domingo, 1 de septiembre de 2019

Prudencia


La Prudencia

La prudencia dispone la razón
a discernir, en cada circunstancia,
nuestro verdadero bien y a elegir
los medios adecuados para realizarlo.
Es guía de las demás virtudes,
indicándoles su regla y medida.

La prudencia es virtud humana y la virtud cardinal quizá más importante. Es el faro que ilumina el camino. Nos lleva a acertar cuando nos encontramos en una encrucijada. Es luz. Cuando nos encontramos con distintas posibilidades a seguir, la prudencia señala la mejor y, a veces, la única.


Como virtud es más asequible a las personas acostumbradas a observar la realidad, a las que atienden a las circunstancias y las tienen en cuenta, saben comprender mejor la forma de ser de las personas, reflexionan antes de actuar, miden sus palabras y eligen las que mejor expresan aquello que quieren decir, deciden en el momento oportuno, advierten las previsibles consecuencias de sus decisiones, piden consejo si lo necesitan, asumen los riesgos de su actuación, procuran tener varias posibilidades, aspiran y buscan –por encima de todo– hacer el bien.

Reconocer la propia ignorancia

La prudencia nos avisa sobre nuestra ignorancia y nos dice que toda la realidad es amplia y compleja, las personas son libres –y, hasta cierto punto, impredecibles– y el futuro no se puede controlar totalmente. La clave para ser prudentes es conocer, reflexionar: una persona sin conocimientos es un mundo a oscuras. Son la precipitación, la presunción y la inconsciencia tendencias que dificultan ser prudentes.

La prudencia apunta siempre al bien, busca lo mejor, elige lo que –según como se presenten las circunstancias– puede ser más grato a Dios y a los demás.

Atender al presente

Somos prudentes cuando vivimos con realismo el momento presente. Con facilidad la imaginación nos impulsa a hacer conjeturas sobre el futuro; con frecuencia dedicamos excesivo tiempo a crear hipótesis inverosímiles que nos arrancan del presente y nos llevan a pensar en lo que no existe y probablemente no existirá. Por estos derroteros se desvanece nuestra consciencia sobre lo actual. 

Y en otros momentos damos vueltas al pasado, dejando que nos invada el pesar por errores antes cometidos: también por estos caminos perdemos la noción del presente. La experiencia sirve, el futuro se hará realidad, pero solo en el ahora podemos actuar: atender al presente, conocer la situación, hacerse cargo de las circunstancias, tener en cuenta a los demás, resolver los problemas de hoy. Todo ello es fuente de paz y seguridad para la acción: prudencia.

Puede parecer –desde una mirada superficial– que es imposible tener en cuenta tantos aspectos antes de actuar. Pero la inteligencia humana es muy capaz de ello. Sin embargo, cuando los fines son egoístas, cuando se actúa por vanidad, envidia, codicia, y lo que se persigue constituye alguna clase de mal, este conjunto de actitudes y actos no podrán ser considerados como prudencia. En este caso se trata de astucia, perversidad. Todas las habilidades personales se hacen virtud a partir de las intenciones rectas, honradas, sanas, santas.

Atención a las consecuencias

Aunque el futuro no es predecible, en cierta medida podemos atisbar, e incluso saber, qué ocurrirá al tomar una decisión y ponerla en marcha. Esta reflexión sobre los efectos probables ilumina y hace caer en la cuenta de detalles interesantes que mejoran la forma de proceder. Existe una cualidad de la inteligencia, la sutileza, y las personas prudentes la practican. Saben que la realidad no es abarcable y analizan bien los posibles efectos de sus actos.

Sin estas previsiones, nuestras acciones pueden causar graves daños. La persona prudente pondera los pros y los contras que conlleva una elección y procura anticiparse a las dificultades que pueden surgir más adelante.

Valentía para decidir

El peligro de equivocarse siempre acecha, toda acción conlleva riesgos. Y la prudencia lleva consigo la aceptación del desacierto. En este ejercicio está presente la virtud de la fortaleza, practicada con serenidad. El general Kutuzoff, al frente del ejército ruso ante la invasión de las tropas francesas, logró la derrota de Napoleón al retirarse sin presentar batalla para evitar que su propio ejército sufriera grandes bajas: el tiempo y el invierno ruso lograron que el ejército invasor se derrumbara. Su decisión, tomada contra las presiones de los oficiales de su Estado Mayor, que le acusaron de cobarde, salvó a Rusia. Hay decisiones que requieren gran audacia. La valentía para decidir significa asumir los riesgos de las decisiones, aceptar lo que otros pensarán, dirán, criticarán.

La imprudencia de ser pasivos. Negligencia

La tentación de no actuar acecha cuando lo que conviene llevar a cabo tiene dificultades y peligros. Pero no hacer nada es también una decisión o una postura que conlleva riesgo. También las omisiones causan efectos malignos y traen complicaciones. La ausencia de energía para decidir y actuar es cobardía y otras veces es pereza, debilidad, apatía, negligencia, mezquindad. Estos defectos no cuadran en un cristiano. El Señor actuó siempre con valentía y prudencia.

Pedir consejo

Cuando existen dudas positivas, cuando falta información o claridad en los datos para enjuiciar situaciones, acudir a alguien que merece confianza es prudencia. No es debilidad y falta de talento apoyarse en la visión de otra persona, sino honradez y rectitud, sincero deseo de acertar sobre lo que es justo y bueno. Reconocer que no somos buenos consejeros para nosotros mismos puede salvarnos de cometer errores: esto es humildad. Escuchar serenamente, comparar esas ideas con las propias y obtener una conclusión. No se trata de traspasar el problema al otro ni de cargarle con la responsabilidad de las consecuencias: yo soy el sujeto y el problema sigue siendo mío; la petición de consejo no me priva de libertad ni de responsabilidad, la decisión es mía, las consecuencias las asumo yo.

Cuando en la montaña el excursionista se ve perdido, aprovecha cualquier encuentro fortuito para preguntar.

El momento oportuno

También el tiempo cuenta, y las decisiones no se pueden dilatar indefinidamente. Hay un tiempo para pensar y otro tiempo para decidir y actuar. Por otra parte, la precipitación y la impaciencia constituyen también un riesgo. Solo con cuidado se advierte cuál es el mejor instante de intervenir y de actuar, tanto para hablar como para callar. A veces se requiere paciencia, en otras ocasiones se trata de aprovechar la oportunidad que aparece inesperadamente. Cuando se desea y persigue un buen fin se agudizan nuestras facultades.

La actitud serena permite considerar las circunstancias, acudir a la experiencia personal, hacerse cargo del riesgo. Si se pierde la serenidad, disminuye la capacidad de razonar, y así es imposible actuar con prudencia.

Un corazón limpio

Un corazón generoso y libre tiene gran capacidad para distinguir lo mejor y elegir el bien. Cuando alguien está dominado por el egoísmo, la vanidad o la ambición no hay prudencia, a pesar de que se actúe con la precaución propia de esta virtud. Sin bondad no hay prudencia.
Necesitamos la ayuda de Dios y de sus dones para vivir con una mirada limpia y pedirle con sencillez: crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme.

Caso práctico
}Recibimos el encargo de reparar y reabrir una antigua cementera.
}Con uno de los proveedores quedamos muy mal en una ocasión anterior.
}Acudimos a otro sabiendo que es más caro, y sus materiales son de peor calidad.

}¿Es correcta nuestra actuación?


Juan Ramón Domínguez Palacios



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