domingo, 28 de noviembre de 2010

Muchísimo más que el preservativo

   La conversación de Benedicto XVI con Peter Seewald ha dado lugar a un libro interesantísimo -'Luz del Mundo'-, cuya primera noticia fue su tratamiento acerca del preservativo. No lo obviaré. Después de afirmar que el preservativo banaliza la sexualidad convirtiendo el amor en droga, dice: «Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una conciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere». Así que «nihil novum sub sole», nada nuevo bajo el sol: esta práctica de llevar al hombre gradualmente hacia el bien es de siempre.
   Eso es el famoso párrafo de un libro de 227 páginas en las que se abordan mil temas de la Iglesia y del mundo de palpitante actualidad y con visiones vibrantes, profundas, serenas. No trato de resumir porque es mucho mejor leer el libro, sino que destacaré una cuestión.
   Como es habitual en el pensamiento de este Pontífice -y siempre en la doctrina de la Iglesia-, la necesidad de Dios ocupa un primerísimo plano. ¿Desde qué óptica? Desde variados puntos de vista: la purificación de los mismos miembros de la Iglesia, cuyos errores nos llevan a reconocer que la libertad no puede ser arbitrariedad; el poder que otorga el conocimiento, pero que nos hace capaces de destruir nuestro mundo por falta de respuestas a la pregunta: ¿qué es bueno? La contestación a esta cuestión no se ha planteado a fondo, como no se plantea a fondo la libertad -también banalizada-, si consiste simplemente en hacer cualquier cosa de las posibles. Por eso se refiere a la necesaria liberación de pensamientos erróneos que a nada conducen, con una particular referencia al relativismo y laicismo, cuya tolerancia negativa lo arrastra en la práctica a negar o disminuir la carta de ciudadanía al creyente y sus creencias.
   Busca puntos de encuentro con la modernidad, tales como el ecologismo, la solución de la crisis económica, el destierro de la pedofilia o, en otro lugar, al rechazo de ideologías -nazismo, marxismo- que han llevado a una suerte de desprecio y crueldad con el hombre jamás vistas. Esas ideologías basaron buena parte su totalitarismo y persecución en la ausencia total de Dios. Porque desea la presencia necesaria de Dios en el mundo, se plantea hasta los símbolos religiosos vigentes en la sociedad: ¿por qué desterrarlos? El contenido de la cruz es que Dios mismo es un Dios sufriente, que nos quiere a través del sufrimiento, que nos ama, que no agrede a nadie. Dios en la explicación del cosmos y del hombre, Dios en los símbolos, Dios en la identidad cultural de muchos países, Dios en la fe.
   Hay una interesante referencia a una especie de esquizofrenia cristiana muy actual. Ha traído a mi mente una homilía del fundador del Opus Dei en la que afirmaba: «¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos si queremos ser cristianos». Eso predicaba para rechazar la tentación de intentar llevar por un lado la vida de relación con Dios, y por otra parte, distinta y separada, la vida familiar, profesional, social. Ser cristiano, declara Benedicto XVI, no debe convertirse en algo así como un estrato arcaico que de alguna manera retengo y que vivo en cierta medida de forma paralela a la modernidad. Ser cristiano es en sí mismo algo vivo, algo moderno, que configura y plasma toda mi modernidad y que, en ese sentido, la abraza en toda regla. La vida paralela -sin encontrarse jamás- entre la fe y una modalidad moderna que se le opone, es -dice el Papa- una suerte de esquizofrenia, una existencia dividida.
   Casi al final, se refiere con vigor al despertar cristiano necesario para que la humanidad camine más segura y certera, aseverando que los procesos de este despertar, en su parte más importante, no surgen porque la Iglesia como institución funde algo -y ha fundado mucho- sino por la fe de los mismos creyentes, que les moverá a tener iniciativas personales de mejora. De ahí que se cuestione por qué falta empuje a los católicos para hacer valer sus ideas cristianas en el ámbito de lo temporal. La respuesta es que debemos intentar que no pierdan de vista a Dios, que reconozcan y utilicen el tesoro que poseen.
   Para que el mundo se convierta y mire a Cristo, al Dios hecho hombre, no ve ese mundo de modo catastrófico, sino escudriñándolo en todas sus oportunidades de bien y buscando la conversión consistente en volver a colocar a Dios en primer término. Hacia la mitad del libro-entrevista dice algo con lo que puedo concluir: Realmente, la pregunta hoy es: ¿Cómo nos manejamos en un mundo que se amenaza a sí mismo, en el que el progreso se convierte en un peligro? ¿No tendremos que empezar de nuevo con Dios? Ser hombre -dice- es algo grande, un gran desafío. La banalidad de dejarse llevar no hace justicia al hombre.
PABLO CABELLOS
LAS PROVINCIAS

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