En estos días, y en diferentes medios de opinión, he visto comentarios a una conferencia del profesor inglés, Mathhew Forde, converso católico, sobre la situación actual de la sociedad europea.
En el texto de la exposición, hay una referencia explícita a Inglaterra, de la que se afirma que, en los últimos 50 años se ha producido "una caída generalizada de la asistencia a la Iglesia, del contacto de la gente con el cristianismo organizado, de los matrimonios religiosos y de la asistencia a las escuelas dominicales y del peso de la religión en la política". Afirmaciones semejantes se pueden hacer de cualquier otra sociedad europea.
Lógicamente, las referencias al materialismo, al relativismo, al individualismo, son frecuentes a lo largo del texto; y es lógico y normal que sea así. Los análisis, y las exposiciones sobre la decadencia profunda de la civilización, impregnada de cristianismo, vigente un tiempo en Europa se han multiplicado por doquier.
Y ya es casi un lugar común, concluir el análisis señalando que el individualismo, egoísmo, lleva a una "descomposición de los lazos comunitarios; a "una crisis de la institución de la familia", acompañada del aumento de divorcios, del descenso de los matrimonios, y lógicamente del número de nacimientos. Estos analistas son conscientes de que una vez superada la cuestión del trabajo y de la producción, la crisis económica actual, la sociedad seguirá con la misma degradación que hoy.
¿Vale la pena seguir analizando lo que ya desde hace más de un siglo era una realidad latente, que salió a la superficie como una verdadera explosión sólo después de la Segunda Guerra Mundial? Quizá no. Esa decadencia no es más que el fin anunciado de los diferentes intentos de construir una "civilización sin Dios".