Supo combinar la heroicidad de sus virtudes con una aparente normalidad, y evidente y afectuosa sencillez
Llegué a Valdebebas temprano, con tiempo para elegir un buen sitio para la primera beatificación a la que he asistido en mi vida. En la espera, abundantes saludos y plena cordialidad: no podía ser menos para preparar un acto relativo a don Álvaro, lleno siempre de cariño y desvelo por los demás.
En el lugar dispuesto para la celebración destacaba, a la izquierda del retablo, el lema episcopal que eligió antes de recibir la plenitud del sacerdocio de manos de san Juan Pablo II: Regnare Christum volumus, una de las tres jaculatorias con las que san Josemaría resumía al comienzo de los años treinta el sentido y el futuro del Opus Dei. Otra era Deo omnis gloria, lema hoy de Mons. Javier Echevarría. Y no era difícil recordar la tercera, omnes cum Petro ad Iesum per Mariam, al contemplar a la Virgen de la Almudena con el Niño a la derecha, tras la pequeña reproducción del clásico bonus Pastor romano. El suave descenso en verde pradera hacia la gran nave de los fieles, rota con macizos de petunias amarillas y pensamientos blancos, condensaba la apertura hacia el mundo.
Los autores del proyecto tuvieron la feliz idea de reproducir el Regnare... con la caligrafía del propio don Álvaro: letra fina, extendida, profunda. Dirigía hacia el rostro amable de esa imagen coronada de la Virgen, enmarcada hoy en la catedral de la Almudena por el antiguo retablo de la capilla del palacio episcopal de Madrid, donde el nuevo beato se ordenó en 1944.
Muy cerca, en la calle Ferraz, había recibido la inesperada llamada de Dios el 7 de julio de 1935. Fue un auténtico deslumbramiento ante el amor a Cristo y su Madre que reflejaba la predicación de san Josemaría, y abría el inmenso panorama de la plenitud de vida cristiana en medio del mundo, a través del cumplimiento de los deberes normales del fiel cristiano. No me parece casual que se titule deslumbramiento el primer capítulo de Forja −libro póstumo del fundador del Opus Dei−, que incluye diversas facetas de la vocación cristiana, también de quienes forman una familia.
Porque lo humano y lo divino se entrelazan, sin confusión: el reino de Dios en el mundo nada tiene que ver con poderes temporales ni confesionalismos; es ámbito de libertades, como leía en el folleto preparado para la ceremonia: “¡Queremos que Cristo reine! Él, Jesús, también desea reinar; pero no se impone: respeta la libertad de las personas. Aun sabiendo que los hombres y las mujeres rechazarían muchas veces su amor, quiso correr el riesgo de la libertad porque es un don muy grande, que nos posibilita merecer de alguna manera el Paraíso” (de una homilía del 3 de febrero de 1988).
El papa Francisco aprobó en 2012 la publicación del decreto sobre las virtudes heroicas del Venerable Álvaro del Portillo. El documento comenzaba con una segunda frase, jalón de su existencia: “Vir fidelis multum laudabitur (Prov 28, 20). Estas palabras de la Escritura manifiestan la virtud más característica del Obispo Álvaro del Portillo: la fidelidad. Fidelidad indiscutible, sobre todo, a Dios en el cumplimiento pronto y generoso de su voluntad; fidelidad a la Iglesia y al Papa; fidelidad al sacerdocio; fidelidad a la vocación cristiana en cada momento y en cada circunstancia de la vida”.
La liturgia lo recalcó ya desde el responsorio del canto de entrada: fidelis servus et prudens (cf. Lc 12, 42). Su lealtad incluyó fuertes dosis de fortaleza, hasta el punto de que el fundador del Opus Dei le escribiera el 18 de mayo de 1939, cuando sólo tenía veinticinco años: “Saxum!: ¡qué blanco veo el camino −largo− que te queda por recorrer! Blanco y lleno, como campo cuajado. ¡Bendita fecundidad de apóstol, más hermosa que todas las hermosuras de la tierra!”
En fin, don Álvaro supo combinar la heroicidad de sus virtudes con una aparente normalidad, y evidente y afectuosa sencillez. Por eso, me encantó el libro en su honor, preparado en la Universidad pontificia de la Santa Cruz con motivo de sus bodas de oro sacerdotales de 1994, que no llegó a festejar en la tierra. Reunieron en un volumen de casi setecientas páginas −publicado por Libreria Editrice Vaticana− unaraccolta de escritos dispersos (artículos científicos, reseñas, entrevistas, homilías, discursos), con índices detallados que facilitan la consulta. El título de esa obra −y es la tercera frase de este breve comentario− sintetiza también la vida del beato: Rendere amabile la verità, hacer amable la verdad.
Salvador Bernal
religionconfidencial.com / almudi.org
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