viernes, 30 de septiembre de 2011

Los distintos modos de entender la salud sexual

   Los programas de salud sexual introducidos en la escuela no respetan a menudo la diversidad de concepciones éticas sobre el sentido de la sexualidad. Según sea esta, también serán distintos los puntos de partida, los medios y los objetivos de estos programas. Por ello, es necesario conocer la evidencia científica subyacente a cada planteamiento así como sus postulados éticos. Es lo que proponen los autores de este artículo, publicado en Cuadernos de Bioética (1), del que presento algunas ideas.

   Un programa formativo en materia sexual debería tener siempre en cuenta el respeto a la pluralidad de los receptores del mensaje. Aunque sería deseable que la educación sexual pudiera ser ofertada en el ámbito educativo desde una estricta neutralidad, lo cierto es que no hay un consenso social. Existen dos cosmovisiones opuestas de cómo debe vivirse la sexualidad.
Propuestas divergentes
   Por un lado, el ejercicio de la sexualidad puede verse unido por parte de muchas personas al de la “educación para los compromisos estables”. Esta vivencia implica la transmisión de valores muy concretos: autodominio, fidelidad, comprensión, lealtad, apertura a la transmisión de la vida volcando la propia afectividad en los hijos y asumiendo nuevos compromisos y renuncias personales, etc., lo que supone referencias continuas al mundo de los valores. Este tipo de educación, al ir unida a la edificación del carácter, es más propia para ser transmitida en la relación personal de confianza entre padres e hijos.
   Otra visión de la sexualidad es la que se entiende como “educación para la independencia sexual”, teniendo como objeto principal los aspectos de placer en el ejercicio del sexo, minimizar los riesgos de embarazo o de infecciones de transmisión sexual (ITS), enfatizar el conocimiento de las medidas de anticoncepción y la búsqueda de experiencias gratificantes, bien a través del propio cuerpo o a través de relaciones interpersonales que no tienen porqué ser necesariamente monógamas, centrándose en sus aspectos lúdicos y sin referencia a compromisos implícitos ni explícitos. (...)
   El Estado no puede legítimamente incorporar una u otra de estas opiniones a sus competencias educativas, ya que pertenecen al ámbito de libre discusión de ideas de los ciudadanos. Esto fundamentaría, por tanto, la necesidad de salvaguardar la neutralidad ideológica del Estado ante ambas cosmovisiones. Los mensajes dirigidos a preservar o mejorar la salud, si no son veraces, pueden ser calificados como "publicidad engañosa"

Una visión unilateral
   Sin embargo, no son pocas las noticias que se difunden en los medios sobre programas educativos dirigidos a adolescentes o incluso a menores en los que el punto de partida es la banalización de la sexualidad. Los medios utilizados en esos programas educativos consisten comúnmente en la distribución masiva de preservativos y en una instrucción dirigida a ambos sexos sobre cómo utilizarlo correctamente. Los programas más elaborados incluyen información sobre anticoncepción para las jóvenes (...). No se suele hablar de la posibilidad de fallo de los diversos métodos anticonceptivos, ni de que el preservativo no protege absolutamente de la transmisión de ITS, presentando ambas medidas con una eficacia que los menores entienden que es del cien por cien, al referirse a ellas con la terminología de “sexo seguro”. (...)

   Respecto a los resultados que finalmente se quieren conseguir, la mayor parte de los programas suelen centrarse exclusivamente en la disminución de embarazos adolescentes y de ITS con mención especial a la epidemia del sida. Con esto se restringe el mensaje a la consideración del acto sexual como mero acto lúdico que conlleva unos riesgos que hay que intentar evitar. (...) La propuesta de amor duradero y de compromisos, la reflexión sobre lo que significa el enamoramiento, quedan ausentes de estas propuestas pedagógicas sesgadas, ya que se etiquetan como “mensaje moralista”. (...)

(1)  “Valoración ética de los programas de salud sexual en la adolescencia”, Cuadernos de Bioética, nº 74, vol. XXII (2011).
Aceprensa

Os invito a leer el artículo: AQUÍ

jueves, 29 de septiembre de 2011

Reencuentro en Berlín de Roma, Atenas y Jerusalén

Reencuentro en Berlín de Roma, Atenas y Jerusalén
   El reto es decisivo para superar la crisis que padece la Iglesia en el mundo occidental: el futuro depende de la renovación de la fe, no de reformas estructurales

      La densidad de la presencia de Benedicto XVI en su Alemania natal no puede resumirse en unas pocas líneas. Pero me atrevo a señalar dos grandes líneas de fuerza: una, estrictamente teológica, que llama al seguimiento de Cristo dentro de la Iglesia; otra, la apelación al diálogo sincero sobre las grandes cuestiones antropológicas actuales, de las que depende la construcción de la paz y la justicia.

      Son dos constantes vitales en el pensamiento de Joseph Ratzinger y en el magisterio de Benedicto XVI. Nunca quizá un Obispo de Roma dedicó tanto espacio y tan sinceros elogios a la razón humana y a su capacidad para entender la Revelación divina y, al mismo tiempo, facilitar el entendimiento entre hombres de orígenes y culturas a veces excesivamente contrapuestas.

      La gran novedad consiste en que el Papa reitera sus propuestas en una caja de tanta resonancia como la sede del Bundestag berlinés. No es accidental que allí mismo se reuniera, después de pronunciar un discurso memorable, con los representantes de la comunidad judía. Venía a ser como un caso práctico de la teoría general expuesta ante los parlamentarios: si no se acepta la posibilidad de un fundamento radical de las leyes, más allá de la mayoría de los votos, se puede construir una legislación antihumana, como la que dio origen a la Shoah, al gran proyecto nazi de destruir al pueblo de Israel.

      Una vez más resalta el temple intelectual y académico de Joseph Ratzinger. A diferencia de la intolerancia que rechaza a priori su palabra —no es el caso de los grandes pensadores, como Jürgen Habermas—, plantea un debate sereno sobre las bases éticas universales del derecho. Sólo será posible esa ardua tarea si se reinterpretan los jalones de la ciencia y la filosofía desde la Ilustración, que confinan ética y fe al ámbito de lo privado. Determinar la presencia de culturas y religiones en la convivencia democrática ciudadana se hace casi una obligación, más aún si se piensa en el actual multiculturalismo alemán, buen campo de pruebas para la situación global del planeta. Se comprende que Benedicto XVI haya hablado desde la razón en el Bundestag, y haya dedicado tiempo a luteranos, judíos y musulmanes.

      Recibió a estos últimos en la Nunciatura de Berlín. Quizá estas palabras reflejan la idea central del discurso del Papa: «Muchos musulmanes conceden gran importancia a la dimensión religiosa. Esto a veces se interpreta como una provocación en una sociedad que tiende a marginar este aspecto o, como máximo, a admitirlo en la esfera de las decisiones individuales. La Iglesia católica está firmemente comprometida en que se dé el debido reconocimiento a la dimensión pública de la pertenencia religiosa. Es una exigencia no irrelevante en el contexto de una sociedad pluralista. Sin embargo, hay que cuidar siempre de que se mantenga el respeto hacia el otro. El respeto mutuo crece sólo sobre la base del consenso sobre algunos valores inalienables, propios de la naturaleza humana, sobre todo la dignidad inviolable de cada persona».

      Para casi todos los pueblos, dentro y fuera de Occidente, la referencia esencial para la convivencia pacífica es la Constitución del Estado. Benedicto XVI subrayó las sólidas convicciones de los redactores de la ley fundamental germana, que permite su vigencia cuando tantas cosas han cambiado en Alemania en los últimos sesenta años (incluida la reunificación). Los redactores de la carta constitucional «sabían que tenían que confrontarse con personas de confesión diversa o incluso no religiosos: el terreno común se encuentra en el reconocimiento de algunos derechos inalienables, que son propios de la naturaleza humana y preceden a cualquier formulación positiva. De ese modo una sociedad sustancialmente homogénea sentó las bases que hoy consideramos válidas para un mundo caracterizado por el pluralismo. Bases que, en realidad, indican también los límites evidentes de ese pluralismo: no es concebible, en efecto, que una sociedad puede mantenerse a largo plazo sin un consenso sobre los valores éticos fundamentales».

      El concepto de ley natural está ligado a los estoicos. Jerusalén y Roma potenciaron de veras la cultura de Atenas. Muchos años después, el Concilio Vaticano II recordaría ese camino de justicia y libertad a los católicos. También a éstos se aplican las palabras de Benedicto XVI a los representantes de la Iglesia Evangélica, en el antiguo convento agustino de Erfurt, donde Martín Lutero estudió teología y fue ordenado sacerdote, en 1507: «la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente». El reto es decisivo para superar la crisis que padece la Iglesia en el mundo occidental: el futuro depende de la renovación de la fe, no de reformas estructurales.

Salvador Bernal

Religión Confidencial / Almudí

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Alegato a favor del respeto a la vida

Alegato a favor del respeto a la vida
Quienes reclaman la implantación de la eutanasia generalmente intentan que no se asocie su exigencia con la práctica criminal ejercida por los nazis. Pero esta asociación no puede obviarse

      La pretensión de dar muerte, a petición suya, a personas gravemente enfermas, o también a aquellas que ya no sean capaces de expresar ese deseo mediante una clara manifestación de su voluntad, está siendo nuevamente planteada de manera enérgica e insistente después de un período latente de unos cincuenta años. Incluso un ministro de la CDU ha respaldado la tesis de que habría que ir más allá de la legislación holandesa: poder dar muerte sin mediar el deseo del paciente.

      Quienes reclaman la implantación de la eutanasia generalmente intentan que no se asocie su exigencia con la práctica criminal ejercida por los nazis. Pero esta asociación no puede obviarse. Hace ya mucho tiempo que se detectó. En relación con los procesos seguidos contra los médicos que practicaron la eutanasia en el III Reich, el médico americano Leo Alexander escribió en 1949 que «todos los que se ocuparon del origen de esos delitos manifestaron con toda claridad que fueron desarrollándose poco a poco a partir de detalles insignificantes. Al comienzo se apreciaban sutiles modificaciones de acento eutanásico en la actitud fundamental. Se empezaba diciendo que hay circunstancias en las que ya no se puede considerar que una persona lleva una vida digna, consideración ésta que es primordial para el movimiento pro eutanasia. En un estadio inicial esa postura se refería solamente a los enfermos graves y crónicos. Cada vez se fue ensanchando más el campo de quienes caían bajo esa categoría, y así se extendió a los socialmente improductivos, a los indeseables desde el punto de vista ideológico, a los que eran clasificados como racialmente indeseables... No obstante es decisivo reconocer que la actitud respecto a los enfermos incurables fue el sórdido detonante que tuvo como consecuencia ese cambio total de la conciencia».

      La diferencia esencial entre la práctica de entonces y la seguida en la actualidad estriba en que las muertes de enfermos psíquicos de aquella época (en las cuales se probó por primera vez el método del gaseamiento) se produjeron sin fundamento jurídico alguno, por lo cual el obispo de Münster, Clemens August von Galen, pudo presentar también una denuncia por asesinato, que naturalmente fue rechazada. En aquel oscuro período órdenes secretas del Führer hicieron ineficaz el brazo de la Ley. Pero hoy en Holanda la ley también es ineficaz “sin órdenes de un Führer”. Después de legalizar la muerte a petición, las muertes despenalizadas sin petición previa han llegado a miles, de manera que los ancianos holandeses a menudo prefieren huir a las residencias de ancianos alemanes. Ya en el 2001 un tercio de estas eliminaciones se perpetró por dictamen médico, o por deseo de los familiares.

      Se dirá que en aquel entonces los individuos enfermos eran eliminados en interés del bien del pueblo, con objeto de ahorrar costes sanitarios, mientras que hoy deberán morir por su propio interés, cuando la vida ya no posea ningún valor para ellos. Esta observación pasa por alto que los nacionalsocialistas también argumentaban sobre la base del interés del paciente y de su dignidad.

      La película titulada Ich klage an (“Yo acuso”), que en su momento promovió Joseph Goebbels con actores de primera fila, muestra a una mujer joven enferma de esclerosis múltiple a la que un médico amigo rehúsa, por convicción, aplicar la inyección letal, y a la que su marido, igualmente médico, mata por compasión, después de una conmovedora despedida, denunciando posteriormente ante los tribunales la ley que le prohíbe semejante ayuda. Tampoco el teólogo debería cometer el error de socorrer a alguien informándole de que Dios ha dado al hombre el entendimiento de juzgar por sí mismo cuándo llega el momento de partir. Ante unos niños ingresados en la clínica con invalidez severa, a la mirada del médico le bastan unos pocos segundos para quedar ciega y comenzar a deslizarse por un plano inclinado que de hecho terminaría consolidando el abismo del asesinato en masa.

      Los dictámenes psiquiátricos que en aquella época enviaban a los pacientes a la muerte no delatan que la cuestión en juego fuera el dinero, o el interés colectivo, sino más bien el interés de aquellos a los que habría que liberar de una vida carente de valor. Naturalmente que detrás de esto se hallaba el interés político, en especial de la política en unos tiempos tan oscuros. Ante el hecho de que la nueva llamada a la eutanasia halle hoy eco coincidiendo, de forma puramente casual, con un momento en que el desarrollo demográfico plantea de forma cada vez más aguda el problema de la asistencia a los ancianos... ¿quién desea hablar de buena conciencia? Hoy, como entonces, ahí se ofrece una salida que posee el encanto de una más barata solución final. ¿Pero puede permitirse tal salida una sociedad humana?

      A mi juicio, los argumentos que se aducen en contra de la eutanasia son concluyentes para todo el que acepte la fuerza de la razón. El fundamento de nuestro ordenamiento jurídico es el respeto del hombre a sus semejantes. Ese respeto no debe condicionarse a la presencia de determinadas características o circunstancias. El único criterio que debe prevalecer es la pertenencia al género humano. De lo contrario cabría matar, por ejemplo, a las personas que estuvieran dormidas o inconscientes. Y generalmente sería una decisión de la mayoría la que determinara a qué hombres se les debe garantizar los derechos como persona y a cuáles no. Si fuera éste el caso, entonces el reconocimiento de los derechos humanos se convertiría en una concesión. Los hombres no pertenecerían a la familia humana por derecho propio, sino que serían adoptados en ella bajo determinadas circunstancias. Y así ya no se podría hablar de derechos humanos.

      Se insiste entonces en que hay que considerar al hombre como sujeto libre precisamente porque se respeta su capacidad de disponer sobre su propia vida. De hecho, el ordenamiento jurídico no sanciona la tentativa de suicidio. Por cierto que ha habido filósofos, desde Platón a Wittgenstein, que han considerado el suicidio voluntario como algo esencialmente rechazable. Sin embargo, la competencia de la comunidad jurídica termina cuando alguien desea marginarse de esa estructura interpersonal. Si quiere hacerlo, entonces ha de hacerlo solo, puesto que todo el que se presta a ayudarle en esa actuación, o incluso la lleva a cabo en su lugar, se encuentra dentro de esa estructura. So pretexto de respetar al otro como sujeto libre, éste no puede destruir ese mismo sujeto de libertad. Aquí valen las palabras de Hegel: «La obra de la libertad absoluta es la muerte». Y ningún hombre tiene el derecho de exigirle a otro que le diga: «Tú no debes seguir existiendo».

      Es obligado aclararle que él no posee ese derecho, pues si lo tuviera sería inevitable que ese derecho se convirtiera en deber. Si poseyera ese derecho, entonces también cargaría con la responsabilidad total por todos los cuidados y atenciones, por todos los costes y privaciones que devenga de sus semejantes. Podría librarse de esa carga de un plumazo en lugar de gastar el “patrimonio familiar”. ¿Qué hombre sensible no sentiría en tales circunstancias el deber moral de secundar el silencioso gesto que le está sugiriendo: “Ahí tienes la salida”? La posibilidad legal de la muerte a petición produce esa misma petición. Hay aquí una lógica férrea.

      El tema de la autodeterminación sigue siendo problemático en este caso. Hay que hacer esfuerzos para no ver aquí una actitud cínica. Las investigaciones han puesto de relieve que la mayoría de las peticiones de suicidio asistido no se han debido a grandes dolores, sino a situaciones de abandono. Casi siempre desaparecen tales deseos —en caso de que no se trate de algo enfermizo— cuando un semejante, que puede ser incluso el médico, muestra un interés auténtico y efectivo por la vida del enfermo. En el momento de los dolores más agudos y de una autonomía muy reducida, en el que el paciente necesita precisamente la entrega abnegada del otro, la solidaridad y el alivio de sus dolores, constituye una excusa cínica poner en suerte una ficticia autodeterminación, en el fondo para sustraerse uno de esas obligaciones.

      “Tú ya no debes existir” es la expresión más extrema de falta de solidaridad. Ante el paciente el médico representa la aprobación de su existencia por parte de la comunidad solidaria de los vivientes, aún cuando no le fuerce a vivir. Justamente en momentos de inestabilidad anímica, cuando la conciencia está en condiciones catastróficas, el médico, o incluso el psiquiatra, podría especular sobre el deseo del paciente de dejarse quitar de en medio, y esperar entonces el momento de poder ejecutar dicho deseo. 

      Entre las causas que objetivamente han contribuido a la reedición del pensamiento eutanásico también se encuentran las nuevas prácticas de prolongación artificial de la vida [medicina intensiva], con la consiguiente explosión en los gastos sanitarios. La oposición al movimiento eutanásico sólo puede justificar su firme resolución si tiene en cuenta estos factores objetivos. Es desde luego cierto que desde hace mucho tiempo en nuestro país se muere de forma miserable. Sobre todo en clínicas, es decir, en casas que no están hechas para morir, sino para curar. En una clínica se lucha contra la muerte, como es natural, aunque esa lucha finalice siempre con la capitulación. Pero la capitulación frecuentemente acontece demasiado tarde. Después de que los enfermos o ancianos sean obligados a vivir de cualquier modo, a pocos les quedan ganas de “bendecir lo temporal”. A la muerte finalmente se sucumbe. La “eutanasia activa”, es decir, matar, es tan sólo el reverso de un activismo que cree estar obligado a “hacer algo” hasta el último momento, si no con la vida, entonces con la muerte. A la vista de nuestras posibilidades técnicas, la medicina ya no puede continuar secundando el principio de mantener toda vida humana en todo momento mientras sea técnicamente posible. No puede hacerlo por razón de la dignidad humana, que también pide un digno dejar morir. El ensañamiento terapéutico tampoco es viable por razones económicas.

      Los medios de que disponemos son, a su vez, limitados. A la hora de distribuirlos hemos de ponderar con criterios secundarios algo que de suyo es imponderable, la vida humana. Esto es evidente, por ejemplo, en el asunto de la escasez de órganos para donación y trasplante. También hay que tener en cuenta un criterio restrictivo en los gastos diagnósticos y terapéuticos, si bien en ningún caso vale ese criterio para los gastos relacionados con la atención y el cuidado. ¿Realmente tiene que soportar una persona anciana de 88 años, que ha sufrido una hemorragia cerebral y permanece inconsciente, una costosa operación dos días antes de su fallecimiento? ¿Hay que gravar con esos gastos a la comunidad solidaria de los asegurados?

      A la vista de las crecientes posibilidades de la medicina, la ética médica tiene que desarrollar nuevos criterios para establecer los protocolos de la actuación ordinaria, criterios según los cuales hemos de sostener a las personas enfermas, prestándoles la atención y suministrándoles los cuidados médicos de acuerdo con la edad, expectativas de curación y demás circunstancias personales. Quien censura la renuncia al empleo de medios extraordinarios y la califica de muerte por omisión, prepara el camino —frecuentemente de modo intencionado— el camino para la “activa ayuda a morir” [eutanasia], esto es, para matar. El movimiento hospitalario, y no el movimiento pro eutanasia, es la respuesta digna y humana a la situación actual. La iniciativa y la solidaridad son las fuerzas que hay que movilizar ante los problemas que nos salen al encuentro, cuando la salida barata queda cerrada inexorablemente. Si el morir no se entiende como parte del vivir, entonces se abre paso la cultura de la muerte.

Robert Spaemann
Artículo publicado el 26 de octubre del 2005, en el Stuttgarter Zeitung, en el que Spaemann expone su contribución al debate sobre la eutanasia en Alemania. Lo hace con ocasión de la apertura en Hannover de la primera filial alemana de la asociación suiza de ayuda a morir ‘Dignitas’.
Traducción del profesor José María Barrio Maestre, colaborador de Arvo.net
Almudí

martes, 27 de septiembre de 2011

EL DON MÁS BELLO

El don más bello
¿Qué es la Iglesia y cuál es su misión? En el Olympiastadion de Berlín, Benedicto XVI lo ha explicado partiendo de la parábola de la vid y los sarmientos


      Los sarmientos pertenecen a la vid, y, por eso mismo se pertenecen unos a otros. Esto «no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica», sino en cierta manera «un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital». Y es que «la Iglesia es esa comunidad de vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía». Por tanto «Yo soy la verdadera vid» significa realmente: «Yo soy vosotros y vosotros sois yo».

      Un día, camino de Damasco, para apresar a los cristianos, Jesús detuvo a Saulo y le preguntó: «¿Por qué me persigues». Y Saulo entendió que quien persigue a Jesús, persigue a los cristianos, que forman una realidad viva, un solo cuerpo con Él. En Alemania, donde se originó la Reforma protestante y actualmente se produce una gran descristianización, donde los católicos son minoría, el Papa traduce directamente lo que le pasó a Saulo: «Por tanto, es Jesús quien sufre las persecuciones contra su Iglesia. Y, al mismo tiempo, no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesús está con nosotros». La Iglesia es la comunión de vida con Cristo.

      Jesús dice: «Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador» (Jn 15, 1) que poda los sarmientos para que den fruto y elimina los que están secos. Esto significa, según el Papa, que «Dios quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, para darnos un corazón vivo, de carne» (cf. Ez 36, 26). Cristo ha venido para darnos vida y fuerza a nosotros, débiles y pecadores (cf. Lc 5, 31s). Por eso el Concilio Vaticano II llama a Iglesia "sacramento universal de salvación" (LG 48) (es decir, signo e instrumento de salvación). Esta es, resume Benedicto XVI, «la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo».

      No todos entienden la naturaleza de la Iglesia y su misión. Algunos —continúa— la miran quedándose en su apariencia exterior; la consideran «únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la 'Iglesia'. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia».

      De esa visión no brota ya la alegría de pertenecer a esta vid: «La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la 'Iglesia' y los 'ideales sobre la Iglesia' que cada uno tiene». Y surge la tentación de separarse de la vid, con el resultado de quedar seco y ser destinado al fuego (cf. Jn 15, 6). Una opción de dramáticas consecuencias. (En Alemania muchos han tomado el camino de la apostasía, separándose de la Iglesia).

      En cambio, el que permanece con Cristo bebe del agua viva y se fortalece: «En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida».

      Así pues, «lo importante es que permanezcamos en la vid, en Cristo». Nota el Papa que, en ese breve pasaje, el evangelista destaca la palabra permanecer una docena de veces. Y añade Benedicto XVI: «En nuestro tiempo de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad es frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras necesidades, como los discípulos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros, porque anochece (cf. Lc 24, 29), porque las tinieblas nos rodean”; el Señor resucitado nos ofrece aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y seguridad. Donde la aridez y la muerte amenazan a los sarmientos, allí en Cristo hay futuro, vida y alegría».

      Como contenido central de su explicación, subraya el Papa alemán: «Permanecer en Cristo significa, como ya hemos visto, permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En esta comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Ellos resisten juntos a las tempestades y se protegen mutuamente. Nosotros no creemos solos, sino que creemos con toda la Iglesia».

      Y retomando desde el principio su explicación, recuerda que la Iglesia es la vida que tenemos los cristianos con Cristo. En términos de Pío XII, la Iglesia es «la plenitud y el complemento del Redentor» (Cuerpo místico). Con palabras de Benedicto XVI, la Iglesia es mensajera de la Palabra de Dios y dispensadora de los sacramentos, prenda de la vida divina y mediadora de los frutos de la vid. Utilizando una breve y sorprendente expresión, afirma: «la Iglesia es el don más bello de Dios». Y cita a San Agustín: «En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo».

      Se trata de un argumento que Joseph Ratzinger viene empleando desde los años setenta: permanecemos en la Iglesia porque sólo así permanecemos plenamente en Cristo, porque ella es nuestro hogar y quien nos educa en la belleza, y así podemos llevar la vida verdadera al mundo.

      Fue en Alemania, en los años 30 del siglo XX, en donde se quiso suprimir a Dios, con la consecuencia trágica de suprimir al hombre. Y el lema de esta visita pastoral es: "Donde está Dios, allí hay futuro".

      La homilía en Berlín concluye: «Quien cree en Cristo, tiene futuro. Porque Dios no quiere lo que es árido, muerto, artificial, lo que al final es desechado, sino que quiere las cosas fecundas y vivas, la vida en abundancia».

Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
ReligionConfidencial.com

lunes, 26 de septiembre de 2011

En el Bundestag, Benedicto XVI apela a la conciencia de los políticos

   Con su discurso sobre el fundamento del Derecho, el Papa impresiona y obtiene elogios de políticos de distintas ideologías. Ha sido una de las intervenciones más importantes de este viaje papal

   Eran exactamente las 16.49 del 22 de septiembre cuando Benedicto XVI comenzó el probablemente más esperado discurso de su visita oficial a Alemania. Los diputados le acababan de recibir con un aplauso “más largo de lo que hacía esperar la mera cortesía, quizá fruto del remordimiento de conciencia debido a las largas discusiones anteriores sobre la conveniencia de que un Papa hablara en el Parlamento alemán”: así dijo el comentarista de Phoenix, una sub-cadena de la segunda cadena de la televisión alemana, la pública ZDF, que retransmitió el acto en directo.

   El Papa no cayó en “la trampa”, como comentó el diario Die Welt, de pronunciar una “filípica” contra el espíritu de los tiempos, contra los temas de actualidad en los que la política se aleja de la doctrina cristiana. Si lo hubiera hecho —continúa el rotativo de Berlín—, el Papa, “en el lugar más sagrado de una República laica”, “hablando como un ciudadano, habría hecho el juego a aquellos que consideraban inadecuado que el representante supremo de la Iglesia hablara en el Parlamento alemán”.

    Sin embargo, en una alocución “muy inteligente, no exenta de humor e incluso de autoironía” —como la calificó Andrea Nahles, secretaria general del partido socialdemócrata y católica practicante—, Benedicto XVI trascendió las cuestiones políticas concretas para referirse a los fundamentos del derecho: “Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político (...). ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente?”. Un discurso metapolítico, que —en palabras de Volker Kauder,presidente del grupo parlamentario cristiano-demócrata— “ha puesto de manifiesto que nos hemos de preguntar una y otra vez: ¿cuáles son los auténticos fundamentos de nuestras decisiones?”.

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TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO: AQUÍ

Aceprensa

domingo, 25 de septiembre de 2011

El sol sobre Alemania

El sol sobre Alemania
Es necesario superar el error del pasado de enfatizar cuanto divide a los cristianos e insistir en cambio en cuanto les une: la fe en el Dios trinitario revelado por Cristo y su testimonio en un mundo sediento de él, como si se adentrara más y más en un desierto sin agua

      Se puede ya extender a todo el viaje la acertada imagen del sol sobre Berlín elegida por Frankfurter Allgemeine Zeitung para titular un comentario al magistral discurso de Benedicto XVI —que, con una elección inteligente y periodísticamente perfecta, ha publicado íntegramente el autorizado periódico alemán—. No sólo y no tanto por el bellísimo tiempo fresco y soleado que está acompañando la visita, sino por su importancia en los distintos momentos. El sol, por lo tanto, resplandece sobre Alemania, donde Joseph Ratzinger ha regresado por tercera vez desde que fue elegido Papa para encontrar a la gente y hablar de Dios, como enseguida explicó.

      En la tradición cristiana la luz solar significa también aquella divina que ilumina el mundo, y precisamente el obispo de Roma ha elegido hablar de la luz de Dios al encontrar en Erfurt —justo donde el joven Lutero estudió teología— a los representantes evangélicos, acogido con auténtica cordialidad. Y naturalmente es la cuestión acerca de Dios, central en el pensamiento y en el tormento del joven monje agustino, lo que interesa sobre todo a Benedicto XVI. ¿Quién se preocupa de ello, incluso entre los cristianos? ¿Quién se toma en serio las propias faltas y la realidad del mal? Reflexionar sobre “la causa de Cristo” querida por Lutero, y por ello sobre la fe, es hoy el compromiso ecuménico principal, en un mundo donde pesa cada vez más la ausencia de Dios.  

      Precisamente utiliza el Papa la imagen de la luz para describir el progresivo distanciamiento del mundo respecto a Dios: al principio sus reflejos todavía lo iluminan, pero después el hombre acaba por perder su vida cada vez más. He aquí por qué es necesario superar el error del pasado de enfatizar cuanto divide a los cristianos e insistir en cambio —y ya es mucho— en cuanto les une: la fe en el Dios trinitario revelado por Cristo y su testimonio en un mundo sediento de él, como si se adentrara más y más en un desierto sin agua, como dijo Benedicto XVI en la homilía inaugural de su pontificado.

      Este testimonio común de los cristianos se debe reflejar —en sociedades donde la ética se sustituye con cálculos únicamente utilitaristas— en la lucha por defender «la dignidad inviolable del hombre, desde la concepción hasta la muerte». En diálogo con las otras religiones, y en particular con el judaísmo y con el islam, como ha repetido el Papa encontrando a algunos de sus representantes. Con los musulmanes y los judíos, en efecto, los cristianos y los católicos pueden y deben colaborar, en sociedades en las que hace falta combatir juntos a fin de garantizar la dimensión pública de las religiones y para crear, a través de la justicia, las condiciones para la paz: opus iustitiae pax, según la expresión veterotestamentaria elegida como lema por Eugenio Pacelli.

      En un tiempo de inquietud e indiferentismo, y en circunstancias que no raramente oprimen como en una prensa, quienes viven en la alegría de la Iglesia, que es el don más bello de Dios, deben dejarse transformar misteriosamente en el vino dulce de Cristo. Ofrecido a todos los hombres con amistad y con la razón. El hombre puede hoy destruir el mundo, y por ello, con la razón, hay que reencontrar los fundamentos del derecho. Como explicó en el Parlamento de Berlín —escribe sugestivamente Frankfurter Allgemeine Zeitung— el pescador de hombres llegado de Roma.

Giovanni Maria Vian
L´Osservatore Romano / Almudí

sábado, 24 de septiembre de 2011

Un papa en la tierra de Lutero

Un papa en la tierra de Lutero

Un viaje al corazón de Europa en medio de las crisis sobre su identidad

      Del 22 al 25 de septiembre, con el lema "Donde está Dios, ahí hay futuro", Benedicto XVI realiza una nueva visita apostólica internacional. Es ya la vigésimo primera desde su elección pontificia. El destino es su Alemania natal, con paradas en Berlín (con visitas oficiales al parlamento alemán y una misa en el Olympiastadion, donde Hitler clamó por la Guerra total), Erfurt —la ciudad católica de Lutero—, el santuario mariano de Etzelsbach y Friburgo de Frisgovia, donde mantendrá un encuentro con los miembros de la Conferencia episcopal alemana y con los jueces del Tribunal constitucional federal. En Alemania esto es posible. 

      En estos lugares se encontrará también no solo con protestantes, sino también con ortodoxos, judíos y musulmanes. En la actualidad, el 30,18% de los alemanes son católicos. El número de católicos bautizados asciende a casi 25 millones de personas (24.675.000), el 30,18% de la población. Hace poco que el número de católicos ha superado por poco a los protestantes, y el clima actual, no tiene nada que ver con las guerras de religión. La canciller alemana, Angela Merkel, hija de un pastor protestante, destacó por su parte que el viaje de Benedicto XVI anima a «la convergencia y la solidaridad entre los cristianos y la sociedad actual»
      Además el cardenal Koch, el suizo presidente del Pontificio consejo para la unidad de los cristianos, ha declarado que «la Iglesia católica y la Federación luterana mundial preparan una declaración común sobre la Reforma de cara al quinto centenario de la publicación de las 95 tesis de Lutero en 2017». En medio de la crisis económica que no cesa —más aún, hasta se incrementa, como ahora volveremos a decir— y mientras Alemania sigue siendo la locomotora de Europa, estos encuentros resultan más que interesantes. Un viaje al corazón de Europa en medio de las crisis sobre su identidad y del euro. El papa alemán ha hablado siempre de las raíces éticas de la crisis económica. A esto se une el hecho de que Benedicto XVI va a visitar a los osies, como se llama coloquialmente a los alemanes que viven en la antigua República democrática alemana.

Antecedentes
      Todo tiene una historia. En 1974, un Trabant —un pequeño coche de Alemania del Este— traqueteaba a través de los campos de Turingia, una provincia de la comunista República Democrática alemana. En el sitio del copiloto se sentaba el profesor Joseph Ratzinger y al volante estaba Joachim Wanke, entonces asistente del seminario local, el único en la RDA. Los dos sacerdotes, escribe Rainer Erice, un periodista de la radio alemana Mitteldeutsche Rundfunk Thüringen (MDR), se encontraban realizando una excursión a las históricas ciudades de Jena y Weimar. Era un momento de relajación durante la breve visita de Ratzinger a Alemania del Este, cuyo propósito era dar una serie de ponencias a los estudiantes y teólogos de Erfurt, capital de Turingia. 

      Lo importante de esta visita es que marcó el comienzo de la vigilancia a la que sometió la Stasi, o policía secreta de Alemania del Este, al profesor Ratzinger. Los documentos revelan que en 1974, la Stasi era muy consciente de que Ratzinger tenía futuro en la Iglesia, pero no tenían los espías adecuados para seguirle. En los informes, a pesar de que lo querían retratar negativamente, no pudieron evitar hacer alguna observación positiva. Además de alabar su gran inteligencia, destacaron: «Aunque puede parecer tímido al principio en una conversación, tiene un encanto que te gana».

      Ahora bien, ¿qué piensa Benedicto XVI de Lutero y de los protestantes? En su libro de 1987 titulado Iglesia, ecumenismo y política, Ratzinger escribió que había dos Luteros: uno el escritor del catecismo, compositor de himnos y promotor de la reforma litúrgica (este Lutero tendrá algo de precursor del Vaticano II); y otro Lutero polemista, que se centraba en el individuo, olvidándose del todo de la Iglesia. Han tenido lugar desde entonces muchos acuerdos y diálogos entre católicos y luteranos, además de con otros protestantes. Pero existen todavía importantes problemas: por ejemplo, en lo que se refiere al concepto de ministerio (la ordenación de mujeres y homosexuales sería un índice de ello), de autoridad (al no existir más que la de cada comunidad y tender más a una estructura democrática) y en lo que se refiere a la enseñanza moral, especialmente en el ámbito de la bioética. 

      A la vez, el conocimiento del papa actual del reformador alemán, así como su contribución directa a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación (1999). El 3 de noviembre de 1998 mantuvo una reunión con algunas autoridades luteranas para desbloquear el acuerdo. Según Allen, la contribución de Ratzinger consistió sobre todo en tres acciones: en primer lugar, insistió que el diálogo ecuménico consistía en la "diversidad reconciliada", no en la fagocitación de otras confesiones cristianas. «Esto es importante para muchos luteranos en Alemania —dijo entonces Ratzinger—, quienes temen que nuestro último objetivo es su retorno a Roma».

      En segundo lugar, el cardenal Ratzinger reconoció a su vez la autoridad de la Confederación luterana mundial para alcanzar este acuerdo. Por último, Ratzinger se manifestó de acuerdo en que, mientras los cristianos hemos de hacer buenas obras, la justificación y el juicio de Dios corresponde a la misericordia de Dios. Faltaría más. El obispo George Anderson, de la Iglesia evangélico-luterana de América, quien no estuvo allí pero quien se carteó con los participantes afirmó: «Fue Ratzigner quien deshizo el nudo gordiano… Sin él no hubiera habido acuerdo».

Reacciones
      El teólogo luterano Reinhard Frieling sugirió no hace mucho que Benedicto podía ser declarado "cabeza honorario de la cristiandad", que está todavía muy lejos del "pleno, inmediato y universal potestad ordinaria en la Iglesia" proclamado por el Vaticano II. Pero esta sugerencia denota una gran apertura, sobre todo viniendo de un protestante (Lutero, con su énfasis habitual, había sostenido en numerosas ocasiones que el papa era el anticristo). Ahora la fórmula era "unidad con el papa, pero no bajo él". Por su parte, a los pocos días de su tercer viaje a Alemania, Benedicto XVI realizó un gran regalo a sus compatriotas, como muestra de buena voluntad: el envío a Dresde de una obra maestra de Rafael que antes jamás había salido de los Museos Vaticanos, la llamada Virgen de Foligno o Virgen Sixtina, conservada en Dresde desde mediados del siglo XVIII. María volvía a tierras alemanas, aunque no hemos de olvidar que está también en los cuadros de los luteranos Durero y Grünewald.

      No todo son datos a favor, sin embargo. Los obispos alemanes admitieron a la vez que la próxima visita del papa Benedicto XVI a su país de origen se produce en momentos en que el catolicismo en Alemania vive una "fase difícil", tras los escándalos sobre abusos sexuales en diversos centros educativos regentados por religiosos. «Vivimos una fase difícil y el santo padre no cierra los ojos ante la situación de la iglesia en Alemania», dijo el presidente de la Conferencia Episcopal germana y obispo de Friburgo, Robert Zöllitsch, durante una conferencia de prensa en Berlín unos días antes. 
      Las manifestaciones anti-papa han tenido también lugar ante la Puerta de Brandenburgo. Además algunas autoridades de Berlín han puesto trabas para desplegar grandes carteles de bienvenida al papa. En efecto, un tribunal administrativo falló en contra de la propuesta, señalando que dichas vallas podían resultar antiestéticas, ser una distracción para los conductores y causar accidentes de tráfico (tal vez estaban pensando en otro tipo de publicidad…). Los grandes carteles de casi diez metros cuadrados están permitidos en el distrito Mitte solo para campañas electorales y por "razones de abrumador interés público", que es determinado por las autoridades locales. También algunos parlamentarios declararon que no asistirían al discurso del pontífice, a pesar de haber sido aprovada la visita al Bundestag por mayoría.

      «Con Benedicto XVI parece que siempre funciona el “más difícil todavía”», comentaba un periodista español. En septiembre le espera la gran Alemania, su patria, y la estación central está en Berlín. Ciudad enigmática, cóctel explosivo de diversas esencias: la fría rigidez prusiana; la ideología marxista y el consiguiente vacío existencial; la inquietud cultural siempre en el filo de la protesta contra la tradición; y una suerte de contracultura ‘underground’ que convive con la soberbia tecnológica de una ciudad que quiere proyectarse al futuro a todo gas, quizás porque su pasado está lleno de incómodos fantasmas.

      Desde el punto de vista de la historia católica, Berlín es también el emblema de la Kulturkampf y de la atávica revuelta antirromana, que siempre encuentra en suelo germano un humus especialmente fértil. Bonito escenario para el papa nacido en Baviera [los bávaros son los tradicionales opositores de los berlineses], para el teólogo que ha desanudado todos los complejos ligados a ese malestar difuso que ahora puede convertirse en un torrente de improperios. Pero él quiere ir, sabe bien que tiene que ir precisamente allí. Se lo dijo a su paisano Peter Seewald: «sí, allí el rebaño está apremiado, y si el Señor me regala todavía la fuerza necesaria, iré con gusto»

      El papa alemán mantenía especial interés por su país. «Por un lado —decía Robert Zöllitsch, presidente de la conferencia episcopal alemana— su secretario, mons. Georg Gänswein, es un alemán. Lo informa sobre las cosas más importantes, también por Internet. No se puede pretender que el Papa navegue en internet directamente. Y luego tiene un amplio círculo de amigos en Alemania. Cuando me convertí en presidente de la Conferencia episcopal, me dieron enseguida el consejo de informar al Santo Padre, en lo posible, siempre directamente. Y debo decir que el papa Benedicto realmente escucha». Esperemos que ahora también Alemania, la tierra de Lutero, escuche al papa alemán.

Pablo Blanco Sarto. Universidad de Navarra
Alfa y Omega / Almudí

viernes, 23 de septiembre de 2011

Fumar durante el embarazo

Fumar durante el embarazo
   Pienso que debo esforzarme por entender a todos, pero no es igual la comprensión con el errado que la conversión del yerro en un logro social

      Habiendo dejado el tabaco hace bastantes años, me sorprendió la saludable propaganda de un paquete de cigarrillos: Se muestra un no nacido en el vientre de su madre. Sobre la imagen se lee: "Las autoridades sanitarias advierten". En la parte inferior, la advertencia: "fumar durante el embarazo perjudica la salud de su hijo". No se especifica la edad del embrión o feto, basta estar embarazada para considerarlo un hijo al que se puede dañar fumando. 

      Pero mi sorpresa no aconteció por la información sanitaria, que he de suponer buena, sino porque resulta que esa misma madre adquirió recientemente el 'derecho' de matar a su hijo sin necesidad de fumar. No sé si vivimos en una sociedad plagada de hipocresía, de contradicciones, de sinrazones o de qué, para engendrar tales dislates. Y sé que es políticamente incorrecto afirmar que esto es un desatino. Hasta ese punto ha llegado nuestra irreflexión. Fumar es malísimo —y lo es—, pero matar, por muy pequeñito que sea el hijo, puede ser hasta bueno. Para algunos, una nueva libertad conquistada. 

      Prácticamente, estamos en época electoral. Por cierto, en la anterior, el candidato ganador había prometido que en la legislatura ahora finiquitada no iría una nueva ley del aborto, aunque después fue. Y sucedió así como petición del partido gobernante, olvidando a la gran mayoría de sus votantes no afiliados al partido. No hablo en términos políticos, pido la expresión de la verdad en las campañas electorales para que los ciudadanos sepan de veras a qué atenerse. Y es muy posible que en estos meses se obvie esta ley alegando que estamos en otras preocupaciones: las económicas. Pues si es así, se estará triturando la vida, que es la razón de la economía pero, además, puestos a ahorrar, vamos a empezar economizando tiempo y dinero en esta lamentable actividad. 

      Yo vivía en Italia cuando se hizo el referéndum sobre el aborto y las razones de los partidarios eran, como siempre, puramente emocionales, sin ahondar en la cuestión: destruir una vida y dejar, con muchas probabilidades, una serie de secuelas en la madre, que nadie se ocupará de llevar ni siquiera a una anónima estadística. Recuerdo uno de los eslóganes pro-abortistas: Te tirarán a la cara la foto de tu hijo para hacerte votar como vota Almirante. Éste era jefe de filas del MSI, considerado como sucesor del fascismo. Y, claro, nada peor para un italiano que votar como Almirante. Lo que estaba en cuestión dejaba de interesar, se movía la atención hacia otra parte. 

      Cuando en España se hizo la primera ley contra la vida del no nacido, se habló y se escribió acerca del 'drama del aborto'. Así decían sus partidarios para afirmar de seguido que, aun siendo trágico, había casos en los que se concebía imprescindible. El ejemplo habitual fue el de la violada o el del hijo que venía con malformaciones. Este segundo ejemplo se utilizó menos porque no era muy correcto con los discapacitados. El resultado fue que el noventa y tantos por ciento de los abortos practicados tuvieron como causa la salud psicológica de la madre, en muchas ocasiones no demostrada, como se está viendo ahora en un proceso judicial conocidísimo y en curso. 

      Y resulta que ese juicio parece arcaico en las actuales circunstancias, en las que hemos pasado —en ocasiones, asentado por las mismas personas— del 'drama del aborto' a la 'ampliación de las libertades', entre las que hemos alcanzado el derecho a matar al 'nasciturus'. Pienso que debo esforzarme por entender a todos, pero no es igual la comprensión con el errado que la conversión del yerro en un logro social. 

      No escribo fundamentalmente para los que hicieron la ley, sino para aquellos que pueden derogarla. Y a quienes deseen prolongarla, les solicitaría el esfuerzo de buscar frente a la muerte, y a los problemas posteriores originados, algo más consistente que aquello de que yo no quiero que ninguna mujer vaya a la cárcel por este motivo, porque sería difícil recordar cuándo fue la última; o lo de que el embrión es un ser vivo, aunque no un ser humano. En la cajetilla de tabaco lo han olvidado: es un hijo de una embarazada sin especificaciones antropológicas. Yo tampoco pretendo la prisión para nadie, salvo para el que la merezca: tal vez principalmente quien monta un negocio ilícito e inmoral con tan serio asunto. Más que el realizado con la guerra. 

      José Gabaldón escribía en la Tercera de ABC que nuestro Tribunal Constitucional (Sentencia 53/1985 hasta ahora no modificada) afirmó que la vida "es un devenir" que "comienza con la gestación" y genera "un ‘tertium’ existencialmente distinto de la madre", o sea, un nuevo y distinto ser humano vivo y viviente, a respetar. Por eso formuló seguidamente la obligación que tiene el Estado de "protegerlo y no obstaculizar el proceso de su desarrollo". ¿Cómo puede admitirse la constitucionalidad de una ley que otorga el derecho a dar por terminado un proceso cuya protección es deber estatal? 

      Y por encima de esto, ¿cómo puede negarse la vida, el derecho humano más elemental, la ética primaria?

Pablo Cabellos Llorente
Las Provincias / Almudí

jueves, 22 de septiembre de 2011

La vocación universitaria

La vocación universitaria
La verdad tiene una primera consecuencia en la vida del hombre, la de ordenar su actividad, el ejercicio de la libertad

      Benedicto XVI quiso incluir, en los actos de la Jornada Mundial de la Juventud, un encuentro con los profesores (19 agosto). En él, trazó un panorama esperanzador y preocupante de la Universidad actual. Romano Guardini, en su ensayo sobre El poder (aparecido en 1951), adelantó el diagnóstico. En síntesis, éste consistía en la enfermedad del espíritu, lo que ocurre «desde el momento en que la verdad en cuanto tal pierde su importancia, el éxito sustituye a lo justo y lo bueno, lo sagrado ya no se siente y ni siquiera se echa de menos»

      A pesar de los medios —las nuevas tecnologías— y quizá por efecto de lo complejo y abundante de los datos, se ha perdido la visión de conjunto. Se han cometido improvisaciones en detrimento de la reflexión y el sosiego, tan importantes para el crecimiento del espíritu. Ello ha debilitado la razón de ser de la Universidad. Ésta, como institución al servicio del saber, tiene por misión acercarse, de modo riguroso, a la verdad en todas sus facetas. Empresa que implica una actitud de humildad y perseverancia. La verdad está más allá de nuestro alcance, «podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva» (Benedicto XVI).

      La verdad tiene una primera consecuencia en la vida del hombre, la de ordenar su actividad, el ejercicio de la libertad. «La libertad —escribe Scrutonno es un regalo de la naturaleza, sino el resultado de un proceso educativo, algo que debemos obtener a través de la disciplina y el sacrificio» (Apud A. Delibes, Scruton y las falacias de la educación). El estudio es disciplina, superación de dificultades y educación de la voluntad.

      También la verdad, el conocimiento preciso de la realidad, se erige en el soporte del bien común (frente a la arbitrariedad e incompetencia). En esto consiste la aportación de la Universidad a la sociedad. Todo lo contrario del activismo o militancia del profesor-agitador, al servicio de diversas ideologías y sumiso al denominado progresismo, censor férreo.

      Hoy, nuestros políticos y las leyes, han propiciado la degradación de la Universidad, cuya radiografía ha realizado J. Penalva. Síntoma de su decadencia es el relativismo, que desprecia o desconfía de la verdad, de los contenidos. Las corrientes pedagógicas hegemónicas han impuesto esta tendencia (ver la recensión de J. Aguilar Jurado de: G. Luri Medrano La escuela contra el mundo). En consecuencia, el profesor ha perdido la autoridad dentro del aula. Aquélla deriva de «ser una persona que, se mire por donde se mire, sabe más y puede hacer más que sus discípulos» (H. Arendt). En el esquema sensato que venía funcionando, el profesor era responsable de introducir al niño o al joven, sin manipularlos, en el mundo. Él le transmitía el acervo cultural que enriquecía la condición humana.

      El hueco, dejado por la vocación abierta a la verdad, ha sido ocupado por el utilitarismo. La naturaleza de la Universidad se trastoca y adquiere un nuevo cometido: suministrar un tipo de persona homogéneo, regido por lo políticamente correcto y adaptado a las exigencias del mercado. Dice Guardini que «hoy se forma un tipo de hombre que vive del momento, que adquiere ese carácter agobiador de poder ser reemplazado a voluntad, y de estar dispuesto a ser manejado por el poder». Muchos han prevenido contra el falso atajo de la “Universidad profesional” (García Morente, Alejandro Llano, etc.). «La auténtica educación superior nunca persigue la “creación de puestos de trabajo” o la formación de técnicos especializados. Puede y de hecho logra producir estos efectos, además; pero son sólo efectos secundarios» (R.A. Kirk).

      En el marasmo actual, pierde sentido la libertad de cátedra y de investigación. «Si no se vuelve a conquistar la jefatura del empeño, mejor dicho, la pasión del deseo de saber, la libertad académica perderá sentido y será sustituida por la reglamentación y la tutela. Pues, para qué la auténtica elección y el movimiento espiritual espontáneo, si el canon definitivo está en el provecho? Éste se obtiene mejor con una planificación lo más completa que quepa» (R. Guardini). El dirigismo burocrático, los instrumentos didácticos, o las “dinámicas”, han reemplazado la iniciativa docente y la solidez de la doctrina.

      Los planes de estudio de las enseñanzas universitarias, como las de niveles inferiores, se estructuran en competencias, con el último objetivo de la empleabilidad. Estos conceptos han sido expresamente recogidos en la normativa (cf. Real Decreto 1393/2007 de ordenación de las enseñanzas universitarias oficiales).

      «La visión reduccionista y segada de lo humano» a que conduce la utilidad y el pragmatismo (Benedicto XVI), esto es, sustituir el aprender por el hacer (H. Arendt), se quiere suplir con el énfasis en los valores. La citada disposición establece, como principios generales, para los planes de estudios de las enseñanzas universitarias: “derechos fundamentales y de igualdad entre hombres y mujeres”; “Derechos Humanos y los principios de accesibilidad universal”, y “valores propios de una cultura de paz y de valores democráticos”. Ingenuamente se cree que los valores se pueden transmitir al margen del testimonio de vida (modelos básicos para la construcción de la propia identidad) y que el éxito profesional puede llegar sin esfuerzo y dedicación, orientados por el profesor.

      Benedicto XVI apuesta por esta dimensión humanísima de la formación universitaria que demanda del profesor «comprender y querer (a los jóvenes), en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza. (…) Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador».

      Ambos aspectos, el más intelectual de la enseñanza y el más vivencial de la educación, se interconectan. El objetivo de toda formación digna de este nombre es el pleno desarrollo de la persona. «No se puede educar sin enseñar al mismo tiempo; una educación sin aprendizaje es vacía y por tanto con gran facilidad degenera en una retórica moral-emotiva» (H. Arendt).

      Benedicto XVI, en la vigilia de oración, por la beatificación del Cardenal Newman (18 septiembre 2010), afirmó: que «cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo, que es “el camino, y la verdad, y la vida” (Jn 14,6)». Y, más adelante, reconocía lo arduo del ideal de defensa y vivencia de la verdad. «En nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido, ridiculizado o parodiado». No es un sufrimiento estéril, forma parte de la cruz que purifica y eleva. Guardini, un gran universitario, se refería al hombre que, tras la experiencia del totalitarismo, «vuelve a comprender la inmensa fuerza liberadora que se centra en el dominio de sí mismo y cómo el sufrimiento aceptado desde dentro transforma al hombre, vuelve a saber que todo crecimiento esencial no depende sólo del trabajo, sino también de un sacrificio libremente ofrecido».
José Mª Martí Sánchez. Doctor en Derecho
AnalisisDigital.com