miércoles, 31 de agosto de 2011

Primero Atila, luego los turcos, ahora el relativismo


Primero Atila, luego los turcos, ahora el relativismo
Es muy temprano para juzgar la influencia social de Benedicto XVI. De todas formas, es evidente que desde hace años nos está ayudando a recordar, en continuidad con sus predecesores, la existencia de la verdad y la capacidad de la razón humana para conocerla 

     La dimensión religiosa no es un apéndice ni una etiqueta: ordena y finaliza toda la conducta de la persona. Quien enseña a los demás, con la autoridad recibida de Cristo, a conocer y vivir la verdad de su relación con Dios influye indirecta pero eficazmente en sus actividades sociales, culturales, políticas y económicas.

      Por eso se puede decir que la influencia de los Papas no se ha limitado al mundo religioso: ha tenido y tiene repercusiones en todos los ámbitos de la vida social.

      Algunos Papas, sin embargo, han intervenido de un modo más directo en los acontecimientos de la Humanidad. Sólo mencionaré tres casos, muy alejados en el tiempo, que podrían venir fácilmente a la memoria de los aficionados a la Historia.

      El primero sucede en el siglo V. Durante más de 20 años, los hunos habían extendido el terror, la devastación y la muerte por toda Europa. A pesar de su parcial derrota en los Campos Cataláunicos, Atila se apodera del Norte de Italia en el año 452. No sólo estaba en peligro la vida de miles de personas, sino también el acervo cultural y religioso romano y cristiano. Cuando la destrucción parecía inevitable, un hombre, León Magno, sale al encuentro de Atila: el Vicario de Cristo se enfrenta al que, a partir del siglo VIII, sería designado como azote de Dios. Como fruto de este encuentro, Atila retrocede con todo su ejército y se retira a la Panonia. Roma e Italia se salvan de la masacre y la civilización romano-cristiana, que podría haber desaparecido, sigue adelante.

      El segundo caso sólo puede ser valorado positivamente por quienes se esfuercen en juzgar los hechos del pasado con los criterios del contexto cultural correspondiente, condición esencial de toda crítica histórica que no quiera caer en el ridículo. Se trata también de una situación en la que la cultura cristiana, con 16 siglos de desarrollo, estaba a punto de ser sustituida por otra, la otomana, apoyada en la fuerza de un enorme ejército. El único medio de salvación era la defensa armada. Ante la necesaria unión de fuerzas, prevalecieron, en muchos casos, los intereses económicos particulares. La victoria sobre el invasor fue posible gracias al tesón de un hombre: San Pío V. Y si hoy podemos admirar los logros culturales de los siglos posteriores (incluido El Quijote), es gracias a Lepanto.

      El tercer caso es el más conocido: Juan Pablo II y el comunismo. Me limito a transcribir un texto de José Ramón Garitagoitia, cuya tesis doctoral, El pensamiento ético-político de Juan Pablo II (2002), fue publicada con un prólogo del último presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz, Mijail Gorbachov: «La influencia del primer Papa eslavo de la historia aceleró, de algún modo, el cambio del ‘statu quo’ en su nación. Desde Polonia, la llama de la libertad se traspasó a los demás países al otro lado del Telón de Acero. Mijail Gorbachov, uno de los protagonistas de aquellos acontecimientos, así lo ha reconocido. En octubre de 2004, todavía en vida de Juan Pablo II, recibí una carta del que fuera último presidente de la URSS y secretario general del Partido Comunista soviético: "Estoy totalmente de acuerdo con usted" —escribía Gorbachov— "en que Su Santidad Juan Pablo II ha desempeñado un papel sincero y activo en todo el proceso de la unificación de Europa". Y poco más adelante afirmaba: "Actúa como un gran político contemporáneo que persigue con coherencia alcanzar una victoria: la de conseguir que los principios humanísticos estén en la esencia de toda sociedad humana"» (ABC, 10-11-2009).

      Cuando se alaban los avances positivos de la civilización occidental, hay que hacer justicia a todas las personas que los han hecho posibles: científicos, pensadores, artistas... y también a tantos Pontífices de la Iglesia católica que, gracias a su amor a Dios y a los demás, a su prestigio y coraje, fueron elementos providenciales para la defensa de lo humano y el progreso de la Humanidad.

      Es muy temprano para juzgar la influencia social de Benedicto XVI. De todas formas, es evidente que desde hace años nos está ayudando a recordar, en continuidad con sus predecesores, la existencia de la verdad y la capacidad de la razón humana para conocerla. Estamos seguros de que, dentro de no muchos años, se podrá decir que, gracias a las enseñanzas de Benedicto XVI, el relativismo, causante de tantas desesperanzas de la juventud, perdió su crédito, y que por todas partes se renovó el deseo de buscar en serio la verdad. Se demostraría una vez más que la Iglesia, siempre iluminada por el Espíritu Santo, es fuente de progreso, esperanza y alegría para todos los hombres.

Tomás Trigo es profesor de Teología Moral
La Gaceta / Almudí

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