El Evangelio del Domingo de Pentecostés (Jn 20,19-23): El Espíritu Santo viene para hacernos capaces de vencer nuestros miedos y recorrer precisamente las calles de este mundo nuestro del 2020, «hasta los confines de la tierra».
El Evangelio de Juan cuenta que «estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús» (Jn 20,19). Los discípulos después de la resurrección del Señor están llenos de inquietud e incertidumbre, y aquí hay cierta semejanza con el estado de ánimo que estamos viviendo todos en esta fase de la pandemia.
La presencia de Jesús Eucaristía ha vuelto a ser tangible, es posible participar en misa y confesarse, pero respiramos inseguridad y estamos agotados de cierta ansiedad implícita, que ha durado muchas semanas y no muestra señales de acabar.
La Iglesia nació en un clima en absoluto sereno y pacífico, y se fundó en personas que no tenían un programa claro de lo que debían hacer, y ni siquiera se sentían adecuados. La última recomendación de Jesús fue precisamente una invitación a no pretender tenerlo todo bajo control: «No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder». Pero la recomendación no habría sido suficiente sin la promesa que la completaba: «pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros» (Hch 1,7-8).
El relato del Evangelio prosigue diciendo que Jesús «sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23). Primero, el Espíritu Santo hace que los apóstoles sean capaces de perdonar, es decir, hacer lo que solo Jesús enseñó a hacer, dando ejemplo. En una carta a su amigo Tolkien, después de un pleito, Lewis afirma que perdonar equivale a esto: «Si un hombre me ha robado algo, yo delante de Dios afirmo que se lo he regalado». A pesar de sus deficiencias, los apóstoles desde el principio basaron su acción en el perdón recibido de Jesús y dado a ellos.
La segunda consecuencia de la venida del Espíritu Santo es que los apóstoles superan el miedo de salir de las puertas cerradas de sus incertidumbres. En la Pentecostés conservada en la National Gallery de Londres, Giotto fotografía el instante en el que los Doce reciben la luz y el fuego del Espíritu, que se ve en sus miradas despiertas, mientras la habitación donde están encerrados parece haberse quedado demasiado pequeña y las puertas están a punto de abrirse, como intuyen los dos transeúntes que escuchan a hurtadillas.
El mundo no es un lugar tranquilizador, no lo fue para los Apóstoles y a menudo no lo es para nosotros que salimos a la calle cubiertos con guantes y mascarillas. Pero el Espíritu Santo viene para hacernos capaces de vencer nuestros miedos y recorrer precisamente las calles de este mundo nuestro del 2020, «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Con la valentía y la fuerza de la comprensión, yendo al encuentro de los demás allá donde nos han lastimado, regalándoles el perdón aunque no se lo merezcan, como Dios hace todos los días con cada uno de nosotros.
La Iglesia y el mundo necesitan, hoy como en los inicios, apóstoles que se abran verdaderamente a los demás, a todos, para construir juntos. Cristianos capaces de ir de acuerdo, porque no se toman demasiado en serio sus puntos de vista personales en tantas materias opinables. Por supuesto que la doctrina es fundamental, como lo era en los comienzos de la Iglesia. «Pero donde se dan heridas, donde se alimenta amargura, envidia, hostilidad, ahí no está el Espíritu Santo. Un conocimiento falto de amor no viene de Él», enseña Ratzinger, que da una señal que quizá no nos esperaríamos para discernir la presencia del Espíritu: «Donde falta la alegría, donde el buen humor muere, ahí tampoco está el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo».
La capacidad de perdonar, la valentía, la alegría unida a una cierta sana agilidad apostólica son características de los “evangelizadores con Espíritu” de los que habla el Papa Francisco: «Sigamos adelante, hagamos todo lo posible, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos, como a Él le parezca».
Carlo De Marchi,
vicario del Opus Dei para el Centro-Sur de Italia
vicario del Opus Dei para el Centro-Sur de Italia
Fuente: osservatoreromano.va.
Traducción de Luis Montoya
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