Un momento expresivo de comunión y afecto
El cardenal Rouco ha acompañado al Papa en todo momento, durante los días de la JMJ. Y le ha visto feliz, emocionado muchas veces; al ver, por ejemplo, el formidable recibimiento en las calles de la ciudad, o tras presenciar un Via Crucis que le llegó a lo más profundo del alma. Llega el momento del descanso para el arzobispo de Madrid, tiempo que será breve, porque ahora se abre una nueva e intensa etapa para la Iglesia en Madrid y en España, sobre todo en su relación con los jóvenes. «Estamos en un momento nuevo», dice el cardenal a los lectores de Alfa y Omega
¿Cuál es su valoración de esta Jornada?
Ha sido una gran fiesta; muy original. Original, en el sentido de que las fiestas que organiza la sociedad y que organizan los hombres tienen otros contenidos y otras fórmulas de expresión, sobre todo las que están alejadas del mundo de la fe. Ha sido una fiesta original porque ha salido del origen, del origen de la experiencia cristiana, de la afirmación de Cristo resucitado; ha surgido de ese nuevo pueblo que ha nacido de Cristo resucitado y de su gozosa esperanza de que va a vivir la realidad de lo que el Apocalipsis vislumbra en el futuro: la Jerusalén celestial, la Iglesia de la gloria, la Humanidad salvada y redimida.
Creo que ésa ha sido la realidad de esta JMJ, donde la Iglesia se ha mostrado como es: como el cuerpo de Cristo, que vive del Señor resucitado, de su gracia y de las promesas de su gloria, del don del Espíritu. Y ha mostrado esa realidad doble que le caracteriza, divina y humana: con el Papa, su cabeza visible, que representa al Señor, y es cabeza también del Colegio episcopal, cuyos miembros, a su vez, estaban rodeados de miles de presbíteros, como en ninguna otra JMJ. Era impresionante la vista, desde arriba, de los concelebrantes, con los jóvenes de la Iglesia, y también con algunas personas mayores, padres de familia y niños, aunque la mayoría eran jóvenes.
Y la Iglesia se mostró al mundo como lo que es: la casa de Dios, la familia de Dios, donde el Resucitado está vivo. El domingo, mirando desde el altar, decía: Señor, aquí estás Tú. Él era el centro de todo lo que estábamos viviendo, del mismo modo que, en la noche, durante la Vigilia, había estado sacramentalmente presente. La Iglesia se ha presentado como lo que es, y también cuál es su razón de ser: llevar al hombre al encuentro, a través de Cristo, con el Dios que lo salva.
Y ha sido también humanamente una gran fiesta de los jóvenes, que son quienes atraviesan los momentos de mayores incertidumbres personales e incógnitas en relación con el futuro, porque ése es el momento en el que hay que despejar el camino de la vida con opciones fundamentales, según la propia vocación, en el matrimonio, la vida consagrada, el sacerdocio… Se ha demostrado que, efectivamente, los jóvenes, en la Iglesia, viven la Iglesia a fondo, y cuando la Iglesia se presenta ante ellos en su plenitud, como signo del Resucitado que salva al mundo, se llenan de gozo, de alegría y de esperanza, y la transmiten al mundo. Por eso, la JMJ ha sido, una vez más, una especie de gran acción misionera.
¿Usted esperaba tanto de esta JMJ?
Hay cosas que sí esperaba. Con respecto al comportamiento de los jóvenes, no tenía ninguna duda de que iba a ser como efectivamente ha sido. Tenía esa certeza en base a la experiencia del pasado, y en base también al conocimiento de nuestros jóvenes, y de lo que es un joven cristiano. También tenía certeza moral sobre cómo iba a responder la organización, que había vivido un proceso de configuración y de trabajo de tal calidad, y de tal entrega, que sabía yo que eso también iba a funcionar.
Y estaba seguro de que la archidiócesis de Madrid, y también las diócesis de Alcalá de Henares y Getafe, iban a responder casi perfectamente al reto de la acogida de los peregrinos, y que las quejas serían mínimas, las inevitables en un acontecimiento de estas dimensiones.
Estaba también seguro de que la oración de la Iglesia no nos faltaba. Lo dije en el saludo al Santo Padre en el acto de las jóvenes religiosas: la JMJ, sin ellas, hubiera sido inexplicable.
Los jóvenes también han rezado mucho.
Claro. La JMJ no sólo son los actos centrales, que son la expresión de todo lo que se ha vivido durante la semana. La Jornada Mundial es también la red de catequesis, la red parroquial, los cuatro o cinco mil lugares de acogida, los encuentros personales...
Eso fue la base y el día a día, el tejido, el fluir vivo de la Jornada. Los encuentros con el Papa fueron la expresión culminante de todo lo que se estaba viviendo. ¡Y cómo no hablar de la oración en las noches! Madrid reunió, todas esas noches, a una inmensa comunidad orante y adoradora del Señor. Después, en los actos culturales se mostró ese reflejo fantástico de la experiencia cristiana en el arte, en la música, en el teatro… Han sido casi cuatrocientos actos.
Y quisiera hacer un subrayado de la música. El Santo Padre la valoró positivamente. Yo le expliqué que habíamos preparado el coro y la orquesta para esta JMJ. Y es bueno que lo sepan los músicos, porque éste ha sido uno de los aspectos de la preparación y del engranaje de la Jornada más bellos, y que se han elaborado en poco tiempo, en sólo cinco o seis meses, con un entusiasmo enorme.
Algunos periodistas extranjeros han captado la naturalidad de la dimensión religiosa, unas propuestas culturales de altísima calidad. Y les ha sorprendido también esta acogida, cuando lo que a menudo se dice es que, en esta España, lo católicos están en retroceso, incluso marginados...
Quizá también les llamó la atención esa simbiosis de vida ciudadana, de vida de fe, de expresión de fe, natural, de esa capacidad de una ciudad y de su entorno de abrirse en todos los ámbitos de su existencia personal y social a una visita tan fantástica y formidable de jóvenes de todo el mundo. Y todo ello sin estridencias; al contrario, con gozo por ambas partes.
La gente de Madrid está encantada de lo que se ha vivido estos días; la gente ha salido en masa a la calle. Hasta altos personajes de la nación lo han hecho de incógnito, según me consta, para mezclarse entre el bullicio, y se han quedado absolutamente asombrados y fascinados de lo que estaban viviendo...
¿Algún nombre?
Hablo de lo que sé y de lo que me dicen. No puedo decir nombres, pero, efectivamente, lo han vivido en primera persona, disfrazados, con gafas y con gorros… Pero sí, allí han estado.
¿Qué ha dicho el Santo Padre, al ver esta acogida?
El Papa estaba muy admirado, cuando recorríamos las calles, de cómo Madrid se volcó. Yo le explicaba: «La mitad de Madrid está fuera, pero la otra mitad está en la calle». Le llamaba muchísimo la atención. «Sí, aquí están abuelas, padres, niños… ¡Está todo el mundo!» Eso le impresionó muchísimo al Papa.
El desbordamiento se percibía ya desde el martes, en la Misa de inauguración.
Sí. Creo que fue la más nutrida y la más masiva de todas las Misas de inauguración de las JMJ. Recuerdo la del año 89, que la celebramos, el día de la Asunción de Nuestra Señora, en la Plaza del Obradoiro, que no estaba llena, una plaza que ya con 10.000 personas se pone a tope. Pues desde aquella Misa del Obradoiro, a esta misa de la Cibeles del año 2011, hay casi que multiplicarla por 10, o incluso por 100.
¡Qué pena la intolerancia de los cafres del odio...!
Pues la verdad es que un poco de pena da que haya un grupo que no tenga ese respeto mínimo a gente que te visita, que viene a tu casa. No me imagino a un hijo de una familia, en la que sus padres o sus hermanos metan a alguien en su casa, y llegue él y empiece a insultar a los visitantes. Pero en fin…
Los éxitos son de nuestro Señor
Una las novedades y signos más visibles de esta JMJ ha sido que el Papa confiese personalmente a algunos jóvenes.
Creo que sí. La Fiesta del Perdón ha sido la expresión más visible y más comunicada, y quizás de más impacto exterior y mediático de lo que se vivió en la JMJ. En todos los lugares de catequesis, de acogida, en los actos centrales, el sacramento de la Penitencia se vivió y se impartió masivamente. ¿Cuántos chavales se habrán confesado? Cientos de miles. Nosotros le dimos esa forma expresiva, espectacular, en el Paseo de Carruajes del Retiro, con esos confesionarios de Nacho Vicens, tan sugestivos. Y junto a ellos estaba la carpa de oración de las Hermanas de la Madre Teresa, síntesis y médula de la vida cristiana: adorar, creer, entregarte al Señor, pedirle perdón constantemente para ir venciendo en tu carne al pecado y a la muerte... Y todo ello, desde la certeza de que Él está allí, en medio de la Iglesia, a través del signo sacramental de la Eucaristía. Eso produce después una caridad sin límites, una caridad que no conoce el mundo. Eso es el cristianismo.
Bueno, y tras el éxito, ¿ahora qué?
Los éxitos son sólo de nuestro Señor, una inmensa gracia. Ese cauce, ese conducto a través del cual vino la gracia para la JMJ, hay que ampliarlo ahora más; hay que hacerlo más limpio, sin obstáculos, para que fluya más y llegue a todos.
Hay un fruto inmediato que es el de la atención pastoral a los jóvenes. Eso es de primer orden, el fruto mejor y el mandato más inmediato y más urgente, respecto al día a día y al quehacer de la Iglesia en estos próximos meses y años. Yo creo que estamos en un momento nuevo realmente de comunicación entre los jóvenes católicos, los jóvenes y la Iglesia. No se puede seguir a Jesús al margen de la Iglesia.
La JMJ ha generado, estos días, nuevos espacios de libertad para los jóvenes católicos, que han podido vivir su fe con más naturalidad que nunca, en un ambiente limpio, alegre… ¿Ha habido una conquista de nuevos espacios, por ejemplo en el mundo universitario, a veces hostil al cristianismo? Hemos visto, por ejemplo, que profesores de una misma Universidad se han conocido y reconocido como católicos, gracias a su encuentro con el Papa; que han visto que son más de los que ellos pensaban. ¿Y todo esto cómo se consolida, cómo se mantiene?
Creo que por la vía de la positividad; es decir, por la vía de seguir afirmando personalmente la identidad católica, y desarrollarla en clave de comunión y de vida de comunidad, buscando también fórmulas de asociación.
La asociación es una fórmula de expresión de la Iglesia que hay que cultivar; sobre todo, desde el punto de vista del testimonio apostólico y de la santificación de las realidades temporales. Todas las Jornadas ayudan a este fin, y ésta creo que va a ayudar mucho, y en concreto en ese ámbito, el universitario. Por cierto, en la policía había una cierta preocupación de cómo iban a contener el entusiasmo las religiosas, cuando llegara al Papa. Con los profesores universitarios, en cambio, creían que no iba a pasar nada, que iban a permanecer hieráticos y muy dignos y nobles… ¡Pues fue al revés! Hubo profesores que se subieron a la silla para ver al Papa.
¡Muy notable y simpático el fenómeno!
Alfa y Omega