martes, 23 de marzo de 2010
Mejor leer la carta de Benedicto XVI a los irlandeses
Benedicto XVI ha dicho a los católicos de Irlanda cosas muy claras y fuertes. Por eso es digno de general elogio. Y aunque lo ha hecho "urbi et orbe", es patente que no recibirá el más mínimo asomo de elogio desde unos cuantos horizontes mediáticos y políticos, bien conocidos por su extraño y sistemático afán de acoso a la Iglesia. Como si los abusos sexuales que asolan nuestro mundo de cabo a rabo tuvieran exclusivo origen y existencia en su seno, y como si —por poner una muestra— no existiera un tal Philip Jenkins y lo que dice a este respecto en su "Pedophiles and Priest, Anatomy of a Contemporary Crisis" (Oxford University Press).
Entiendo que buena parte del universal elogio que merece la carta enviada a los católicos irlandeses tiene que ver con la veracidad de Benedicto XVI. Con su modo de mirar de frente la realidad, inteligente y sin complicaciones, prejuicios o complejos. Un modo de mirar que resulta dolorido y desde luego lleno de la compunción causada por el dolor ajeno: el de Dios y el de las víctimas de los abusos sexuales en cuestión.
Porque más allá de la sinceridad de quien dice lo que piensa y sabe, se ve en Benedicto XVI también la veracidad, la tensión a seguir estudiando la realidad, en este caso, las razones y los remedios para esa realidad perversa. Se deja ver que Benedicto XVI es pastor y es intelectual: ama profundamente la verdad y procura hacerla amable a los demás. La verdad con caridad, pero entera, sin sofisterías, concesiones o trapicheos político-mediáticos acostumbrados.
De ahí que sea genuina su libertad diciendo lo que dice sin tapujos ni retóricas banales acerca del análisis de las causas y motivos de esos abusos. Y que sea genuina su petición de medidas adecuadas, respecto al pasado, al presente y al futuro de la realidad en cuestión. De ahí que, aunque dirigida a los católicos de Irlanda, la carta es universal en su alcance.
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