domingo, 21 de febrero de 2010
La libertad según Zapatero
Al día siguiente del Desayuno de Oración que protagonizó nuestro presidente de Gobierno en Washington, me decía un amigo que el discurso de Zapatero le había parecido pura vacuidad. A mí no me lo ha parecido. No digo que su discurso fuera una prodigiosa pieza oratoria o tuviese una insondable profundidad. Pero sí que tenía un fondo ideológico claro y, lo que quizá resulte más interesante desde un punto de vista sociológico, posee la virtualidad de hacer explícito uno de los problemas peor resueltos de nuestra civilización, que no es otro que el de cómo articular verdad y libertad.
Zapatero lo tiene claro. Para él, la verdad es un subproducto de la libertad, carece de entidad propia. “La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos, auténticos como personas y como ciudadanos, porque nos permite a cada cual mirar a la cara al destino y buscar la propia verdad”. Nos encontramos ante un remake de su famosa inversión de la evangélica sentencia “La Verdad os hará libres”, por su contraria, “la libertad os hará verdaderos”.
El discurso de Zapatero es prototípico de una determinada visión liberal de la política. Se trata de un liberalismo en el que la libertad conduce a y necesita de una visión liberal de la moral. “Hoy, dice nuestro Presidente, mi plegaria quiere reivindicar igualmente el derecho de cada persona, en cualquier lugar del mundo, a su autonomía moral, a su propia búsqueda del bien”. Si estas palabras tuvieran un significado meramente político, si lo que quisiera decir Zapatero es que la libertad de conciencia ha de estar libre de coacción, yo lo subscribiría al cien por cien.
Si lo que reclama es que el espacio público ha de ser un espacio de libertad, un ámbito configurado para que la libertad de conciencia y de religión tenga la máxima acogida posible, en el que cada persona pueda desarrollar su propio itinerario vital de acuerdo con su conciencia, es preciso darle la razón y, de paso, recordarle la importancia de la objeción de conciencia.
Francisco de Borja SANTAMARÍA
Arvo
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