martes, 11 de abril de 2017

Eternidad: la nostalgia de los ateos

Escribe Ernesto Juliá: ¿Con qué “otro lado” soñaba Nietzsche al pretender que su “superhombre” descansara plácidamente en él?
“Desde ayer está en otra realidad. Quizá en uno de esos universos paralelos de los que hablan los físicos. Unos universos con los que, al menos de momento, no hay modo de comunicarse. ¡Es una lástima!”
Así termina un artículo reciente a propósito de la muerte de una persona que hacía manifestación pública de ser ateo.
A mi mente vinieron en seguida dos frases más o menos semejantes. Una de Nietzsche, quien hablando tantas veces de la “muerte de Dios”, y no menos veces de su “superhombre” que tendría que afianzarse en la tierra más allá del bien y del mal; señalaba que solo siguiendo las líneas de actuación del “superhombre”, los que lo hicieran “pasarían al otro lado”.

Y puesto a recordar, un día hace años mis ojos se pararon ante una esquela funeraria. Los familiares del difunto dejaban testimonio del ateísmo del fallecido. Y después añadían una frase semejante a esta: “Que camines en paz por las veredas del infinito”.
Las personas que se dicen ateas suelen afirmar que no piensan mucho en la muerte; y mucho menos en lo que nos podamos encontrar después de la muerte.
¿Con qué “otro lado” soñaba Nietzsche al pretender que su “superhombre” descansara plácidamente en él?
Si el hombre se acaba con la muerte, ¿de dónde surge la ilusión, la imaginación de que descanse el “superhombre”?
¿Cuáles son esos “universos paralelos”, en los que sueña el articulista de la muerte de la persona atea?
Si el hombre concluye su caminar en el cementerio, o lugares similares, ¿a quién se le ocurre pensar, imaginar, “caminos infinitos”?
El ateo que anhela erradicar a Dios Personal, único Dios, de su corazón y de su mente, da la impresión de no estar nunca convencido del todo de haberlo conseguido. Sin Dios, ni se explica la vida ni se explica la muerte, y jamás se le ocurriría dar muchas vueltas en su cabeza a los “paseos” después de la muerte.
Pero se las da; porque quiere afianzar en su espíritu −al que tampoco encuentra una buena explicación aunque no tiene otro remedio que vivir con él− una cierta “atmósfera de eternidad”. Y no le basta soñar con permanecer en “memoria de los hombres”, en los “anales de la historia”, en el “recuerdo de sus amigos”, etc.
Ese sueño de “eternidad” le sirve para “auto-convencerse” de que con la muerte no desaparecerá del todo. Si el ateo es dios para sí mismo, necesita asentarse en un algo de eternidad, porque ha pasado su vida queriendo sustituir en su alma la presencia de Dios eterno, el Dios con el que no quiere encontrarse después de su muerte.
“Otro lado”; “universos paralelos”; “veredas del infinito”, entretenimientos de la mente de una persona atea que quiere borrar de su perspectiva a Dios Personal, único Dios, porque pensar en ese Dios le recuerda el Cielo y el Infierno; la realidad del mal y del pecado.
Y si permanece en su ceguera, acabará no arrepintiéndose del pecado, y no descubriendo la belleza, la ternura, la grandeza del amor de Dios, que perdona, y que muere, y resucita, para liberarnos del pecado y de la muerte eterna.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.

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