miércoles, 24 de febrero de 2010
La crisis no deja ver la crisis
La crisis económica, que algunos negaron y luego minimizaron, es hoy tan opaca y densa que no deja ver la otra crisis, la más profunda, de la que acaso aquella depende. Pensaba Ortega y Gasset que la política es un orden superficial y adjetivo de la vida. Creo que la economía también, y aún más.
Quienes no aceptamos el materialismo histórico no estamos dispuestos a conceder que la clave de la historia y la ley con arreglo a la cual se mueve, sea de naturaleza económica. Los problemas económicos pueden ser, en ocasiones, los más básicos, los más acuciantes, pero nunca son los más graves y profundos para la vida de las sociedades. La miseria, el hambre y la explotación no son sólo problemas económicos, sino también culturales y morales.
La superficialidad de la crisis económica no es incompatible con su gravedad. Al hablar de superficialidad me refiero a que se trata de un problema que afecta a lo más visible de la realidad social y a que es más síntoma que causa profunda. Pero si esto es así, su posible solución no se encuentra en la superficie, es decir, no es puramente económica, sino cultural y moral. Los remedios económicos, urgentes y necesarios, serán sólo paliativos si no van acompañados de remedios más profundos.
La crisis económica dificulta la visión de la grave crisis política e institucional. El sistema de 1978 se encuentra convaleciente, si es que no agonizante. El partidismo y su causa general, el particularismo, crecen sin parar. La Constitución es zarandeada sin miramientos. Los Estatutos de Autonomía aspiran a ser constituciones particulares. El poder judicial carece de independencia y el Tribunal Constitucional ve cómo su ya menguado prestigio se desangra ante un retraso en la resolución del recurso planteado contra el Estatuto catalán, que es mucho más que un retraso.
La crisis económica dificulta la visión de la grave crisis nacional, pues todo lo anterior es consecuencia y síntoma de una grave crisis nacional, cuya clave se encuentra en la ruptura de la concordia que presidió la Transición, deliberadamente emprendida por este Gobierno, sobre todo durante la primera legislatura, hasta que la crisis económica reclamó su atención.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho
LA GACETA
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