse en una parte muy pequeña del todo. Es una de las claves, sí; pero no la única. Si yo tengo uno de esos cuadros pintados a base de puntos, pegado en la nariz, sólo veré un punto, dos; tres a lo sumo… En cambio, si me aparto, veré toda la realidad de esa obra puntillista. La ciencia es muy limitada en sus conocimientos y esto es sólo una parte de la realidad. Defenderlo como el todo es por una cuestión de simple ideología.

Entonces, ¿qué es para usted el ser humano? ¿Qué nos hace tan distintos de los primates?

Somos seres muy superiores. La persona humana es un ser que tiene que decidir qué quiere ser en su vida, e intentar llevarlo a cabo. Somos animales, pero ningún otro tiene un intelecto como el nuestro. Los monos se mueven en el nivel que podríamos llamar “subhumano”, donde todo es pura biología, y algunos parece que nos quieran encerrar en eso. Pero aún quedan los niveles intermedio —ese poder llegar a ser más— y reflexivo, el del que puede “filosofar”, y lo hace. ¿Que podemos vivir en ese “subhumanismo”? Sí; pero eso no significa que estemos ahí. Los primates no hablan, no porque no tengan capacidad de hablar, sino porque no tienen qué decir. El mensaje es lo importante, y hablar, en definitiva, es comunicar o comunicarse; eso también se puede hacer sin palabras, pero para ello necesitas la reflexión, propia del tercer nivel.

El darwinismo a los 150 años

¿Darwin, afirmaba que en el hombre todo viene dado por selección natural y que surgía de la materia?

No lo dijo explícitamente. Él negaba la teología natural fijista imperante en el momento, según la cual todo lo que existía venía por un acto creador, puntual. En este sentido, Wallace —co-descubridor de la teoría evolucionista— fue mucho más claro al no aceptar que el psiquismo humano pudiera haber surgido de la materia. Darwin no lo siguió porque estaba obsesionado con las bases experimentales del comportamiento de los animales, y quería aplicarlo en el ser humano, pero sin lograrlo. Quizá el problema es que su enfoque tuvo mucho de pugna con esa explicación fijista tan presente en las universidades británicas.

¿Qué queda, hoy, de la teoría de Darwin?


Yo creo que no aceptar la teoría de la evolución es un absurdo científico. No obstante, eso no quita que en el hombre haya un salto enorme, ya que en él se da una capacidad de abstracción que no existe en los demás seres. Ningún animal ha estudiado el universo, los átomos, los organismos… La autoconciencia hace que el ser humano sea un ser moral y ético. Un ser que se construye conviviendo con los demás hombres y mujeres. Por eso, nuestra evolución es una evolución moral, no natural.

Si Darwin viviera hoy, ¿formularia su hipótesis del mismo modo?

No lo creo. Estaría encantado con la separación entre religión y ciencia, en el sentido de que se alegraría mucho de ver que la evolución es la “elegante manera con que Dios hizo al hombre”, como dice Collins, director del Proyecto Genoma Humano. Ya no tendría que enfrentarse con la visión fijista que estudió en Cambridge durante su juventud.

Biblia y biología no pelean

¿Qué papel daba a Dios?


Darwin iba a ser clérigo anglicano y por eso estudió teología. De hecho, en la sexta edición de su libro, introdujo la palabra “Creador” y hablaba de unas leyes que están impresas en la materia por el Creador. Lo que pasa es que la incoherencia de aquellos que tenía por cristianos y, sobre todo, la muerte de uno de sus diez hijos, le hizo perder la fe. Por tanto, no fueron sus estudios los que le llevaron al agnosticismo, sino muchas dudas que no consiguió resolver. Y esto es lo que me hace pensar que estaría tan contento de poder compatibilizar creación y evolución.

Algunos siguen viendo incompatibilidad entre lo que dice la Biblia y el evolucionismo.


Son dos niveles de lectura totalmente distintos. La Biblia, además de contener la revelación de Dios, es una amalgama de historias humanas, de datos geográficos y cronológicos elaborados con métodos distintos, estilos literarios distintos, metáforas… Hoy estamos seguros de que la intención del autor del Génesis no fue escribir un relato científico, tal como concebimos la ciencia experimental. Pensemos, por ejemplo, que en el Génesis, el día tercero se crea la “hierba verde”, y en el cuarto, el sol: eso es un contrasentido científico… Los libros sagrados no nos narran cómo ha tenido origen el hombre sino que nos explican cuál es su sentido más profundo; la teoría evolucionista trata de especificar los procesos biológicos que han hecho que seamos como somos —nosotros y todos los demás seres— a lo largo de los siglos.

¿Se ha querido politizar El origen de las especies?


Ahí es donde entra el Darwin mitificado: se ha utilizado su teoría de la selección natural para justificar aberraciones como el racismo y la eugenesia. Cualquiera que haya leído sus libros Viaje de un naturalista alrededor del mundo y su Autobiografía, dictada a su hijo Francis, concluirá que Charles Darwin sentía verdadero horror por el racismo biológico. Es verdad que por su afán de explorar el origen y las bases del comportamiento humano, y por apoyar sus propios puntos de vista, probablemente se excediera en sus escritos, pero yo estoy convencido de que no hubiera sido partidario de la brutal y nefasta aplicación de la eugenesia, como más tarde ocurrió, y que si hubiera conocido lo que hoy sabemos del ser humano, se habría opuesto resueltamente al determinismo biológico como explicación del comportamiento humano.

¿Podremos llegar a conocer, verdaderamente, de dónde venimos?

Desde luego, la teoría de la evolución puede ayudar mucho en este empeño, pero como teoría científica, reconociendo también sus límites y los problemas aún no resueltos; y no como ideología, como un dogma absoluto, definitivo e indiscutible. De hecho, no existe la ciencia acabada. La ciencia vive venciendo errores y no estableciendo verdades.

miércoles, 13 de enero de 2010


Sufrir, ¿para qué?

¿Y cuál es el sentido del dolor? Yolanda hizo la pregunta justo en el momento en el que sonaba el timbre que ponía punto final a la clase. La cuestión era demasiado grande para resolverla mientras recogíamos los bártulos y también para estos dos folios. Pero, en el fondo, ¿añadiríamos algo si, en lugar de dos, fueran cuatrocientos? Al que sufre no se le consuela con un artículo ni con un analgésico.

El dolor

No vale la pena intentar siquiera una definición. El dolor encarcela al hombre dentro de su cuerpo; bloquea las compuertas del alma y le impide mirar hacia afuera; empequeñece el espíritu y repliega a la persona sobre sí misma.

El dolor, como el gas, tiende a ocupar todo el espacio disponible. Penetra en cada célula, en cada rincón: impide el trabajo y el descanso; agría el carácter, y amenaza con destruir cuanto de bueno hay en nosotros.

También los animales sienten el dolor; pero sólo el hombre, que es espíritu, sabe que lo siente aunque no lo entienda; reflexiona sobre su dolor, y se angustia. Es el espíritu, no la carne, quien de veras sufre y se rebela.

El dolor pone ante los ojos del alma la evidencia de su corporeidad: nos hace entender que somos corruptibles y, por tanto, mortales. Todo dolor es un anuncio de la muerte. Por eso el alma, que es inmortal, se desconcierta, se descubre cogida en una trampa, prisionera más que nunca de la carne.

El dolor angustia aun antes de padecerlo: cuando sólo se presiente. Peor que el sufrimiento actual es el miedo al dolor futuro, que llena el alma de sombras e impele a una huida imposible.

Por evitarlo, hay quien traiciona a los amigos, a las propias ideas, a Dios. Muchas veces es más temido que la propia muerte. Por eso algunos eligen el suicidio con tal de no pagar el necesario peaje del dolor.

Sabéis que no hago literatura. También a los quince o a los veinte años es posible haber tenido la experiencia del sufrimiento. Y, en todo caso, tarde o temprano llega.

Pero algo de bueno sí que tiene...

Al parecer María temía que cargarse demasiado las tintas. Por eso me interrumpió para hacer notar que, gracias al dolor estamos vivos. Lo digo así, rotundamente, y tenía razón: cuando en nuestro organismo aparece una enfermedad, una herida o una infección, se dispara el dolor como un mecanismo de alarma, tan molesto y estridente como los que avisan en caso de incendio. Ahí radica su eficacia. El dolor nos grita que algo va mal y que hay que arreglarlo. En este sentido, podemos dar gracias a Dios por habérnoslo enviado: un buen ataque de apendicitis, con chillidos incluidos, puede salvarnos la vida.

El dolor es un mal... útil

Creo, pues, que coincidimos en que algunos dolores pueden servirnos, y mucho: hasta el punto de sernos imprescindibles. Siguen siendo males, pero vale la pena sufrirlos si no hay otra forma de alcanzar un bien mayor o de evitar un daño más grave.

Así, quien permite que le rajen con un bisturí para quitarse un apéndice averiado, no sólo quiere ese dolor, sino que encima lo paga.

La oronda señora que se somete a un planchado de arrugas, con estiramientos incluidos, y se deja chupar la grasa con sofisticados aparatos de tortura, ama ese sacrificio con la misma lógica que el mártir, aunque sus razones sean sensiblemente menos ambiciosas: el mártir trata de conquistar el Cielo, y, para lograrlo, resiste los mayores tormentos. Ella sólo desea recuperar el Paraíso perdido de la esbelta juventud, enfundándose el vaquero, que es la vestidura del Edén.

Y lo mismo cabe decir del paciente que, en pleno uso de sus facultades mentales, visita al terrible dentista; del que se deja el pellejo por ganar un maratón, o por quedar el último..., y así sucesivamente. En resumen, que el dolor es menos cuando es útil, cuando tiene un sentido.

Dolor y sacrificio

Los ejemplos anteriores ilustran cómo puede ponerse el dolor al servicio incluso del propio egoísmo. Pero también es posible y, por cierto, bien frecuente, sufrir en beneficio de los demás: una madre me contaba que ella por nada del mundo renunciaría al dolor del parto. Intuía que ese dolor es una forma de entrega al hijo que nace. Entendedme; no estoy diciendo que el parto sin dolor sea menos generoso. Me limito a transmitir una experiencia ajena, que me parece respetable e incluso razonable.

En todo caso, todos podríamos poner ejemplos cotidianos de personas que se sacrifican generosamente, quizá es lo que da sentido a su vida: para ellos no es un mal, sino un tesoro. ¿Hay alguien que no lo entienda?

Edurne era una vieja sirvienta vasca que conocí hace meses. La atendí en sus últimos días de vida, y estoy seguro de que está en el Cielo. Cuando la vi por primera vez estaba sentada en un sillón, con una manta sobre las rodillas y temblando como una hoja. La señora de la casa me puso al corriente de la situación:

-El médico dice que se muere... Y no sabemos de qué. Hasta hace unos meses seguía cuidando a los niños día y noche. Se desvivía. «No sé cómo les aguantas, Edurne, le decía yo... Déjalos estar. No los mimes tanto». Pero ella se quitaba hasta dormir... Con decirle que, cuando mi hija tuvo lo del riñón...: nada, una tontería... Pero quería ofrecer los suyos por si hacían falta para un transplante... Figúrese: para transplantes estaba la pobre... Bueno, pues hace dos meses le tuvimos que pedir que no trabajase más: apenas veía..., teníamos miedo... Siguió viviendo con nosotros, pero se fue apagando. El médico dice que se muere... ¿Usted lo entiende?

El dolor inútil y la cruz

-¿Y si el dolor no sirve para nada...?

Yolanda tiene la habilidad de hacer la pregunta oportuna en el momento justo.

-¿A quien le sirve, por ejemplo, que yo tenga una enfermedad grave, un cáncer...?

-¿Y a quién servía -le contesté- todo ese desvivirse de Edurne, cuando ya estaba casi ciega y más que una ayuda era un estorbo, incluso un peligro?

-Supongo que a ella misma... Era su manera de estar viva, ¿no?

Sí. Y, sobre todo, era la única forma de amar que le quedaba.

Jesucristo nos descubrió este misterio. Él nos enseñó que amar es, ante todo, donación de uno mismo. No ama más el que más goza, sino el que vive hasta sus últimas consecuencias ese "Le doy mi vida", que tan alegremente decimos como si fuera una pura imagen lírica.

Dar la vida es, desde luego, una locura. Sólo los seres espirituales podemos hacerlo. Y la entrega en cada gesto, en cada renuncia, cada minuto; pero siempre, necesariamente, con dolor; porque nuestro ser se resiste a ese enorme "desperdicio" de vida que es el amor. Por eso todos los enamorados del mundo sueñan con sufrir. Jesús hizo realidad su sueño y "nos amó hasta el extremo" con su Pasión y su Cruz.

Dios no quiere nuestro dolor... ¿Para qué serviría? Pero nosotros sí lo necesitamos, porque es nuestra forma de amar, de estar vivos, de entregar el alma. ¿Cómo podríamos darla si no existiera el sacrificio?

Enrique Monasterio

martes, 12 de enero de 2010

Sentimientos de insatisfacción




Se dice que los dinosaurios se extinguieron porque evolucionaron por un camino equivocado: mucho cuerpo y poco cerebro, grandes músculos y poco conocimiento.

Algo parecido amenaza al hombre que desarrolla en exceso su atención hacia el éxito material, mientras su cabeza y su corazón quedan cada vez más vacíos y anquilosados. Quizá gozan de un alto nivel de vida, poseen notables cualidades, y todo parece apuntar a que deberían sentirse muy dichosos; sin embargo, cuando se ahonda en sus verdaderos sentimientos, con frecuencia se descubre que se sienten profundamente insatisfechos. Y la primera paradoja es que ellos mismos muchas veces no saben explicar bien por qué motivo.

En algunos casos, esa insatisfacción proviene de una dinámica de consumo poco moderado. Llega un momento en que comprueban que el afán por poseer y disfrutar cada día de más cosas sólo se aplaca fugazmente con su logro, y ven cómo de inmediato se presentan nuevas insatisfacciones ante tantas otras cosas que aún no se poseen. Es una especie de tiranía (que ciertas modas y usos sociales facilitan que uno mismo se imponga), y hace falta una buena dosis de sabiduría de la vida para no caer en esa trampa (o para salir de ella), y evitarse así mucho sufrimiento inútil.

En otras personas, la insatisfacción proviene de la mezquindad de su corazón. Aunque a veces les cueste reconocerlo, se sienten avergonzadas de la vida que llevan, y si profundizan un poco en su interior, descubren muchas cosas que les hacen sentirse a disgusto consigo mismas (y eso les lleva con frecuencia a maltratar a los demás, por aquello de que quien la tiene tomada consigo mismo, la acaba tomando con los demás).

En cambio, quien ha sabido seguir un camino de honradez y de verdad, desoyendo las mil justificaciones que siempre parecen encubrir cualquier claudicación ("lo hace todo el mundo", "se trata sólo de una pequeña concesión excepcional", "no hago daño a nadie", etc.), quien logra mantener la rectitud y rechazar esas justificaciones, se sentirá habitualmente satisfecho, porque no hay nada más ingrato que convivir con uno mismo cuando se es un ser mezquino.

Otras veces, la insatisfacción se debe a algún sentimiento de inferioridad. Otras, tiene su origen en la incapacidad para lograr dominarse a uno mismo, como sucede a esas personas que son arrolladas por sus propios impulsos de cólera o agresividad, por la inmoderación en la comida o la bebida, etc., y después, una vez recobrado el control, se asombran, se arrepienten y sienten un profundo rechazo de sí mismas.

También las manías son una fuente de sentimientos de insatisfacción. Si se deja que arraiguen, pueden llegar a convertirse en auténticas fijaciones que dificultan llevar una vida psicológicamente sana. Además, si no se es capaz de afrontarlas y superarlas, con el tiempo tienden a extenderse y multiplicarse.

Algo parecido podría decirse de las personas que viven dominadas por sentimientos relacionados con la soledad, de los que suele costar bastante salir, unas veces por una actitud orgullosa (que les impide afrontar el aislamiento que padecen y se resisten a aceptar que estén realmente solas), otras porque no saben adónde acudir para ampliar su entorno de amistades, y otras porque les falta talento para relacionarse.

Incluso personas con una intensa vida social también pueden sentirse a veces muy solas e insatisfechas: quizá porque su exuberante actividad puede ser superficial y encubrir una soledad mal resuelta; o porque sus contactos y relaciones pueden estar mantenidos casi exclusivamente por interés; o porque son personas de fama o de éxito, y perciben ese trato social como poco personal, o como adulación; etc. Y también puede suceder lo contrario, y una soledad puede ser sólo aparente: hay personas que creen importar poco a los demás, y un buen día sufren algo más extraordinario y se sorprenden de la cantidad de personas que les ofrecen su ayuda (la satisfacción que sienten entonces da una idea de la importancia de estar cerca de quien pasa por un momento de mayor dificultad).

En cualquier caso, saber de dónde provienen los sentimientos de insatisfacción es decisivo para abordarlos con acierto y así gobernar con eficacia la propia vida afectiva.

domingo, 10 de enero de 2010

¿Quién perfila el rostro del hombre?




domingo, 10 de enero de 2010
José Luis Restán

PaginasDigital.es

Dios que salva lo humano. Ése es el centro del magisterio de Benedicto XVI dirigido a los cristianos que a menudo nos enfangamos en problemas de estrategia y organización, pero también a los hombres que buscan a tientas en la niebla, que quizás maldicen, o que son presa de la última moda literaria que ataca frontalmente a Dios como enemigo del hombre.

Son los Saramago, Dawkins y Onfray haciendo el agosto en nuestras librerías de consumo masivo: el peor Nietzsche redivivo, pero sin la genialidad desesperada del filósofo alemán. El Papa lo sabe y baja a la arena.

En su discurso resumen del año a la Curia, el Papa evocaba su viaje a la República Checa diciendo que «tenemos que preocuparnos de que el hombre no arrincone la cuestión de Dios, cuestión esencial de su existencia, tenemos que preocuparnos de que acepte la cuestión y la nostalgia que en ella se esconde».

Además apuntaba que las personas que se consideran agnósticas o ateas sienten una lógica prevención cuando hablamos de una nueva evangelización, porque no quieren verse convertidas en objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad.

Pero aun así, advierte Benedicto XVI, la cuestión sobre Dios sigue interpelándoles. Y recordando el espacio reservado en el templo de Jerusalén para que los gentiles pudiesen orar a un Dios que buscaban pero aún no conocían, ha planteado esta singular propuesta: «pienso que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de "patio de los gentiles", donde los hombres puedan de algún modo engancharse con Dios, sin conocerle y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio se encuentra la vida interior de la Iglesia».

Ahí queda esta propuesta, que no puede dejarnos indiferentes a la hora de plantear el modo de hacer presente la fe en este momento histórico.

Ya en la primera Misa del año nuevo el Papa ha pronunciado una originalísima y sugestiva homilía sobre el rostro de Dios y el rostro de los hombres. El rostro es la expresión por excelencia de la persona, ya que hace aflorar los sentimientos, pensamientos e intenciones del corazón.

Y aunque Dios es por naturaleza invisible, la Biblia se refiere continuamente a su rostro porque es un Dios que se revela, que dialoga con el hombre y se da a conocer, hasta llegar a tomar en Jesús un rostro humano. Y aquí se abre paso la gran cuestión que plantea el Papa, el corazón de su predicación navideña de este año: «¿pero quién, sino Dios, puede garantizar la profundidad del rostro del hombre?».

Imposible no recordar el memorable discurso ante la estatua de la Inmaculada, cuando habló de una convivencia social que nos hace ver sólo la superficie y perder la percepción de la profundidad de los rostros humanos que la componen, convirtiéndolos en objetos intercambiables y consumibles. Si el hombre silencia su sed de significado total, si censura su deseo de un abrazo que no acabe, de una justicia y una felicidad que no puede construir con sus propias fuerzas, entonces se vuelve epidermis, pura reacción, triste mecanismo del carpe diem.

Dios fuente y destino del hombre, pero también camino y recurso para su aventura histórica. «Quien tiene el corazón vacío no percibe más que imágenes planas, privadas de espesor... en cambio cuanto más estemos habitados por Dios estaremos en condiciones de detectar en el rostro del otro a un hermano, no un medio sino un fin, no un rival o un enemigo sino otro yo». ¡Impresionante, sencillo y profundo a la vez!

Como aguda y sustancial es la observación del Ángelus del pasado domingo, cuando retomó la indispensable cuestión de la esperanza ante un año difícil por tantas cosas. Sería estúpido apoyarla en las esotéricas profecías que pueblan espacios televisivos y anaqueles de grandes librerías, pero tampoco podemos sostenerla en las necesarias previsiones de los economistas ni en los proyectos de unos políticos cada vez más separados del sentir y de la experiencia constructiva del pueblo.

De nuevo resuena Spe Salvi, documento de cabecera para los cristianos de este turbulento comienzo de siglo: «Nuestra esperanza está en Dios, no en el sentido de una genérica religiosidad o de un fatalismo encubierto de fe. Nosotros confiamos en el Dios que en Jesucristo ha revelado de manera completa y definitiva su voluntad de estar con el hombre, de compartir su historia... Ésta es la gran esperanza que anima y a veces corrige nuestras esperanzas humanas».

Afortunadamente, ni la tierra es del viento (como dice algún vate de La Moncloa) ni la historia pertenece al mero juego de los poderes de este mundo. Es razonable tener esperanza porque la historia tiene un sentido, porque a través de tantos dramáticos meandros responde al designio del amor de Dios que ha llegado al impensable movimiento de hacerse carne y acampar entre nosotros.

Eso sí, ese designio divino no se cumple automáticamente sino que requiere la libre acogida de cada hombre y mujer. Por eso dice Benedicto XVI que 2010 será más o menos "bueno" no en función de que se den las mejores circunstancias que cada uno sueña, sino en la medida en que colaboremos con la gracia de Dios.

Menuda ducha fría para tantos vanos discursos de estas fechas, pero sobre todo qué respiro, qué canto a la libertad y al valor irreducible de cada vida humana. Qué certeza serena y razonable sobre el futuro. La que todos necesitan.

viernes, 8 de enero de 2010

Raíces cristianas




jueves, 31 de diciembre de 2009
Arguments / Vermont Royster

Arguments

Primero dudan, después se avergüenzan y, finalmente, borran la verdad que les molesta. Sí, Europa, Norteamérica tienen raíces cristianas: y son como son, por esas raíces, aunque se pretenda falsear la memoria histórica de manera burda y descarada. Y ante esta crueldad muchos se quedan pasivos, como si no les importara o temieran quedar en evidencia, porque no es “políticamente correcto”.

Todos los años desde 1949, en el día 25, los lectores del Wall Street Journal, uno de los diarios más vendidos de América, de orientación liberal-conservadora, se despiertan con el editorial “In hoc anno Domini”. Su autor es Vermont Royster, un periodista doble ganador del Pulitzer, que, empezando como reportero, ocupó todas las plazas del diario entre los años 40 y los 80 del pasado siglo. En 1949 escribió ese artículo que, desde entonces, reaparece cada año en el editorial del periódico el día de Navidad.

Es un caso único en la prensa.

Con ello el diario desea resaltar que siempre considerará un hito histórico la fundación y extensión del cristianismo. Pudiendo cambiar las palabras para decir lo mismo, con esta originalidad de reproducir anualmente lo ya publicado, desea resaltar la permanencia del acontecimiento. Merece la pena reproducirlo en español.

* * *

“In hoc anno Domini”, de Vermont Royster, en Wall Street Journal

Cuando Saúl de Tarso partió en su viaje a Damasco, todo el mundo conocido vivía conquistado. Había un estado, y era Roma. Había un amo de todo, y era el César Tiberio.

Por todas partes había orden civil, porque el brazo de la ley romana era largo. Por todas partes había estabilidad, en gobierno y en sociedad, porque los centuriones así lo garantizaban.

Pero por todas partes había también algo más. Había opresión —para aquellos quienes no eran los amigos del César Tiberio. Había cobrador de impuestos para poder cosechar el grano de los campos y para hilar el lino del huso: para alimentar las legiones o para llenar la hacienda pública con la cual el César divino entretenía a la gente. Había reclutador para llenar de gladiadores los circos. Había verdugos para callar a quienes el emperador había proscrito. ¿Para qué era un hombre sino para servir al César?

Había persecución de los hombres que se atrevían a pensar diferentemente, que oían voces extrañas o leían extraños manuscritos. Había esclavizamiento de los hombres cuyas tribus no provenían de Roma, desdén para quienes no tenían el aspecto familiar. Y sobre todo, había por todas partes un desprecio de la vida humana. ¿Qué era, para el poderoso, un hombre más o menos en un mundo sobrepoblado?

Entonces, de repente, hubo una luz en el mundo, y un hombre de Galilea, diciendo, da al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.

Y la voz de Galilea, que desafiaría al César, ofreció un nuevo Reino en el cual cada hombre podría caminar con la frente en alto y postrarse a ninguno excepto a su Dios. Como trataste a los más pobres, así me trataste a mí. Y él envió este evangelio del Reino del Hombre a los extremos de la tierra.

Y así la luz entró en el mundo y los hombres que vivían en oscuridad tuvieron miedo, e intentaron bajar una cortina de modo que el hombre continuase creyendo que la salvación emanaba de los líderes políticos.

Pero ocurrió durante algún tiempo en lugares diversos que la verdad liberó al hombre, aunque los hombres de la oscuridad intentaron apagar la luz. La voz dijo, apresuraos. Caminad mientras tenéis luz, a menos que os caiga la oscuridad, porque quienes caminan en oscuridad no saben dónde van.

En el camino a Damasco la luz alumbró brillantemente. Pero después Pablo de Tarso también tuvo miedo. Él temió que otros Césares, otros profetas, podrían un día persuadir a los hombres que el hombre no era nada excepto un trabajador de ellos, que los hombres cederían sus derechos otorgados por Dios a cambio de pan y circo y ya no caminarían en libertad.

Entonces podría darse que la oscuridad triunfaría nuevamente sobre las tierras y habría quema de libros y los hombres pensarían solamente de lo que deben comer y de lo que deben usar, y prestarían atención solamente a Césares nuevos y a falsos profetas. Entonces podría darse que los hombres no mirarían hacia arriba para ver incluso a la estrella del invierno en el este, y una vez más, no habría luz alguna en la oscuridad.

Y por eso Pablo, el apóstol del Hijo del Hombre, habló a sus hermanos, los Gálatas, las palabras que él quiso que recordásemos luego en cada uno de los años de su Señor: Aferraos entonces a la libertad con que Cristo nos ha liberado y no os enredéis nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.

miércoles, 6 de enero de 2010

Por qué soy católico


martes, 05 de enero de 2010

Juan Manuel de Prada

ABC

Alguna de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan se ha dirigido a mí en estas fechas, en solicitud de una recomendación libresca.

Me permito aconsejarles que no dejen de regalar (o de regalarse) el suculento libro Por qué soy católico, publicado recientemente por la editorial El Buey Mudo, donde se reúnen los escritos apologéticos de Gilbert Keith Chesterton tras su conversión al catolicismo.

Decir «escritos apologéticos» puede inducir a confusión, pues uno enseguida se imagina una literatura árida, erizada de espinosas cuestiones teológicas, abrumada de indigestas abstracciones y mecánicamente zaherida por el sonsonete o latiguillo de la llamada a la conversión; pero en estos ensayos de Chesterton nada hay de mecánico o indigesto o espinoso, porque aquel gordo genial tenía la virtud de convertir el catecismo en una novela de aventuras y la teología en una intrépida epopeya.

Decía el gran Leonardo Castellani que Chesterton tuvo «la sabiduría del anciano, la cordura del varón, la combatividad del joven, la petulancia del muchacho, la risa del niño y la mirada asombrada y seria del bebé»; y toda esta munición de cualidades conforma una escritura luminosa, incisiva, capaz de entrometerse en los dobladillos de las medias verdades para delatar su fondo de oprobiosa y mugrienta mentira, capaz de desvelar la verdad oculta de las cosas, sepultada entre la chatarra de viejas herejías que nuestra época nos vende como ideas nuevas.

En algún pasaje de este libro formidable Chesterton afirma que «la conversión llama al hombre a estirar su mente igual que quien despierta de un sueño se siente impulsado a estirar los brazos y las piernas». Este estiramiento mental permite a Chesterton abordar los asuntos de su época (que son, con pocas variantes, los asuntos de cualquier época) desde perspectivas inéditas, haciendo uso de una «vista de águila» que deslumbra por su sagacidad, por su novedad, por su indesmayable originalidad; y es que la fe de Chesterton nunca es una creencia enclaustrada en sus dogmas, sino derramada sobre el anchuroso mundo, deseosa de dilucidar todos los conflictos que el mundo propone.

Fe encarnada, en fin; y encarnándose en las cosas acaba alumbrando su sentido más recóndito y cabal. Creo que la razón por la que hoy no existe en el ámbito católico un escritor de la talla de Chesterton es precisamente porque los católicos hemos convertido nuestra fe en algo doctrinario que se enquista en las cosas, en lugar de alumbrarlas por dentro; y, al renunciar a una fe encarnada, el católico cae en la trampa de abordar las cosas desde los presupuestos «ideológicos» al uso, sobre los que incorpora, a modo de pegote o excrecencia, su fe doctrinaria, que así se muestra rígida o inmovilista a los ojos de nuestra época.

Contra esa visión inmovilista de la fe se rebela Chesterton en cada una de las setecientas páginas de este volumen asombroso. Y así nos muestra la incesante novedad de la fe católica, en cuyo acervo encuentra siempre explicaciones novedosas (explicaciones eternas) que desenmascaran la caducidad y contingencia de las tendencias modernas.

En Por qué soy católico, Chesterton nos demuestra que la única manera de evitar el estancamiento mental consiste en enseñar a los hombres a ampliar sus miras, para que sean capaces de mirar más lejos y a más largo plazo; y así se revela como un maestro que no sólo estimula nuestra inteligencia, sino que la abraza, la sustenta, la vigoriza, la dota de un andamiaje robusto y, a la vez, la impulsa por caminos nunca trillados.

Esta vigorosa expansión de la inteligencia que ilumina las cosas en apariencia más dispares se la proporciona a Chesterton una fe encarnada y unificadora; luego, claro está, hace falta saber escribir como Chesterton, pero para eso hay que estar tocado por la Gracia. A las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan les recomiendo que no dejen pasar por su pueblo a los Reyes Magos sin que les procuren su ejemplar de Por qué soy católico.

martes, 5 de enero de 2010

El derecho a elegir colegio

Diez organizaciones educativas (1) acaban de presentar un documento titulado "El derecho de los padres a elegir la educación en libertad", donde se recuerdan los fundamentos del derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. El documento analiza este derecho fundamental, sobre la base del artículo 27 de la Constitución española y la jurisprudencia del Tribunal Constitucional; el papel de los poderes públicos y la necesidad del pluralismo de la oferta educativa. Ofrecemos un resumen.
Todos tienen derecho a la educación: primero, en el ámbito primario de la familia, donde los hijos aprenden a querer y respetar a los demás y donde asimilan los hábitos cívicos fundamentales; después, en el sistema educativo que, en sus niveles básicos, debe beneficiar a todos los ciudadanos, en libertad y en igualdad.