miércoles, 10 de agosto de 2011

Brilla una estrella en Madrid


Brilla una estrella en Madrid
”La estrella no soy yo”, advierte el Papa: "Yo soy solamente vicario. Remito al Otro que está en medio de nosotros"

      La preparación de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, en la que intervendrá Benedicto XVI, ha entrado a su última y más febril fase.
      Pero se hacen vivas también las preguntas del porqué de semejantes encuentros de jóvenes con el Papa.

      Ya con el cambio de pontificado muchos habían pensado y dicho que dichas Jornadas eran más adecuadas a Juan Pablo II que a su sucesor.

      Pero Benedicto XVI no las ha interrumpido. Ni ha renunciado a ir a ellas. La de Madrid será ya la tercera Jornada Mundial de la Juventud en la que participa, después de la de Colonia en el 2005 y la de Sydney en el 2008. 

      Más aún, no ha dejado de introducir en ellas novedades. Desde Colonia en adelante la adoración silenciosa y prolongada de la eucaristía. Y en Madrid la confesión sacramental de algunos jóvenes, por parte del Papa en persona.

      De cualquier forma las objeciones no han desaparecido del todo. También en el terreno católico siguen siendo numerosos los escépticos. Consideran que las Jornadas Mundiales de la Juventud son "una especie de festival de rock modificado en sentido eclesial con el Papa como estrella", o "un gran espectáculo, bonito, pero de poca importancia para la pregunta sobre la fe".
      Benedicto XVI nunca ha evitado estas objeciones. Tanto es así que las citas textuales de arriba son suyas. Su estilo es sintetizar las críticas para luego responderlas.

      Lo ha hecho luego de la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney, en el discurso que ha dado a la curia romana con ocasión de la Navidad del 2008. 

      Aparte de Australia, ese año el Papa Joseph Ratzinger había viajado a los Estados Unidos y a Francia. Aquí, en París, en el Collège des Bernardins, había tenido el 12 de setiembre el discurso quizá más importante de su pontificado, junto al de Ratisbona.

      Pues bien, reflexionando sobre sus viajes en el discurso a la curia romana, el Papa dijo que su «verdadero sentido» es uno solo: «servir la presencia de Dios en el momento actual de la historia». En los viajes papales, en efecto, «la Iglesia se hace perceptible públicamente, y con ella también la fe y por eso al menos la cuestión sobre Dios. Esta manifestación pública de la fe constituye un reclamo para todos los que tratan de comprender el tiempo presente y las fuerzas que actúan en él».

      E inmediatamente después de estas consideraciones, explicó cómo ve él las Jornadas Mundiales de la Juventud.
      Era la primera vez que reflexionaba sobre ellas así tan a fondo y con palabras tan directas. 

      Para entender con qué espíritu el Papa Benedicto irá a Madrid, no queda sino volverlo a escuchar:
Una alegría que no se puede comparar con el éxtasis de un festival rock
      «[...] El fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud se hace cada vez más objeto de análisis, con el fin de comprender esta especie de cultura juvenil, por decirlo así.
      Nunca antes, ni siquiera con ocasión de las Olimpiadas, Australia había visto tanta gente de todos los continentes como durante la Jornada Mundial de la Juventud. Y si antes se temía que la presencia de tantos miles de jóvenes pudiera implicar alguna alteración del orden público, paralizar el tráfico, obstaculizar la vida diaria, provocar violencia y dar espacio a la droga, todo eso se demostró infundado.
      Fue una fiesta de alegría, una alegría que al final invadió también a los reacios: al final nadie se sintió molestado. Las jornadas se transformaron en una fiesta para todos; más aún, sólo entonces se cayó verdaderamente en la cuenta de lo que es en realidad una fiesta: un acontecimiento en el que todos, por decirlo así, salen de sí mismos, van más allá de sí mismos y precisamente así están consigo y con los demás.
      Así pues, ¿cuál es la naturaleza de lo que sucede en una Jornada mundial de la juventud? ¿Cuáles son las fuerzas que actúan en ella? Algunos análisis que están de moda tienden a considerar estas jornadas como una variante de la cultura juvenil moderna, como una especie de festival rock modificado en sentido eclesial con el Papa como estrella. Con fe o sin fe, en el fondo estos festivales serían siempre lo mismo; y así se piensa dejar de lado la cuestión sobre Dios. También hay voces católicas que van en esta dirección, considerando todo ello como un gran espectáculo que, aunque sea hermoso, sería de poco significado para la cuestión sobre la fe y sobre la presencia del Evangelio en nuestro tiempo. Serían momentos de un éxtasis festivo, pero que en fin de cuentas luego dejarían todo como estaba antes, sin influir profundamente en la vida.
      De ese modo, sin embargo, la peculiaridad de estas Jornadas y el carácter particular de su alegría, de su fuerza creadora de comunión, no encuentran ninguna explicación.
      Ante todo, es importante tener en cuenta el hecho de que las Jornadas mundiales de la juventud no consisten sólo en la única semana en que se hacen visibles públicamente al mundo. Hay un largo camino exterior e interior que lleva a ellas. La cruz, acompañada por la imagen de la Madre del Señor, realiza una peregrinación a través de los países. La fe, a su modo, necesita ver y tocar. El encuentro con la cruz, que es tocada y llevada, se transforma en un encuentro interior con Aquel que en la cruz murió por nosotros. El encuentro con la cruz suscita en lo más íntimo de los jóvenes el recuerdo del Dios que quiso hacerse hombre y sufrir con nosotros. Y vemos a la mujer que él nos dio como Madre.
      Las Jornadas solemnes son sólo la culminación de un largo camino, en el que se encuentran unos con otros, y juntos se encuentran con Cristo.
      En Australia, no por casualidad, el largo vía crucis a través de la ciudad se convirtió en el acontecimiento culminante de esas jornadas. Ese vía crucis resumía una vez más todo lo que había acontecido en los años anteriores e indicaba a Aquel que nos reúne a todos: el Dios que nos ama hasta la cruz. Asimismo, el Papa no es la estrella en torno a la cual gira todo. Es totalmente y sólo vicario. Remite a Otro que está en medio de nosotros.
      Por último, la liturgia solemne es el centro de todo el conjunto, porque en ella acontece lo que nosotros no podemos realizar y que, sin embargo, siempre esperamos. Él está presente. Él entra en medio de nosotros. Se ha rasgado el cielo y esto hace luminosa la tierra. Esto es lo que hace alegre y abierta la vida, y une a unos y otros en una alegría que no se puede comparar con el éxtasis de un festival rock. Friedrich Nietzsche dijo en cierta ocasión: "El arte no consiste en organizar una fiesta, sino en encontrar personas capaces de alegrarse en ella". Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5, 22). Este fruto se pudo constatar abundantemente en los días de Sydney.
      Del mismo modo que un largo camino precede a las Jornadas mundiales de la juventud, así también de ellas deriva el camino sucesivo. Se hacen amistades que estimulan a un estilo de vida diverso y lo sostienen desde dentro. Las grandes Jornadas tienen también como finalidad suscitar esas amistades y hacer que de este modo surjan en el mundo lugares de vida en la fe, que son a la vez lugares de esperanza y de caridad vivida. [...]». (Discurso a la Curia Romana, el 22.XII.2008)

Sandro Magisterchiesa.espresso.repubblica.it

No hay comentarios:

Publicar un comentario