sábado, 3 de abril de 2010
EL QUE QUIERA AMOR CELESTE...
Muchos matrimonios confían su felicidad a la sensiblería y olvidan que sólo se consigue trabajando a conciencia. Por eso, cuando los problemas aparecen suponen que el amor se ha ido. Para evitar la deserción, marido y mujer deben aprender a identificar la raíz de sus conflictos. Un experto, el Dr. Aquilino Polaino-Lorente, explica los 13 ámbitos más propensos para la beligerancia conyugal y nos recuerda que el amor cuesta.
Si una pareja dice que en su relación nunca ha habido conflictos, es evidente que no dice la verdad o que ambos viven de la simulación recíproca, pues se trata de una relación enormemente delicada y complicada en la que necesariamente surgirán problemas y puntos de desacuerdo.
Al buscar la unidad entre hombre y mujer —a partir de su multiplicidad y diversidad— es lógico que surjan conflictos. El matrimonio es una unión de personas con vocación de realizar una comunión interpersonal, sin que su identidad se confunda. La vivencia de cada uno debe ser comunicada al otro, de manera que se transforme en convivencia. Pero se parte de la diversidad, y eso implica ciertas dificultades.
Aunque todo sea distinto —afectividad, inteligencia, motricidad, morfología, anatomía, fisiología, personalidad…—, ambos están diseñados, desde la gestación, para completarse, no para oponerse, ni competir, ni guerrear, ni destrozarse.
Los filósofos de hace muchos siglos expresaban esta situación con el término unitas multiplex : hacer la unidad de la multiplicidad. Hombre y mujer se oponen, pero la oposición los hace coincidir.
A estas diferencias hay que agregar otra dificultad: la vida matrimonial cambia. Es lo que se conoce como ciclo vital de la familia. Unos recién casados no se comportan igual que unos esposos que acaban de tener a su primer hijo. Ya no es: «yo para ti, tú para mí, sin nadie», sino «yo para ti, yo para el tercero, tú para mí, tú para el tercero, y el tercero contra los dos». Donde antes había cónyuges —mujer y varón—, ahora hay padres.
Tampoco es lo mismo la vida familiar con un hijo que con tres; ni el estilo educativo de una familia en una ciudad que en otra; ni convivir con un hijo enfermo que con todos sanos; ni mucho menos una familia en la que hay hijos adolescentes…
Luego llegará el momento en que los padres estén solos. Cuando esto suceda, habrán pasado muchas cosas, se habrán conocido más entre ellos y habrán pasado juntos por muchos conflictos.
¿CONFLICTOS LETALES?
Generalmente los conflictos se generan por tonterías. A veces al contrario, por fundamentos muy serios. En otras ocasiones por la rutina o porque no se conoce cada uno a sí mismo ni se conocen recíprocamente. El matrimonio es un contrato, pero sin ninguna seguridad, y menos en los tiempos que corren. Nadie puede dormirse en sus laureles y dejar de luchar: «¡Ah! Ya tengo mi contrato, venga la buena vida». Ambos deben conquistarse mutuamente, cada día, sin olvidar la propia condición humana y que, por eso, siempre habrá problemas.
Pero ni las crisis ni los conflictos son malos. Son naturales; se han dado, se dan y se darán toda la vida. Ahora bien, hay conflictos que hacen crecer al matrimonio y otros que son letales y sirven para su defunción. Conviene distinguir unos de otros.
Aquilino Polaino-Lorente
ARVO
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