Unos buenos indicadores de la relación entre la dimensión humana y la dimensión espiritual, la social y la trascendente, todas ellas esenciales al cristianismo.
En varios lugares se ha recogido una conferencia que Germán Carriquiry −secretario y vicepresidente de la Comisión pontificia para América Latina− pronunció el 8 de julio de 2020, con el título “Tareas y desafíos para la misión de la Iglesia en tiempos de pandemia”. Aunque se refiere directamente a Latinoamérica, sin duda sirven, cambiando o concretando lo que sea preciso, para otras regiones y países.
La pandemia supone ante todo, a su juicio, un punto de inflexión, en lo que el papa Francisco llama un cambio de época. “Los tiempos de incertidumbres −señala Carriquiry− han de ser de discernimiento y profecía”; es decir, ocasiones para reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros, que nos pide urgentemente detectar, convocar, compartir y aportar todo aquello que pueda servir para ayudar a quienes sufren las consecuencias más penosas de esta situación.
Propone concretamente siete puntos para la reflexión, el diálogo y la acción. Nos detenemos especialmente en los cuatro primeros: la compasión, el discernimiento, la evangelización y la conversión.
Compasión y misericordia
1. La pandemia plantea, en primer lugar lo que podríamos llamar una “compasión operativa” ante el reguero de sufrimientos por la pérdida del trabajo, el riesgo para la salud, la soledad. Lo demuestra la red de obras de misericordia, corporal y espiritual, que se siguen emprendiendo o que se han creado ante la nueva situación. Se trata de hacer realidad, una vez más, la imagen de la Iglesia como “hospital de campaña”. De hecho, testimonia Carriquiry, la Iglesia católica, a través de “sus comunidades, instituciones y grupos de cristianos, está dando un auténtico testimonio de compasión, compartiendo la pasión de su pueblo y socorriéndolo en lo posible ante sus necesidades más apremiantes”. Ahí están, por ejemplo, los comedores populares y los bancos de alimentos, que llegan a muchas necesidades que el Estado no es capaz de cubrir.
Pero no se trata solo de acudir a las necesidades de las personas y de las familias, sino también de “abrazar su vida, convertirse en compañía y sostén ante el naufragio, dar testimonio del amor de Dios que nunca nos abandona. Es una reafirmación muy concreta del amor preferencial por los pobres y los que sufren”. Y “sin una respuesta capilar de compasión, caridad y solidaridad, toda palabra de la Iglesia arriesgaría convertirse en palabrería tanto retórica cuanto superflua”. Esta propuesta debería, en efecto, ser asumida no solo por la Iglesia y cada una de sus instituciones o grupos, sino y ante todo personalmente, por parte de cada uno de nosotros, buscando modos y cauces para esa “creatividad de la caridad” que pide Francisco.
Sabiduría y discernimiento
2. En segundo lugar, esto implica “la sabiduría para interceptar, detectar y discernir las más profundas inquietudes, preguntas y anhelos que están emergiendo desde las fibras íntimas de las personas” de las familias y de los pueblos. Nadie debería distraerse de lo que está pasando, encerrándose en una indiferencia respecto de sí mismo o los demás, del destino personal y social. Pues, observa Carriquiry, “las experiencias fundamentales de la vida, muchas veces sorprendentes e imprevisibles, son como las grietas por donde emerge el misterio implicado en la realidad, no como algo oscuro, irracional, que no podemos controlar y dominar, sino como apertura connatural de la misma realidad”.
Y añade que la capa de nihilismo y el consumismo promovido por el liberalismo tecnocrático se está resquebrajando, mostrando la insuficiencia del dominio técnico y la búsqueda del placer cuando se buscan como fines en sí mismos. Ahora “la pandemia impone el silencio, el asombro, el desfonde de esa gran capa de censura y distracción de lo más humano en la vida de personas y pueblos”. De ahí surge, en efecto, la necesidad de demostrar “lo más humano”, sin quedarnos en los necesarios análisis sobre el desarrollo de la crisis y sus consecuencias económicas.
Es necesario −explica− reconocer “la conciencia de nuestra creaturalidad, de nuestra estructural fragilidad y finitud”. “Nadie puede seguir manteniendo anestesiado su corazón, provocado por preguntas irreprimibles sobre el temor de la enfermedad, del sufrimiento y la muerte”. Esas preguntas afectan al sentido de la vida, de un modo que concretamente el pueblo latinoamericano lleva en su corazón, “desde la matriz católica de su substrato cultural, y que expresa tanto en las diversas expresiones artísticas, literarias, poéticas como en la religiosidad popular”.
En este discernimiento encontramos, en efecto, numerosas pistas para colaborar a la evangelización con atención a los “signos de los tiempos”; es decir, a la realidad que nos rodea e interpela. Y de esta manera podemos encontrar modos de educar para el sentido, la gratuidad y la belleza (cf. Videomensaje de Francisco a “Scholas occurrentes”, 5-VI-2020) que comporta la vida cristiana cuando se vive con coherencia.
Notemos que no se trata solamente de la base humana de las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), desarrolladas ya desde los sabios griegos, sino de vivir ese discernimiento en clave cristiana (Carriquiry lo expresa señalando la matriz católica del substrato cultural latinoamericano). Esa matriz católica cuando es plenamente vivida arranca de la unión personal con Cristo, desde la oración y la vida sacramental, y desemboca en la responsabilidad que tiene un cristiano hacia todo lo que le rodea.
Evangelización y conversión
3. Con ello nos situamos ya en la tercera propuesta: urgir la responsabilidad evangelizadora; pues los cristianos somos “anunciadores de vida incluso en tiempos de muerte (cf. Francisco, Homilía en la vigilia pascual, 11-IV-2020). Esto no se refiere solo a la muerte física sino también a la “muerte social”, consecuencia de la inequidad y la exclusión, de las guerras y el hambre. Esto requiere sacudir la modorra que nos puede encerrar en la “gran burbuja de la indiferencia” (Discurso en Lampedusa, 8-VII-2013).
He ahi nuestra responsabilidad como cristianos: “Dios nos está llamando −apunta Carriquiry− a ser testigos, anunciadores y constructores de vida, de una vida buena, bella y verdadera, de una vida más humana para todos, no obstante, las enormes dificultades, obstáculos y resistencias”. No podemos quedarnos callados, concluye, porque sin renacimiento religioso y moral no habrá reconstrucción social.
4. Esto requiere a su vez, por parte nuestra, de una conversión en docilidad a la acción de Dios. Pues, en efecto, ante la pregunta tantas veces formulada estos meses sobre si saldremos mejores o peores de la pandemia, se impone una respuesta en un plano más profundo: “Sólo hombres y mujeres nuevos serán capaces de afrontar con realismo, razonabilidad y esperanza los tiempos nuevos, tremendamente difíciles, que seguirán a la pandemia”. O dicho de otro modo, “no podemos confiar nuestro futuro sólo a las estrategias del Estado y del mercado, por importantes que sean”.
Propone Carriquiry, con clarividencia antropológica, un “despertar de lo humano”, una “emergencia de lo humano” como base para la acción del Espíritu Santo en la misión cristiana. Se necesita un cambio de mentalidad y de vida que nos sitúe, a los cristianos, lejos de cualquier voluntarismo pelagiano, cansancio escéptico y moralismo meramente humano; pues son los que vivan en este horizonte que es fiel al hombre y fiel a Dios los que puedan liderar esta compleja reconstrucción.
Al mismo tiempo, aprecia en su debido valor las colaboraciones posibles de todos: las virtudes vividas a veces heroicamente en el hogar y en el trabajo, los pequeños gestos cotidianos, las comunicaciones virtuales, etc. Sin olvidar la otra cara de la moneda, que también nos afecta: la posibilidad del egoísmo, la irresponsabilidad, la agresividad, el encierro en los propios intereses, la eutanasia encubierta, las cegueras ideológicas y polarizaciones políticas radicalizadas..., porque esos son los peores virus.
5. Ese punto cuarto se complementa con el siguiente, que se refiere a la “conversión pastoral y sinodal” en sentido estricto, es decir, la conversión personal de los “pastores” del pueblo de Dios, que por su oficio de mediadores tienen una mayor responsabilidad en el sentido de una mayor proximidad misericordiosa, solidaria y misionera hacia todos los miembros del pueblo de Dios (cf. Evangelii gaudium, 268).
Reconstrucción social, unidad y fraternidad
6. El sexto punto es la pregunta por el modo de contribuir a la reconstrucción social. Y aquí Carriquiry propone tres vías o niveles: la cultura de encuentro, la Doctrina Social de la Iglesia (cf. enc. Laudato si’) y la presencia de los católicos en la vida pública.
7. Mantener el horizonte de la unidad y fraternidad de los pueblos, como tarea propia de la Iglesia y de sus instituciones. “El papa Francisco nos interpela a mantener vivo el horizonte de la Patria Grande −un gran ideal de la contribución de América Latina a la cultura mundial− y a repensar y promover los caminos efectivos de su construcción”.
Carriquiry concluye recogiendo palabras del papa Francisco en su meditación sobre el episodio evangélico de la tempestad calmada (23-III-2020):
Es “tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”. “Sigamos el ejemplo de las personas ejemplares, corrientemente olvidadas”, “la oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”. Es el Señor que se despierta −en la tempestad de hoy como en la de ayer− “para despertar y avivar nuestra fe pascual”.
Compasión-misericordia, sabiduría-discernimiento, responsabilidad evangelizadora, conversión; reconstrucción social en el horizonte de la unidad y de la fraternidad. Como ya se ve, en su conjunto, la conferencia del doctor Carriquiry es una apelación a llevar a la práctica la fe cristiana con todas sus consecuencias, con la valentía y la decisión que exigen las circunstancias actuales.
Estos puntos son buenos indicadores de la relación entre la dimensión humana y la dimensión espiritual, la social y la trascendente, todas ellas esenciales al cristianismo. Hoy se ve conveniente que sean reflexionadas y vividas especialmente a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.
Ramiro Pellitero,
en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
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