miércoles, 9 de enero de 2019

Laboriosidad. Trabajo


Las tareas profesionales son testimonio de la dignidad de la persona humana; vínculo de unión con los demás; fuente de recursos; medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que vivimos y de fomentar el progreso de la humanidad entera.

El trabajo es un don de Dios, un bien del hombre, aunque lleva consigo el signo de bien costoso. Y es no solo un bien útil o para disfrutar, sino un bien "digno", es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. Una vida sin trabajo se corrompe, y en el trabajo el hombre "se hace más hombre".  
La pereza, manifestada de mil formas, es destrucción de la misma dignidad humana. Es el trabajo como la columna vertebral del hombre; todo descentramiento en este terreno repercute en la vida personal. El trabajo debemos cuidarlo como se cuida un tesoro.


La pereza es destructora. De ella se derivan con frecuencia la malicia, el rencor, la pusilanimidad, el desaliento, la torpeza e indolencia en la guarda de la rectitud natural y la divagación de la mente hacia cosas ilícitas.

El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra (Génesis 1, 28) dado por Dios a la humanidad, que se volvió penoso por el pecado original. Génesis 3, 17).

Tiene un especial valor el ejemplo de trabajo que nos dio Jesucristo a lo largo de la mayor parte de su vida.

De los treinta y tres años que pasa en la tierra, treinta de ellos los vivió como un hombre más, en medio de una vida ordinaria de trabajo. Algo importante nos ha querido enseñar, cuando pasa tanto tiempo entre las ocupaciones normales de los hombres como uno más.

“El trabajo debe ayudar al hombre a hacerse mejor, espiritualmente más maduro, más responsable, para que pueda realizar su vocación sobre la tierra. El trabajo debe ayudar al hombre a ser más hombre. El trabajo, aun con sus componentes de fatiga, de monotonía, de obligatoriedad -donde se advierten las consecuencias del pecado original- le ha sido dado al hombre, antes del pecado, precisamente como instrumento de elevación, de perfeccionamiento del cosmos, como plenitud de su personalidad, como colaboración a la obra creadora de Dios. La fatiga que lleva consigo asocia al hombre al valor de la cruz redentora de Cristo" Juan Pablo II.

Si a cualquiera nos preguntaran cuáles han sido las experiencias más enriquecedoras de nuestra vida, las que mejor conservamos en la memoria y recordamos con mayor satisfacción, casi siempre nos referiremos a vivencias personales dentro de un conjunto de personas a las que apreciamos. Quizá sea la familia, o un equipo de trabajo, o un grupo de personas dentro de un determinado ámbito cultural, o de un deporte, o de lo que sea.

      Saber compartir, hacer equipo, sentirse unido a otras personas, es siempre gratificante, y también de ordinario un buen acicate para esforzarse, para mejorar. La presencia de otros nos inspira y estimula a un nivel quizá difícilmente accesible para nosotros yendo en solitario. De los demás aprendemos muchas cosas que nos enriquecen enormemente, y por ayudarles a veces nos sorprendemos haciendo cosas que quizá incluso no haríamos ni por nosotros mismos.

      Los demás son un elemento decisivo en nuestra mejora personal. Es cierto que la fuerza para cambiar depende en gran parte de uno mismo. Pero también sabemos que las personas que nos rodean pueden ayudarnos o estorbarnos mucho en ese camino. La capacidad para cambiar se ve reforzada cuando sabemos convivir con los demás, cuando sabemos trabajar en equipo, cuando logramos estar cercanos a las personas que componen nuestro entorno.

      El que se esfuerza dentro de un ámbito de confianza e ilusión, bien integrado entre personas a las que aprecia, normalmente se esfuerza más y mejor. Y eso suele producir un benéfico efecto feedback. Cuanto más das, más recibes, y mejor clima de colaboración y apoyo logras, lo cual siempre refuerza la satisfacción de todos.

Juan Ramón Domínguez Palacios

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