viernes, 2 de abril de 2010
EINSTEIN, DIOS Y LA EUCARISTÍA
Muchos comentan que Albert Einstein fue más bien lo que se suele llamar «un ateo». Se dice que no creía en la existencia de un Dios personal. Pero hay testimonios contrarios. Es más, Albert quiso dejar muy clara su posición respecto a su fe: «La generalizada opinión, según la cual yo sería un ateo, se funda en un gran error. Quien lo deduce de mis teorías científicas, no las ha comprendido. No sólo me ha interpretado mal sino que me hace un mal servicio si él divulga informaciones erróneas a propósito de mi actitud para con la religión. Yo creo en un Dios personal y puedo decir, con plena conciencia, que: en mi vida, jamás me he suscrito a una concepción atea». Albert Einstein en Deutsches Pfarrblatt, Bundes-Blatt der Deutschen Pfarrvereine,1959, 11).
Pocos son, en todo caso, los que conocen la evolución religiosa del físico más importante del siglo XX. Randall Sullivan en su libro "The Miracle Detective" (New York, 2004, pp.432-433) relata una conversación que tuvo con Benedict Groeschel, monje neoyorquino experto en teología mística y autor de "Still, small voice" (Ignatius Press, 1993). Cuenta Sullivan que Groeschel le comentó que había leido mucho sobre Einstein y que aunque el gran físico quizá se había opuesto a la idea de un Dios personal cuando era joven, en su madurez se había convertido [según Groeschel] en una persona bastante religiosa. En concreto dice: «Estaba fascinado por el misterio del Santísimo Sacramento».
La ciencia y los años no apartan de Dios, al contrario, normalmente, la búsqueda honrada de la verdad, aunque sea de un segmento mínimo de las cosas, conduce casi necesariamente –salvada la libertad de la persona- al descubrimiento de la Verdad primera, que, como es lógico, siendo origen de personas, ha de ser eminentemente personal. La Fe y la Ciencia, por más que quienes ignoren éste o aquél saber no se hayan dado cuenta todavía, lejos de oponerse, se ayudan una a la otra y se complementan en el progreso del conocimiento global.
Einstein, el más eminente físico después de Newton, buscaba la fórmula en la que se pudiera encerrar la textura de cualquier porción pequeña o grande de materia. Pero no pensaba encontrar en ella el Origen absoluto, ni que la materia fuera el todo de la realidad: había un Dios que «no jugaba a los dados». No importa que la metáfora de los dados, haya sido superada o no por nuevos descubrimientos. Lo esencial es que hay Dios que juega, en el sentido profundo de la palabra: Dios que hace posible el orden del universo. Incluso si hubiera que admitir el azar, Dios sería el que hace posible que del azar, surja el orden. No es de extrañar que un Eistein, con el paso del tiempo, cuanto más enigmas desentrañaba, más se acercase al reconocimiento de la existencia de un misterio, en el sentido teológico del término, que jamás podrá encerrarse en una fórmula, ni siquiera en un solo nombre, una Inteligencia infinitamente más poderosa que la suya, no sólo capaz de entender, sino de crear la maravilla del Universo.
Antonio Orozco
ARVO
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