martes, 27 de abril de 2010
La dignidad “casi infinita” de la Madre de Dios
Está a punto de comenzar el mes de mayo, un tiempo que tradicionalmente los cristianos dedicamos a honrar a la Virgen con formas muy diversas; desde “hacer las flores” a maría, rezar el Santo Rosario en familia, visitar algún Santuario mariano o Ermita, hasta esas cosas inenarrables que son ocurrencia de buenos hijos.
María está inserta en el misterio de Dios, entra en la economía de la Redención con su eterna elección para la Encarnación y que lejos de concluir en la Cruz se eternizó allí, cuando nos la dio Cristo por Madre. María se hizo no sólo corredentora sin más sino que cooperó positivamente a la Redención con su sacrificio –válido por estar unido al de su Hijo–, aportando así su amor y su dolor para nuestra salvación.
Los misterios de nuestra Madre, pese a no dejar de ser misterios, parece como que los comprendemos mejor por tratarse de una Madre. Veamos un poco la misteriosa paradoja del título de estas líneas. No tiene, en principio, sentido decir que María posee una dignidad “casi infinita” porque el término “casi” invalida la infinitud. Evidentemente sólo Dios tiene dignidad infinita y adjudicar a María tal dignidad es un craso error, una herejía.
Entonces, ¿por qué podemos decir que María tiene una dignidad casi infinita? Porque siendo su dignidad finita, limitada, a una distancia infinita de Dios, queremos designar que su dignidad es altísima dignidad y tan singular que no la ha alcanzado ni la alcanzará nunca criatura alguna. Hasta tal punto posee María una dignidad tan alta que forma, ella sola, un grado aparte muy por encima de todos los ángeles y santos. Así pues, María está enormemente próxima a Dios, más de cuanto los hombres podamos pensar pero, por supuesto, a infinita distancia de Él.
Pedro Beteta López
Doctor en Teología
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