domingo, 25 de septiembre de 2016

Amar la verdad, vivir con profesionalidad y respetar la dignidad humana


Sobre estos tres elementos fundamentales se centró la reflexión que el Papa compartió con los periodistas del Consejo Nacional de la Orden de los Periodistas italianos.

Discurso del Santo Padre

Gentiles Señoras y Señores, agradezco vuestra visita. En particular, doy las gracias al Presidente por las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Agradezco también al Prefecto de la Secretaría de Comunicación sus palabras.
Hay pocas profesiones que tengan tanta influencia en la sociedad como la del periodismo. El periodista reviste un papel de gran importancia y, al mismo tiempo, de gran responsabilidad. De algún modo, escribís el “primer borrador de la historia”, construyendo la agenda de las noticias e introduciendo a las personas en la interpretación de los sucesos. Y eso es muy importante. Los tiempos cambian y cambia también el modo de hacer del periodista. Tanto el papel impreso como la televisión pierden importancia respecto a los nuevos medios del mundo digital −especialmente entre los jóvenes−, pero los periodistas, cuando tienen profesionalidad, siguen siendo un pilar, un elemento fundamental para la vitalidad de una sociedad libre y pluralista. También la Santa Sede −ante el cambio del mundo de los medios− ha vivido y está viviendo un proceso de renovación del sistema comunicativo, del que también vosotros deberías recibir beneficio; y la Secretaría de Comunicación será el natural punto de referencia para vuestro valioso trabajo.
Hoy me gustaría compartir con vosotros una reflexión sobre algunos aspectos de la profesión periodística, y cómo esta puede servir para el mejoramiento de la sociedad en la que vivimos. Para todos nosotros es indispensable detenernos a reflexionar en lo que estamos haciendo y en cómo lo estamos haciendo. En la vida espiritual, esto asume a menudo la forma de un día de retiro, de profundización interior. Pienso que también en la vida profesional es necesario esto, un poco de tiempo para pararnos y reflexionar. Es verdad que eso no es fácil en el ámbito periodístico, una profesión que vive de continuos “plazos de entrega” y “fechas de caducidad”. Pero, al menos por un breve momento, intentemos profundizar un poco en la realidad del periodismo.
Me detengo en tres elementos: amar la verdad, una cosa fundamental para todos, pero especialmente para los periodistas; vivir con profesionalidad, algo que va más allá de leyes y reglamentos; y respetar la dignidad humana, que es mucho más difícil de lo que se pueda pensar a primera vista.
Amar la verdad quiere decir no solo afirmar, sino vivir la verdad, manifestarla con el propio trabajo. Vivir y trabajar, pues, con coherencia respecto a las palabras que se utilizan en un artículo de periódico o un servicio televisivo. La cuestión aquí no es ser o no ser creyente. La cuestión aquí es ser o no ser honesto consigo mismo y con los demás. La relación es el corazón de toda comunicación. Esto es más verdadero para quien hace de la comunicación su propio oficio. Y ninguna relación puede mantenerse y durar en el tiempo si se apoya en la deslealtad. Me doy cuenta de que en el periodismo de hoy −un flujo ininterrumpido de datos y eventos contados 24 horas al día, 7 días a la semana− no siempre es fácil llegar a la verdad, o por lo menos acercarse a ella. En la vida no todo es blanco o negro. También en el periodismo, hay que saber discernir entre los matices grises de los acontecimientos que debemos contar. Los debates políticos, e incluso muchos conflictos, raramente son el resultado de claras dinámicas, en las que reconocer de modo neto e inequívoco quien se ha equivocado y quien tiene razón. La comparación y a veces el enfrentamiento, en el fondo, nacen precisamente de la dificultad de síntesis entre las diversas posiciones. Ese es el trabajo −podríamos decir incluso la misión−, difícil y necesario al mismo tiempo, de un periodista: llegar lo más cerca posible a la verdad de los hechos y no decir o escribir nunca una cosa que se sabe, en conciencia, que no es verdadera.
Segundo elemento: vivir con profesionalidad quiere decir ante todo −más allá de lo que podamos encontrar escrito en los códigos deontológicos− comprender, interiorizar el sentido profundo del propio trabajo. De aquí deriva la necesidad de no someter la propia profesión a las lógicas de los intereses particulares, sean económicos o políticos. Tarea del periodismo, me atrevería a decir su vocación, es pues −a través de la atención, del cuidado por la búsqueda de la verdad− hacer crecer la dimensión social del hombre, favorecer la construcción de una verdadera ciudadanía. En esa perspectiva de horizonte amplio, actuar con profesionalidad quiere decir no solo responder a las preocupaciones, incluso legítimas, de una categoría, sino preocuparse de uno de los arquitrabes de la estructura de una sociedad democrática. Siempre debería hacernos pensar que, en el curso de la historia, las dictaduras −de cualquier orientación y “color”− han intentado siempre no solo adueñarse de los medios de comunicación, sino también imponer nuevas reglas a la profesión periodística.
Y tercero: respetar la dignidad humana es importante en toda profesión, y de modo particular en el periodismo, porque detrás del simple relato de un acontecimiento están los sentimientos, las emociones y, en definitiva, la vida de las personas. A menudo he hablado de las murmuraciones como “terrorismo”, de cómo se puede matar a una persona con la lengua. Si eso vale para las personas singulares, en la familia o en el trabajo, mucho más vale para los periodistas, porque su voz puede llegar a todos, y esa es un arma muy poderosa. El periodismo debe siempre respetar la dignidad de la persona. Un artículo se publica hoy y mañana se sustituirá por otro, pero la vida de una persona injustamente difamada puede ser destruida para siempre. Ciertamente la crítica es legítima, y diré más, necesaria, así como la denuncia del mal, pero eso siempre debe hacerse respetando al otro, su vida, sus afectos. El periodismo no puede ser un “arma de destrucción” de personas e incluso de pueblos. Ni debe alimentar el miedo ante cambios o fenómenos como las migraciones forzadas por la guerra o el hambre.
Espero que, cada vez más y en todas partes, el periodismo sea un instrumento de construcción, un factor de bien común, un acelerador de procesos de reconciliación; que sepa rechazar la tentación de fomentar el enfrentamiento, con un lenguaje que sople en el fuego de las divisiones, y más bien favorezca la cultura del encuentro. Los periodistas podéis recordar cada día a todos que no hay conflicto que no pueda ser resuelto por mujeres y hombres de buena voluntad.
Os agradezco este encuentro; os deseo todo bien para vuestro trabajo. Que el Señor os bendiga. Os acompaño con mi oración y mi simpatía, y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.

Traducción de Luis Montoya.

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