A mediados de septiembre, el ministro francés de Educación, Jean-Michel Blanquer, informó que los estudiantes de secundaria y bachillerato del país galo deberían dejar los teléfonos móviles fuera del aula. Según Le Figaro, el ministro aseguró que se tomaba la medida “para proteger a los estudiantes de la dispersión que les causan las pantallas y los teléfonos. En el Consejo de Ministros guardamos nuestros móviles en gavetas antes de reunirnos. Me parece que esto es factible para cualquier grupo humano, incluida una clase".
Lo interesante es que la prohibición del uso de móviles en la escuela ya está incluida en el reglamento interno de esas instituciones. A menos que el maestro lo autorice, ningún estudiante puede tomar el teléfono y ponerse a chatear o hacer llamadas. El problema es que hasta hoy es solo una buena intención sobre el papel, y muchos de los concernidos pasan de ella alegremente. Los maestros, que son quienes más cerca están de los estudiantes, no tienen la potestad de hurgar en los bolsos de estos para requisar los aparatos, con lo que poco pueden hacer.
La idea de Blanquer es colocar en cada escuela armarios en los que se depositarían los teléfonos a la entrada y se recogerían a la salida. Pero la iniciativa, aplicable quizás en el umbral del despacho del primer ministro o en el del presidente, es algo más compleja cuando se habla de centenares de alumnos que entran y salen a horas distintas, por lo que se precisaría de un conserje o de varios dedicados exclusivamente a esto; o del tumulto que se produciría cuando varios grupos pasaran a entregar o recoger simultáneamente, lo que pudiera provocar la pérdida o la rotura accidental de algún que otro equipo y una engorrosa dilucidación de responsabilidades.
La prohibición del uso de móviles en la escuela ya está incluida en el reglamento interno de esas instituciones
Por otra parte, no solo los estudiantes verían presumiblemente con desagrado que se aplicara con más rigor la medida. Los padres –advierten algunos consultados por FranceInfo– desean que los chicos lleven consigo los teléfonos en todo momento, pues además de darles la tranquilidad de tenerlos localizados, pueden comunicarse con ellos para planificar qué hacer después de clase…, aunque la conversación tenga lugar durante la clase y, por tanto, interrumpa su atención a lo que dice el profesor.
Aquí puedes, allí no puedes
La presencia del móvil en la escuela suscita pros y contras entre quienes alegan que es una herramienta valiosísima para apoyar el proceso de enseñanza-aprendizaje y los que advierten que, por el contrario, su presencia en clase contribuye a distraer más que a otra cosa.
En España, según datos del INE correspondientes a 2016, el 72,7% de los niños de 12 años tiene móvil, una proporción que, entre los de 15, sube casi al 94%. De momento, sin embargo, no hay una norma única. Un reportaje de Antena 3revela que en Andalucía se ha regulado su uso en la escuela, y se penaliza que los estudiantes graben escenas en las que otros compañeros sufran algún tipo de humillación. Entretanto, en Madrid y Lleida no se puede utilizar ni en los recreos, en Santiago de Compostela hay escuelas que los guardan en una caja fuerte en cuanto los chicos entran, y en Tenerife, por el contrario, potencian su empleo en las clases de matemática.
Entre los que avalan que el móvil vaya al aula, Menchu Garralón, coordinadora de Innovación Pedagógica del Colegio Alborada, de Alcalá de Henares, manifiesta a La Razón su desacuerdo con quienes rechazan la idea. “La solución nunca es cortarles las alas [a los estudiantes], o quitarles las herramientas de trabajo con las que ellos han nacido, solo con el argumento de que ‘yo aprendí así’ o de que ‘como no tengo la situación controlada, prefiero el libro’”.
Los profesores, añade, deben formarse para orientar a los alumnos sobre cómo utilizar las nuevas tecnologías, y ofrece ideas como la de utilizar aplicaciones de realidad aumentada para incentivarlos en el desarrollo de proyectos, o esconderles los contenidos detrás de códigos QR. Según afirma, “no tiene ningún sentido seguir enseñando a alumnos del siglo XXI y profesores del siglo XX con metodologías del siglo XIX”.
Quizás por el aluvión de distracciones que los estudiantes pueden encontrar en el móvil, el “e-learning” no cautiva a todo el profesorado
Otro que apuesta por el móvil es el profesor Miguel Ángel Miguel, quien enseña matemáticas en segundo y cuarto de la ESO, en Zaragoza. Citado por el Heraldo de Aragón, el docente contaba en febrero que había empezado a usar el dispositivo en el aula dos años antes, y que recomendaba a sus alumnos un grupo de aplicaciones (Geogebra, MyScript Calculator, Math tips and tricks, Fraction Calculator) relacionadas con la asignatura.
Según Miguel, en su colegio no está permitido otro uso del móvil que no sea el didáctico. Pero la realidad puede ser más rica que lo dispuesto en las normas: “Mis alumnos tienen el móvil encima de la mesa durante la clase. Es imposible controlar si alguno aprovecha para chatear o entrar a otras páginas”.
Interferencias en la concentración
Lo que algunos profesores ven como “posibilidad” –que los estudiantes estén absortos frente a la pantalla– lo comprueban las encuestas. Un estudio de la firma de seguridad McAfee, efectuado a unos 4.000 chicos de noveno a duodécimo grado de varios países, reveló que un 86% de los jóvenes dedican al menos una hora al día a usar un dispositivo con conexión a Internet por motivos de estudio. Ahora bien, casi la mitad (el 47%) dice haber “escuchado” o “visto” a otros alumnos que, durante el tiempo de conexión teóricamente destinado a las tareas escolares, utilizan el teléfono (u otro dispositivo) para chatear, hacer bromas, etc. De los consultados, apenas el 21% confesó haberlo hecho.
Es quizás por lo anterior que el entusiasmo con el e-learningno cautiva a todo el profesorado: porque en el mismo soporte donde se guardan las apps didácticas o los buscadores de contenidos hipotéticamente académicos, están las apps de chat, las de redes sociales, una buena cámara de fotos, un almacén de vídeos e imágenes divertidas y, por supuesto, el mismo buscador, pero empleado para acceder a webs que nada tienen que ver con la clase y sí con publicidad comercial, juegos, moda, etc. Todo un aluvión de distracciones, a la mano.
Precisamente sobre este tema reflexiona el profesor James M. Lang, director del Center for Teaching Excellence, en Worcester, EE.UU. En una serie de artículos titulada “El aula distraída”, que publicó meses atrás el Chronicle of Higher Education, Lang refiere que, durante sus clases de literatura inglesa, en ocasiones experimenta la sensación de tener solo “media aula”, dado que, por lo embebidos que pueden estar los estudiantes con sus móviles, no es posible cumplir totalmente con lo planificado para cada día.
El profesor, a partir de una investigación efectuada por especialistas en psicología y neurología, explica la contradicción existente en los mecanismos cerebrales humanos: que teniendo la posibilidad de programar muchos objetivos, las capacidades cognitivas son limitadas para asumirlos todos de una vez. “Nuestro control cognitivo –aquí cita a los expertos– es realmente muy restringido: tenemos limitada la habilidad para distribuir, dividir y sostener la atención, retener activamente información en la mente y, al mismo tiempo gestionar objetivos que compiten, o rápidamente cambiar entre ellos”.
Según una encuesta de McAfee, un 86% de adolescentes dedican al menos una hora al día a usar un dispositivo con conexión a Internet, por motivos de estudio
Según explica Lang, que toma como base algunos experimentos, cuando alguien hace una pausa en la tarea que está realizando para atender a una distracción digital, el desvío de su atención puede ser bastante rápido, pero las consecuencias de ello tardan algo más en desaparecer. Podría imaginarse, por ejemplo, qué efectos puede tener en la concentración de un adolescente en clases un simple comentario de chat: “Tengo que contarte algo después”. Solo luego de unos 30 minutos de pasada la interferencia puede considerarse que el individuo se ha vuelto a enfocar en la tarea inicial. Treinta minutos, pues, con la atención a media máquina.
Que las nuevas tecnologías, lejos de convertirse en aceleradoras del conocimiento, se vuelvan un freno, no es desde luego lo pensado.
aceprensa.com
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