La
JMJ Madrid 2011 ha sabido mezclar en una fórmula magistral, estos tres
ingredientes: la “verdad” como búsqueda, la alegría y el sentido de
familia. El resultado ha sido óptimo
Esta Jornada Mundial de la Juventud
que acaba de concluir — y que mira ya a la que se celebrará en 2013 en
Río de Janeiro—, ha tenido como protagonista una simple palabra, que ha
dividido a los espíritus durante siglos: “verdad”. En todos los discursos de Benedicto XVI,
de una u otra forma, ha sido citada. Recuérdese que, precisamente es el
menosprecio de la verdad quien llevó a Cristo a la cruz, esa cruz que
portaron los jóvenes en el Vía Crucis celebrado en la madrileña calle de
la Castellana. Ante el requerimiento de Pilatos: “¿Qué es la verdad?”, Benedicto XVI recuerda en su Jesús de Nazaret que no ha sido el procurador romano «el
único que ha dejado al margen esta cuestión como insoluble y, para sus
propósitos, impracticable. También hoy se considera molesta, tanto en la
contienda política como en la discusión sobre la formación del derecho».
En la JMJ
que ha concluido hace unos días en Madrid, la expresión de Pilatos en
su diálogo con Jesús, no ha sido un punto y aparte, sino un punto y
seguido. Es decir, no el fin de la cuestión sino el principio. El tema
de fondo que ha sobrevolado el entusiasmo y la alegría de esos
centenares de miles de jóvenes, ha sido la búsqueda del concepto de
verdad. Inicialmente un tema filosófico, pero que ha terminado por ser
un encuentro no con una cosa, sino con Alguien: Cristo. Por ese Alguien
el Papa ha pedido, por ejemplo, «sufrir por el amor a la verdad», y
sobre la difusión de la verdad como misión de los profesores se ha
concentrado Benedicto XVI con la intensidad de un rayo láser. En fin, ha
recordado, como buen intelectual, la famosa frase de Platón: «Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, luego se te escapará de las manos».
Desde
mi punto de vista, una modesta pancarta —que ondeaba en medio de la
multitud concentrada en Cibeles— marcó otra de las claves de estas
Jornadas Me refiero a la que, escrita a mano, decía “We are family”.
Efectivamente, esos dos millones de jóvenes eran una gran familia
multiétnica y multirracial que se reunía en torno a un padre común:
Benedicto XVI. De ahí el “ambiente de familia” que se respiraba por Madrid durante esos días.
¿Cómo reaccionó el anciano papa Ratzinger ante esta avalancha, que se le ha venido encima en el otoño de su vida? El “panzer-cardenal”
(como algunos lo llamaban cuando estaba al frente de la Congregación
para la Fe) se ha asemejado mucho más a un sencillo arado que a una
máquina de guerra, como diría Messori.
También en Madrid, en sus discursos, no ha calcinado la tierra como una
apisonadora, más bien la ha removido para la siembra. Ha ido dejando
caer la semilla de la buena doctrina en una tierra joven. Una multitud
de gentes con el sol de cara —cuando ya a muchos el sol nos da por la
espalda— que te decía: «No sé si podré estar a la altura de lo que me
pide el Papa. Pueda o no hacerlo, él tiene razón: nadie nunca me había
hablado así».
En un momento de “insurrección social” de la juventud (Londres, Oslo, la “primavera árabe”, los “indignados”)
el Papa ha hecho llamadas continuas a no perder la esperanza, al
optimismo, a descubrir la fuerza de Dios en la historia, al sentido del
dolor, a detenerse ante el “sufrimiento del mundo”… Ha pedido “radicalidad evangélica”
ante el compromiso personal, ha sido exigente sin una frase de
adulación y, al tiempo, a derecha e izquierda ha repartido afabilidad y
sonrisas. Incluido el momento en que, literalmente, el diluvio cayó
sobre él en la inmensa explanada de Cuatro Vientos. Su respuesta ante el
incidente: serenidad, buen humor y esta consigna para los centenares de
miles de asistentes: «¡Gracias por vuestra resistencia! ¡Vuestra fuerza es mayor que la lluvia!».
La única sombra de esta semana ha sido una anécdota que los media —sobre todo los extranjeros— transformaron en un drama. Me refiero a la mini-manifestación de unos centenares de “anti-papas”.
No hubiera tenido mayor trascendencia, si no hubiera sido por la
lamentable agresión de que fueron objeto algunos chicos —sobre todo,
chicas— peregrinos que coincidieron con los manifestantes. Para
cualquier demócrata, fue bochornoso observar como los representantes de
unos grupúsculos agonizantes maltrataban de palabra y de obra a unos
adolescentes, profiriendo gritos contra su invitado de honor: el líder
espiritual de mil millones de católicos. Un líder que encarna «la primera autoridad moral de la Tierra», como lo calificó Gorbachov, cuando presentó a su mujer Raisa a Juan Pablo II en Roma. Era penoso contemplar —ya se encargó la BBC
de amplificarlo, para confusión de los españoles— los gritos, gestos y
expresiones de unos energúmenos ante la serenidad pacífica y algo
atemorizada de unos casi niños.
Pero nada ni nadie ha podido disminuir lo que ha sido otra coordenada de esta JMJ:
la alegría de los asistentes. Una alegría ruidosa, pero con raíces
profundas. De ahí que Benedicto XVI en la homilía de la Misa de Cuatro
Vientos les diera esta misión: «Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe». Alguien ha calificado a las Jornadas Mundiales de la Juventud como “laboratorios de la fe”. La JMJ Madrid 2011 ha sabido mezclar en una fórmula magistral, estos tres ingredientes: la “verdad” como búsqueda, la alegría y el sentido de familia. El resultado ha sido óptimo.
Rafael
Navarro-Valls, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense de Madrid, y secretario general de la Real Academia de
Jurisprudencia y Legislación de España
ZENIT.org / Almudí
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