jueves, 23 de octubre de 2014

«Si por pleitesía al mundo se cuestiona la Fe, el resultado es uniformidad, sosería, infecundidad»


   
 Con su nueva obra, 
Morir bajo tu cielo (Espasa)Juan Manuel de Prada nos traslada al episodio más célebre de 1898, junto con el hundimiento del Maine en Cuba: el sitio de Baler, en cuya iglesia 61 españoles (58 militares y tres misioneros) resistieron a los insurrectos filipinos durante 337 días, incluso cuando ya Filipinas había dejado de ser española, hecho que se negaban a reconocer creyéndolo un ardid enemigo. Antonio Román dirigió en 1945 la película Los últimos de Filipinas (ver abajo la escena final) inmortalizando la hazaña para el cine. 

   Al frente del destacamento figuraron dos héroes, el capitán Enrique de las Morenas (1855-1898), fallecido durante el asedio, y el teniente Saturnino Martín Cerezo (1866-1945), que se incorporan al elenco de protagonistas de la novela con personalidades contrapuestas, y rodeados de personajes reales unos (como Teodorico Novicio, cabecilla rebelde), inspirados otros, puramente ficticios los más.

     Morir bajo tu cielo es posiblemente la mejor novela de Juan Manuel de Prada, con mil detalles de portentosa riqueza expresiva y la creación de caracteres inolvidables: por encima de todos ellos, una religiosa, Sor Lucía. Además, aprovecha la trama para un retrato de época de inquietante profundidad, donde están muy presentes los debates de ideas que sacudieron España durante todo el siglo XIX.

-En Morir bajo tu cielo se enfrentan dos visiones del mundo, la católica y la protestante, la tradicional y la liberal-masonizante…
-Es, en el fondo, el combate entre la luz y las tinieblas de toda la vida.

-¿Y por qué Baler como escenario de ese enfrentamiento?
-Tengo un proyecto, quizá quimérico, de una especie de Episodios Nacionales del siglo XX en torno a diversos acontecimientos separados por, aproximadamente, diez años. Y no hay ninguna duda de que el siglo XX español se inaugura con el Desastre. Respecto a las ideas en liza en la modernidad, España representó durante mucho tiempo un bastión. El Desastre fue el momento en el que definitivamente dejó de serlo.

-Varios personajes de la novela han participado veinte años antes en la última carlistada…
-Hay un carlista, don Ramiro, desterrado en Filipinas, pero es un personaje secundario. E incluso uno de los principales, Las Morenas, ha combatido a los carlistas aunque se identifique con algunas de sus ideas. Y luego está el cabo González Toca, carlista reenganchado en el ejército alfonsino, encarnación de un cierto carlismo popular, no tanto de ideas como de pertenencia a una España popular.



-¿Es un guiño al carlismo por su parte, en cuanto expresión política de la confrontación ideológica de la modernidad a la que hacía referencia?
-Yo no me considero carlista en el sentido dinástico, pero sí me identifico con el pensamiento tradicional español del que los carlistas han sido y son valedores. Esa larga tradición no sólo es carlista: ahí están Juan Donoso Cortés o Marcelino Menéndez Pelayo. Y no sólo es española peninsular: ahí está Leonardo Castellani en América. Además, mi literatura es siempre de perdedores, porque en la derrota veo una dignidad: Donoso decía que nuestra obligación es la lucha aunque sepamos que vamos a perder. Ese pensamiento tradicional sigue vigente, aunque se lo haya querido enterrar o asociar a la derrota del carlismo.

-¿Comparte usted, entonces, la idea de que la decadencia de España, que llega a su paroxismo en el 98, está vinculada a su apartamiento de la religión católica?
-Es que creo que eso es indudable. La unidad y la fortaleza de España están asociadas a su naturaleza, y su naturaleza es la de una nación históricamente católica. Si a cualquier cosa le quitas su sustancia, se pudre. Esta idea está explícitamente en la novela en una conversación entre Fray Cándido y Las Morenas mientras contemplan la desembocadura del río Pásig.

-Sin embargo, los personajes más netamente "católicos", en el sentido anterior, no son "puros"…
-Naturalmente. La salvación es un mensaje que se lanza a los pecadores. Aunque nuestra vocación sea la santidad, el punto de partida es un pueblo pecador. Son personajes con defectos, debilidades, deslices, y que son redimidos. Son personas ortodoxas en su fe y heterodoxas en su forma de desenvolverse. Esto es una riqueza católica que se perdió. Hoy el catolicismo es heterodoxo en la sustancia de la fe y “ortodoxo” en el sentido de funcionarizado, homogéneo, esterilizante.

-¿Puritano o fariseo, también?
-Yo siempre he sido muy antipuritano. Quizá porque he sufrido mucho el puritanismo, pero también intelectualmente. El fariseísmo es un veneno que afecta al mundo católico, una tentación disolvente, algo estragador.

-¿Qué es fariseísmo?
-Es la incapacidad para aceptar que Dios perdona nuestras faltas, erigiéndonos en los puros que no podemos caer en ellas. Es la incapacidad para aceptar la conversión del pecador, la posibilidad del hombre nuevo, y pretender que, si alguien ha caído en el pasado, se le debe seguir restregando siempre por los morros (los fariseos nunca habrían admitido la santidad de María Magdalena o Agustín de Hipona). Y fariseísmo es no admitir que Dios puede actuar a través de nosotros, pecadores, que lo que hacen los pecadores lo puede sanar Dios con su gracia; y que Dios puede servirse de pecadores para desarrollar su obra de salvación.

-Los dos religiosos de la novela son "de armas tomar". ¿Qué simbolizan?
-No simbolizan nada. No quiero que los personajes sean símbolos, sino que sean ellos mismos, únicos e intransferibles. El único personaje alegórico es Van Houten, un tipo casi preternatural, demoniaco. El resto son seres llenos de alma pero también de carne, personajes en conflicto.

-Conflictos de primer orden, algo muy habitual en su literatura…
-El drama es la mayor expresión del arte católico: personas sometidas a problemas que tienen que resolver en uso de su libertad. Me refiero, naturalmente, al libre albedrío, no a la libertad entendida al modo liberal.


-Con Sor Lucía, empleando el símil taurino, usted “se ha gustado” como escritor…
-Sí, le he cogido un especial cariño. Inevitablemente tenía en la cabeza a Audrey Hepburn [enHistoria de una monja], pero así como hay en la novela personajes inspirados en personas reales, como Fray Cándido, Sor Lucía es de pura creación. Rompe la imagen de la monja como ser pasivo, sin atractivo, bestial, de obediencia maquinal. Es una mujer llena de tensiones, de gran atractivo e inteligencia, sentido del humor, que vive de modo problemático su vocación en un mundo convulso (pero no poniendo en tela de juicio las verdades de la fe, que es como ahora se viven problemáticamente las vocaciones). Es como un puente entre los dos hombres que se enamoran de ella, Novicio y Las Morenas, dos facciones que están formadas por hermanos. Gracias a Sor Lucía, Novicio a prende a amar a España; y gracias a ella Las Morenas aprende a amar Filipinas.

-¿Nos la propondría hoy a los católicos como modelo?
-En aquella época y en décadas anteriores la Iglesia gozó una gran fecundidad, una gran vitalidad, con multitud de carismas… a partir de la ortodoxia, a partir de la adhesión profunda a las verdades del Credo. La pluralidad verdadera de la Iglesia está en la diversidad de los carismas, no en la mayor o menor adhesión a las verdades de la fe, como hoy pretenden algunos. Hoy la Iglesia discurre por vericuetos más peligrosos, y la consecuencia es el agostamiento de los carismas. Si por rendir pleitesía al mundo se cuestiona el depósito de la Fe, el resultado es empobrecedor: uniformidad, sosería, infecundidad. En la época que retrato en Morir bajo tu cielo, la Iglesia estaba trasteada y golpeada por las ideologías, pero se hizo fuerte en el depósito de la Fe y de ahí surgió una riqueza impresionante en el pensamiento, el arte y la filosofía, en la asistencia a los pobres y enfermos, en la enseñanza, en las misiones…


-¿Y cómo ve a los héroes de Baler, los soldados?
-No he querido pintar el heroísmo con tintes almibarados. El heroísmo español es quijotesco, y en Don Quijote hay un componente de delirio. Es el hombre más discreto y sabio del mundo, y el gran paladín de los débiles, pero está entreverado de loco. En el episodio de Baler hay ramalazos de locura quijotesca, sin que por eso deje de ser un episodio heroico, sino todo lo contrario. Y quedan cuestiones oscuras, como por qué Martín Cerezo no rindió antes la plaza.

-¿Era tan anticlerical como retrata la novela?
-Hay un episodio, que en la novela suavizo, y es que Martín Cerezo ordenó fusilar a dos soldados que habían planeado desertar (lo cual probablemente fuese legal desde el punto de vista de las ordenanzas del momento)… negándoles la posibilidad de confesarse antes, ¡a pesar de que había dos frailes en la iglesia asediada! Eso es una canallada que no tiene nombre.

-¿Desmitifica a Martín Cerezo?
-El heroísmo del episodio de Baler es innegable, y los personajes son heroicos todos ellos, más allá de que simpaticemos con unos o con otros. Pero los actos más heroicos incluyen aspectos oscuros que no se deben ocultar. Lo que sí hay en la novela es una condena de los gobiernos de la Restauración. Los héroes que resistieron el asedio durante todo un año habían llegado a Filipinas como carnaza. Simplemente, no he querido salvar la Restauración ni disminuir la responsabilidad de los políticos.

religionenlibertad.com

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