Los programas de salud sexual introducidos en la escuela no respetan a menudo la diversidad de concepciones éticas sobre el sentido de la sexualidad. Según sea esta, también serán distintos los puntos de partida, los medios y los objetivos de estos programas. Por ello, es necesario conocer la evidencia científica subyacente a cada planteamiento así como sus postulados éticos. Es lo que proponen los autores de este artículo, publicado en Cuadernos de Bioética (1), del que presento algunas ideas.
Un programa formativo en materia sexual debería tener siempre en cuenta el respeto a la pluralidad de los receptores del mensaje. Aunque sería deseable que la educación sexual pudiera ser ofertada en el ámbito educativo desde una estricta neutralidad, lo cierto es que no hay un consenso social. Existen dos cosmovisiones opuestas de cómo debe vivirse la sexualidad.
Propuestas divergentes
Por un lado, el ejercicio de la sexualidad puede verse unido por parte de muchas personas al de la “educación para los compromisos estables”. Esta vivencia implica la transmisión de valores muy concretos: autodominio, fidelidad, comprensión, lealtad, apertura a la transmisión de la vida volcando la propia afectividad en los hijos y asumiendo nuevos compromisos y renuncias personales, etc., lo que supone referencias continuas al mundo de los valores. Este tipo de educación, al ir unida a la edificación del carácter, es más propia para ser transmitida en la relación personal de confianza entre padres e hijos.
Otra visión de la sexualidad es la que se entiende como “educación para la independencia sexual”, teniendo como objeto principal los aspectos de placer en el ejercicio del sexo, minimizar los riesgos de embarazo o de infecciones de transmisión sexual (ITS), enfatizar el conocimiento de las medidas de anticoncepción y la búsqueda de experiencias gratificantes, bien a través del propio cuerpo o a través de relaciones interpersonales que no tienen porqué ser necesariamente monógamas, centrándose en sus aspectos lúdicos y sin referencia a compromisos implícitos ni explícitos. (...)
El Estado no puede legítimamente incorporar una u otra de estas opiniones a sus competencias educativas, ya que pertenecen al ámbito de libre discusión de ideas de los ciudadanos. Esto fundamentaría, por tanto, la necesidad de salvaguardar la neutralidad ideológica del Estado ante ambas cosmovisiones. Los mensajes dirigidos a preservar o mejorar la salud, si no son veraces, pueden ser calificados como "publicidad engañosa"
Una visión unilateral
Sin embargo, no son pocas las noticias que se difunden en los medios sobre programas educativos dirigidos a adolescentes o incluso a menores en los que el punto de partida es la banalización de la sexualidad. Los medios utilizados en esos programas educativos consisten comúnmente en la distribución masiva de preservativos y en una instrucción dirigida a ambos sexos sobre cómo utilizarlo correctamente. Los programas más elaborados incluyen información sobre anticoncepción para las jóvenes (...). No se suele hablar de la posibilidad de fallo de los diversos métodos anticonceptivos, ni de que el preservativo no protege absolutamente de la transmisión de ITS, presentando ambas medidas con una eficacia que los menores entienden que es del cien por cien, al referirse a ellas con la terminología de “sexo seguro”. (...)
Respecto a los resultados que finalmente se quieren conseguir, la mayor parte de los programas suelen centrarse exclusivamente en la disminución de embarazos adolescentes y de ITS con mención especial a la epidemia del sida. Con esto se restringe el mensaje a la consideración del acto sexual como mero acto lúdico que conlleva unos riesgos que hay que intentar evitar. (...) La propuesta de amor duradero y de compromisos, la reflexión sobre lo que significa el enamoramiento, quedan ausentes de estas propuestas pedagógicas sesgadas, ya que se etiquetan como “mensaje moralista”. (...)
(1) “Valoración ética de los programas de salud sexual en la adolescencia”, Cuadernos de Bioética, nº 74, vol. XXII (2011).
Aceprensa
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