Si la indignación puede contagiarse, también lo puede hacer la confianza. No resulta tan ingenuo pensar que, entre tanta indignación, los jóvenes quieran acudir a la llamada de un Papa esperanzado.
Nadie duda de que la desconfianza es un rasgo característico de la actual juventud occidental, al menos en cuanto a determinadas instituciones. Pero también es cierto que a veces se exagera la naturaleza de esta desconfianza, o se retroalimenta a través de encuestas, estudios o noticias que refuerzan la idea de que toda una generación de jóvenes ha perdido la confianza en el futuro o en la sociedad.
La Jornada Mundial de la Juventud de Madrid quiere romper con ese círculo vicioso. Las JMJ no fueron concebidas simplemente como una cura de optimismo contra el derrotismo social. Sin embargo, en el actual contexto de crisis económica, que muchos vinculan directamente con una crisis ética de raíces más profundas, la convocatoria a los jóvenes brilla con luz propia. Pero ¿pueden los jóvenes cambiar algo?
Cuando se eligió a Benedicto XVI como sucesor de Juan Pablo II, muchos pensaron que el nuevo Papa no se movería tan a gusto en las reuniones multitudinarias con los jóvenes. No ha sido así: el entusiasmo de Benedicto XVI con las JMJ puede tener que ver con su idea de “pueblo de Dios”. En Spe salvi comentaba: “Babel, el lugar de la confusión de las lenguas y de la separación, se muestra como expresión de lo que es el pecado en su raíz. Por eso, la redención se presenta precisamente como el restablecimiento de la unidad en la que nos encontramos de nuevo juntos en una unión que se refleja en la comunidad mundial de los creyentes”.
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