En el domingo de la Fiesta de la Sagrada Familia, sumergidos en el clima de la Navidad, ante la multitud de fieles y peregrinos que llegaron a la Plaza de San Pedro para rezar con el Papa y recibir su bendición, Francisco invitó a imaginar a esta pequeña familia en medio de tanta gente en el gran templo. No se distinguen, pero no pasan desapercibidos a dos ancianos llenos del Espíritu Santo y de profecía que los reconocen
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Familia de Nazaret. El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y San José en el momento en el cual, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se dirigen al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2,22-24).
Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los grandes patios del templo. No resalta a los ojos, no se distingue… ¡Pero todavía no pasa inobservada! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2,22-38). Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos, también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los hace encontrar? Jesús. Jesús los hace encontrar: a los jóvenes y a los ancianos. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también a los abuelos: ¡Cuánto es importante su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuánto es precioso su rol en las familias y en la sociedad! Las buenas relaciones entre jóvenes y ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. ¡Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos −Simeón y Ana− saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo!
El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José, Dios está verdaderamente al centro, y lo está en la persona de Jesús. Por esto la familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús. Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo, en el evento dramático de la huida en Egipto: una dura prueba.
El Niño Jesús con su Madre María y con San José son un icono familiar sencillo pero sobre todo luminoso. La luz que irradia es luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en el cual, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a las familias que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar… Y aquí nos detenemos un instante y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, sean dificultades de enfermedad, de falta de trabajo, discriminaciones, necesidad de emigrar, sea necesidad de entenderse (porque a veces no se entiende) y también de desunión (porque a veces se está desunido). En silencio rezamos por todas estas familias.
news.va / almudi.org
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