miércoles, 9 de octubre de 2019

Impaciencia de corazón (I)

Escribe Jaime Nubiola: ¿Qué ciudad fundarán unos amores tan centrados en crear y consumir emociones y sentimientos inmediatos, que solo se refieren y agotan en sí mismos?
La inmediatez virtual genera impaciencia real. Acostumbrados a compartir localizaciones exactas, a consumir titulares simultáneos al evento del que dan noticia, a redactar y recibir mensajes fluidos y constantes en nuestras pantallas, ya sea en una red o una llamada, ya sea con Quito o desde Almendralejo, a fotografiarlo todo en la mayor definición posible, que sin fotografía se perdería en la nada más tonta, resulta inevitable perder los papeles, el corazón o la paciencia ante una vida tan imprecisa y lenta.

Despegar el hocico de la pantalla supone arriesgarse a vérselas cara a cara con una realidad parsimoniosa, encaprichada con sus propios rituales, ineficaces y sin fundamento.
La impaciencia asoma cuando la inmediatez descansa. Cargar el teléfono señala el momento en que lo real reclama su peaje a tanta ficción hecha píxel, y uno debe esperar a que la batería de su móvil (inteligente e inválido) alcance el porcentaje mínimo para seguir adelante con el juego de lo irreal, como si acompañara a un enfermo que no da señales de vida. Mientras el porcentaje se hace de rogar, el usuario debe esperar a que llegue sin su dispositivo para afrontar la espera. Un chaval me contaba que se quedó sin batería en un cuarto de baño público de Villa Borghese justo cuando rompió a llover a cántaros. ¿El resultado? “Ahí estaba yo, en medio del diluvio y sin nada que hacer”.
(Paréntesis. Hace algunos años surgieron cargadores portátiles que acompañan a teléfonos móviles, no vaya a ser que no haya enchufes cerca y uno se quede pillado en la nada como mi amigo en Roma. Dentro de poco daremos forma a seres humanos con un enchufe en la nuca, ombligo o empeine al que puedan conectar sus dispositivos para cargarlos. A eso reducía Matrix (1999) al ser humano, a pila de la máquina. Profética en su momento, veinte años después la película de los Wachowski suena a perogrullo; tanto es así, que no harán falta ni una conspiración ni una rebelión de las máquinas para llegar a ese estado. El ser humano se subyuga libre y solo. Fin del paréntesis).
La inmediatez combina mal con todo. Mal con la formación de una ciudadanía crítica, mal con la labor de políticos que buscan hacer algo bien, mal con el sinvivir de un periodismo frustrado, mal con una vida académica que da tumbos por el escenario mientras busca alcanzar “visibilidad” e impacto, mal con la frustración que el consumismo imprime en cuerpos y almas. El ser humano, hasta ahora ajeno a tecnologías tan íntimas, vivía con sus hábitos e inercias; ahora, ante el espectáculo de su propia velocidad y dimensión, tan reales y artificiales como un coche de Fórmula 1, debe resignarse a convivir con ellos.
De todos los efectos negativos de una inmediatez tan cómoda, es este último el más preocupante, el resignarse a lo que uno es, el igualar estar sin batería con estar sin nada que hacer. La tecnología no crea la frustración (sería tan fácil culparla de todo, erigir en ella un nuevo pecado original), pero la aumenta y expande sin límites. Le pasa lo que a la comida basura, que no crea el hambre ni las ganas de comer, pero que tampoco las satisface. Tan solo engorda. A la objetiva obsolescencia del hombre le corresponden una frustración y resignación subjetivamente infinitas. Ojalá los androides soñasen con ovejas eléctricas. Ojalá soñasen.
La inmediatez acampa en el corazón del ser humano, que ya de por sí nace animal e inquieto, y, hasta cierto punto, parece amurallarlo. La tecnología ha colonizado nuestro centro y superficie; ahora más que nunca vivimos con el corazón en la mano, quiero decir: en el teléfono, y con las emociones a flor de piel. Pero inmediatez e intimidad no casan del todo. Casan, sí, pero no del todo, y he aquí el núcleo del problema. ¿Qué significa amar hoy, bien entrados en el siglo XXI? ¿Qué sentido tienen las palabras “El amor es paciente” (1 Cor, 13: 4) o “No te expliques tu amor, ni me lo expliques” (Salinas) en una época de intimidades inmediatas e inmediateces tan íntimas? ¿Qué ciudad fundarán unos amores tan centrados en crear y consumir emociones y sentimientos inmediatos, que solo se refieren y agotan en sí mismos?
Jaime Nubiola,

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