Yo me atrevería a decir que por encima de sus títulos y curriculum impresionante −que nunca exhibió ni hizo pesar− destacó su sencilla humildad, ejercida primero como el hijo y colaborador más efectivo del fundador, y después como padre de todo el Opus Dei
Todavía vivimos muchas personas que hemos conocido a Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaríaal frente del Opus Dei. A él le correspondió concluir una tarea aparentemente inacabada del fundador: la aplicación de una norma jurídica que expresase adecuadamente lo que esta institución es, una de las estructuras jurisdiccionales de las que se dota la Iglesia, con un prelado a la cabeza, un presbiterio de sacerdotes seculares y pueblo fiel compuesto de mujeres y hombres que son cristianos corrientes. He afirmado que el fundador dejó aparentemente inacabada esa tarea, porque las prelaturas personales ya las había creado el Concilio Vaticano II, pero esperaba el prudente momento para solicitar la erección del Opus Dei como tal.