La familia es en sí una gran comunidad educativa: no se encierra dentro del hogar, sino que contribuye a la renovación de la sociedad y de la propia Iglesia, a pesar de las fuerzas poderosas que operan en sentido contrario
El Papa se propone dedicar las audiencias de los miércoles a una catequesis sobre la familia. Habrá que estar atentos, porque coletea el eco del debate en el sínodo extraordinario de Roma, con interpretaciones variadas: algunas, duras y quizá exageradas, reiteran conflictos entre África y Occidente −especialmente Alemania− como los anglicanos −episcopalianos− de EEUU en los últimos años.
Sobre las familias se proyectan las modernas transformaciones sociales y culturales. El Concilio Vaticano II le dedicó ya un notable espacio, tanto en la constitución pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, como en el documento dogmático Lumen Gentium, fundamento de importantes avances teológicos, en concreto, eclesiológicos.
La importante atención del Magisterio eclesiástico en estas décadas se resume bien en la relación final del Sínodo de 2014. Se mencionan documentos valiosos, que vale la pena releer. Lo he hecho con la exhortación Familiaris Consortio de Juan Pablo II: un texto muy actual y difícilmente superable; un gran documento doctrinal, necesitado quizá sólo del esfuerzo de vivirlo y difundirlo por parte de los creyentes. Lo recomiendo de veras. Es un excelente desarrollo del capítulo de Gaudium et Spes (nn. 47-52) dedicado a promover la dignidad del matrimonio y de la familia, comunidad de vida y de amor. En cierto modo, saca las consecuencias de la configuración teológica de la iglesia doméstica en la edificación del cuerpo de Cristo.
Pablo VI puso de relieve el vínculo esencial entre amor conyugal y generación de la vida, en la encíclicaHumanae Vitae (1968). No hace mucho, con motivo del cuadragésimo aniversario de ese documento pontificio se organizaron congresos y simposios, con un cierto denominador común: revelar su carácter profético, más allá de las reacciones suscitadas en un tiempo postconciliar agitado.
Desde su primera encíclica, Redemptor hominis, Juan Pablo II presentó al hombre y a la familia como caminos de la Iglesia. Aparte de la carta mencionada, muchos recordarán las audiencias generales en las que construyó un auténtico tratado del amor humano. Y de él procede la iniciativa de la creación de institutos, en centros de estudios eclesiásticos, dedicados expresamente a la investigación y la enseñanza sobre matrimonio y familia.
Muchos años después, Benedicto XVI volvería sobre esa verdad del amor entre el hombre y la mujer −arquetipo por excelencia del amor−, en el contexto del amor de Dios (encíclica Deus caritas est, de 2006), y en la construcción de la sociedad (Caritas in veritate, de 2009).
En fin, el papa Francisco escribió en su primera encíclica (Lumen Fidei, 53) sobre la fe en la familia y el compromiso de los jóvenes: “El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades”.
No está de más tampoco mencionar el empeño de los obispos españoles por la familia. Abordaron ya los aspectos pastorales en un documento de 1979. Luego, en 2001, aprobaron otra instrucción, con el expresivo título de “La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad”. Sucede quizá como con los textos magisteriales a que me referí antes: el reto está en la aplicación y en la difusión.
Hoy, la aproximación vital a la familia resulta inseparable del nervio del Concilio Vaticano II: la llamada universal a la santidad y a la evangelización. La familia es en sí una gran comunidad educativa −escuela de humanidad: GS 52−: no se encierra dentro del hogar, sino que contribuye a la renovación de la sociedad y de la propia Iglesia, a pesar de las fuerzas poderosas que operan en sentido contrario.
Pero, como expresaba Juan Pablo II, al concluir FC, “la Iglesia conoce el camino por el que la familia puede llegar al fondo de su más íntima verdad. Este camino, que la Iglesia ha aprendido en la escuela de Cristo y en el de la historia −interpretada a la luz del Espíritu−, no lo impone, sino que siente en sí la exigencia apremiante de proponerla a todos sin temor, es más, con gran confianza y esperanza, aun sabiendo que la «buena nueva» conoce el lenguaje de la Cruz. Porque es a través de ella como la familia puede llegar a la plenitud de su ser y a la perfección del amor”.
Salvador Bernal
religionconfidencial.com / almudi.org