miércoles, 17 de marzo de 2010
No convertir los deseos en derechos
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Con su proverbial lucidez, Alejandro Llano describía en el prólogo de su gran libro, 'La nueva sensibilidad', la aparente paradoja producida con el desarrollo económico y el Estado del bienestar: el aumento de necesidades satisfechas y el crecimiento de prestaciones sociales caminó a la par del incremento de la capacidad de reivindicar nuevos derechos. En el fondo, certificaba la primacía del ser sobre el tener, porque la posesión no colma las expectativas de la condición humana.
Muchas veces se nos propuso hace años la maravilla del modelo sueco. La socialdemocracia nórdica parecía lograr la cuadratura social del círculo, con una gran capacidad de prever y resolver las necesidades de los ciudadanos, dentro de amplias y dialogantes concertaciones. Pero, de pronto, el mundo asistió atónito al nacimiento de las llamadas “huelgas salvajes”, justamente en el paraíso social de Suecia.
Y es que, a fuerza de tener cada vez más, se amplió la capacidad del deseo, abierto a expectativas imprevisibles. Se convertía en derecho todo impulso de los sentimientos, y en represión su límite. Esa confusión entre deseo y derecho provoca graves desarrraigos y no pocos malestares, especialmente en momentos cruciales del ser humano, como el nacimiento o la muerte.
Las parejas quieren que el Estado les asegure el derecho a tener hijos. Y el enfermo desesperado, que sufre su dolencia en soledad, reivindica el derecho a disponer de su vida. Antes, la mujer embarazada, había conseguido poder disponer de su cuerpo, aun prescindiendo de hecho de una vida incipiente autónoma.
RELIGIÓN CONFIDENCIAL
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