miércoles, 20 de enero de 2010
Con verdad y caridad
Levante - Emv
Este artículo ha cambiado su rumbo releyendo a san Josemaría: «Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos». Almudi.org - Pablo Cabellos LlorenteJusto cuando pensaba estas líneas, he vuelto casualmente a esa frase.
Luego, he recordado a san Pablo invitando a ejercitar la verdad con caridad. Y de modo quizá necesario, he evocado la última encíclica de Benedicto XVI manifestando que tampoco hay caridad sin verdad: «Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de la caridad».
No es un escenario montado para lo que sigue porque, aunque son temas que debo conocer y esforzarme por vivir, a veces, uno no puede evitar ese algo de ira, acidez o incluso de amargura que producen algunas cosas.
He de tratar con caridad al Presidente del Congreso de los Diputados, también después de sus reiteradas proclamas de catolicismo, compaginadas con lo que, a mi parecer, son desaciertos doctrinales. Mi opinión sería menos valiosa sin una reciente declaración de la Conferencia Episcopal y del constante magisterio de la Iglesia en algunos temas tocados por el señor Bono.
Un día fue el cambio del matrimonio en nuestro país, otro el del aborto y ahora sus opiniones sobre el Obispo Munilla, al que ha calificado de conservador en el plano religioso.
Pero la verdad es que alguien que se llame católico no puede perder esta línea: Revelación, cuya culminación es Cristo; Magisterio de la Iglesia, que custodia e interpreta esa revelación; y vida personal del que no busca justificar sus errores, sino considerarlos a la luz de todo eso.
Es cierto que alguna literatura política, incluso religiosa, denomina conservador al que se empeña en vivir así. Y, en cierta medida, es adecuado el calificativo porque la Iglesia ha de guardar el depósito recibido; pero a la vez, es inadecuado cuando se ve desde una óptica terrena.
El comportamiento de un católico debe conducirse por la humildad de ajustarse a las indicaciones jerárquicas. Teólogos disidentes del magisterio no constituyen jerarquía. Es más, si un obispo cesa en su comunión con el Papa, sus actos no son enseñanza de la Iglesia.
Así, se acude mal a la frase agustiniana «ama y haz lo que quieras» para justificar el cambio conceptual del matrimonio en España, porque amar es cumplir la ley de Dios; no se puede justificar la nueva ley del aborto como mal menor respecto a la anterior, porque es un mal mucho mayor, como afirman los obispos, aunque sólo fuera por considerarlo un derecho, en lugar de un hecho punible despenalizado.
Los calificativos con respecto al obispo de Donostia tienen menos relevancia, pero suponen la vuelta al juicio terrenal sobre asuntos religiosos. No atribuyo intenciones, ni dudo de la buena fe, expongo hechos. Todos tenemos derecho a opinar pero, si lo hacemos en calidad de católicos, deberíamos ajustarnos a las enseñanzas de la Iglesia.
Las leyes se hacen en el Parlamento, pero la moral natural está inscrita en el hombre, y la conciencia católica se forma con Dios a través de la jerarquía. Dice Cristo de sus apóstoles y, en ellos, de sus sucesores: «Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia».
Pablo Cabellos
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