Lo peor es, sin duda, que todo esto nos ha pillado muy desprevenidos. Está en boca de todos que no estábamos preparados para esta situación ni sanitariamente, ni económicamente, ni políticamente.
Pero es más grave que no lo estuviéramos ni culturalmente, ni psicológicamente, ni moralmente. No; nuestra cultura del disfrute y bienestar, toda la caterva de profetas del transhumanismo o del hedonismo prácticamente inmortal, no nos ha preparado para sufrir.
Afortunadamente, son constantes las manifestaciones de verdadera humanidad, los mensajes que en la tragedia nos hacen ver rostros y no solo números o curvas. No obstante, aún falta lo esencial, algo que solo puede empezar por cada uno de nosotros, para llevarlo después a la vida pública.