viernes, 16 de abril de 2010
¿CON QUÉ OJOS MIRAMOS?
Se está llenando el mundo de ancianos, como consecuencia del control de natalidad por una parte y los avances de la medicina.
A eso podemos añadir la crisis de tantas familias, incapaces de querer, cuidar y soportar a unos padres mayores, y menos aún a tener a los abuelos en casa. Si se proyecta la vista hacia un futuro no muy lejano, el panorama puede verse pesimista y sombrío, incluso desolador.
Ancianos hacinados en residencias de más o menos calidad, poca población activa que saque adelante los países, falta de cariño, de apoyo y de comprensión de las familias que todavía no habrán salido de la crisis en muchas partes del globo.
Así las cosas, Tomás Trigo, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, lanza una propuesta sorprendente, certera y digna de prestarle toda la atención: la visión cristiana de la vida, la visión cristiana del mundo. Vayan a un geriátrico y verán muchos ancianos: fíjense en los ojos de cada uno, en el fulgor alegre o en la opacidad tristona de su mirada.
Dice el profesor Trigo: “Si miramos el futuro con verdadero realismo, con los ojos nuevos que Dios nos ha dado, ¿qué vemos? ¿La decadencia? Todo lo contrario”.
ARTÍCULO:
Hace algún tiempo, una madre de familia me decía con un cierto tono de tristeza y desencanto: “Acabo de cumplir 50 años y me he puesto a echar cuentas: los mejores años los he dedicado a mi marido y a mis cinco hijos, he sido sólo un ama de casa, he trabajado siempre en el hogar. Lo mejor de mi vida se ha pasado ya y me da la impresión de que no he hecho nada que valga la pena. De aquí en adelante, ¿qué?: la decadencia. Sinceramente me considero una persona fracasada. Y lo peor es que al mismo tiempo me resisto a serlo”.
Las palabras de aquella madre de familia me han hecho pensar. No se trata sólo de un problema con el que se encuentran los hombres y a las mujeres que están viviendo la década de los cincuenta. De hecho puede plantearse en cualquier momento de la edad madura, e incluso en personas jóvenes que pretenden hacer un balance de su vida.
La visión “realista”
El problema, en mi opinión, radica, sobre todo, en los ojos con los que miramos la realidad, en el criterio de valoración que empleamos. Tendemos a valorar nuestra vida por los éxitos conseguidos y por las satisfacciones que nos proporciona. Este es el criterio más utilizado en nuestra sociedad actual. “¿Cuánto valgo? ¿Cuánto vale mi vida?”, preguntamos.
Y todos parecen de acuerdo en responder: “Depende de tu categoría profesional, de tu nivel económico y social, de la influencia que puedas ejercer en los demás desde tu puesto de trabajo, del dinero que ganas, del número de personas sobre las que mandas, del nivel de vida que has conseguido, del tipo de personas con las que puedes relacionarte”.
Es lógico que si utilizamos este criterio de valoración y echamos cuentas, la mayor parte de las personas obtenemos un resultado negativo. ¿Goces, satisfacciones y éxitos?: algunos, pero, una vez vividos, da la impresión de que han quedado en nada. ¿Sacrificios, trabajos, dolores, contrariedades?: siempre nos parecen demasiados. La suma total sale casi siempre negativa. La conclusión de tal balance suele ser esta: “Mi vida ha sido un fracaso”.
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No es extraño que, como fruto de este balance, se experimente un sentimiento de fracaso, que lleva a unos a deprimirse (porque no ven la posibilidad de cambiar su vida) y a otros al inconformismo y a la rebeldía. A estos últimos les puede sobrevenir la tentación de dar un brusco giro de timón a la propia existencia para recuperar el tiempo perdido, aunque el cambio lleve consigo la ruptura con los compromisos que han ido adquiriendo a lo largo de la vida con las personas que aman.
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La visión real
La mujer de la que he hablado al comienzo es una mujer cristiana y eso es una gran ventaja para entender lo que voy a exponer a continuación. Los cristianos sabemos que, si no lo expulsamos por el pecado, Dios habita en nosotros como en su casa, somos templos de Dios, y que, entre otros muchos regalos que nos hace, nos da unos “ojos nuevos” para ver la realidad, la vida nuestra y la de los demás, el mundo y las circunstancias de la existencia, todo, como lo ve Dios, con una visión a la que podemos llamar “sobrenatural”. Claro que no todos tenemos la misma capacidad de visión: depende, en definitiva, de nuestra mayor o menos unión con Dios.
Mirar nuestra vida con “ojos nuevos”
Cuando miramos nuestra vida con estos ojos nuevos, resulta que lo primero en lo que nos fijamos no es en lo que hemos hecho o dejado de hacer, sino en lo que Dios nos quiere. Y descubrimos con admiración y asombro una realidad que tal vez nunca habíamos considerado, un panorama nuevo, maravilloso, verdadero y consolador.
Descubrimos que el simple hecho (¿simple?) de estar en la existencia, de estar viviendo en este mundo, es fruto de su Amor. Desde toda la eternidad ha pensado en cada uno de nosotros y ha dicho: “Te quiero, y quiero que existas, y quiero que existas eternamente, para que seas feliz conmigo”. No sólo lo ha dicho en algún momento, lo está diciendo continuamente, ahora: “Te quiero”. Y es Dios quien nos lo dice…
TOMÁS TRIGO
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