En esta edición, el Encuentro para la Amistad entre los Pueblos lleva por lema, “Privados de la maravilla nos quedamos sordos ante lo sublime” (Rímini, 18-23 de agosto de 2020)
El Papa envió un mensaje a través del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. El texto hace alusión a estos difíciles meses de pandemia y cómo, de alguna forma u otra, han provocado un efecto distinto en todos. Meses que nos han mostrado, continúa el mensaje, la compasión, el sufrimiento y la fragilidad.
El mensaje de Francisco señala que este año el Meeting de Rimini es una ocasión idónea para reflexionar sobre todo lo vivido y todo aquello que causa asombro, porque “el asombro es el camino para acoger los signos de lo sublime, es decir, del Misterio que constituye la raíz y fundamento de todo”.
Texto del Mensaje al XLI Encuentro de Amistad entre los Pueblos
Vaticano, 5 de agosto de 2020
A S.E.R Mons. FRANCESCO LAMBIASI, Obispo de Rímini
Excelencia Reverendísima, el Santo Padre quiere transmitir a través de usted sus deseos de éxito para la XLI edición del Encuentro de amistad entre los pueblos, que se realizará principalmente de modo digital. A los organizadores y a todos los que participan, el Papa Francisco asegura su cercanía y su oración.
¿Quién no se ha sentido identificado con los demás por la experiencia dramática de la pandemia? «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados (…) La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida» (Francisco, Momento extraordinario de oración, Atrio de la Basílica de San Pedro, 27-III-2020).
El título de este año: «Privados de asombro, permanecemos sordos a lo sublime» (A.J. Heschel, Dios a la búsqueda del hombre, Turín 1969, 274), ofrece una valiosa y original contribución en un momento vertiginoso de la historia. En la búsqueda de los bienes más que del bien, muchos se han apoyado exclusivamente en sus propias fuerzas, en la capacidad de producir y ganar, renunciando a la actitud que en el niño constituye la materia de la mirada sobre la realidad: el asombro. A propósito, G.K. Chesterton escribía: «Las escuelas y los ensayos más herméticos nunca han tenido la gravedad que alberga los ojos de un neonato de tres meses. La suya es la gravedad del asombro ante el universo, y ese estupor no es misticismo, sino sentido común trascendente» (El imputado, Turín 2011, 113).
Viene a la mente la invitación de Jesús a hacerse como niños (cfr. Mt 18,3), pero también la maravilla ante el ser, que constituyó el principio de la filosofía en la antigua Grecia. Ese estupor establece y reinicia la vida, permitiéndole recomenzar en cualquier circunstancia: «es la actitud que hemos de tener (…), porque la vida es un don que siempre nos ofrece la posibilidad de empezar de nuevo», dijo el Papa Francisco, insistiendo luego en la necesidad de recuperar asombro para vivir: «La vida sin asombro se vuelve gris, rutinaria; lo mismo sucede con la fe. Y también la Iglesia necesita renovar el asombro de ser morada del Dios vivo, Esposa del Señor, Madre que engendra hijos» (Homilía, 1-I-2019).
En los pasados meses hemos experimentado esa dimensión del asombro que asume la forma de la compasión en presencia del sufrimiento, de la fragilidad, de la precariedad de la existencia. Este noble sentimiento humano ha llevado a médicos y enfermeras a afrontar el grave desafío del Coronavirus con enérgica dedicación y admirable compromiso. El mismo sentimiento lleno de afecto hacia los estudiantes ha permitido a muchos profesores asumir el cansancio de la enseñanza a distancia, asegurando la conclusión del año escolar. E igualmente ha permitido a muchos encontrar en los rostros y en la presencia de los familiares la fuerza para afrontar molestias y fatigas.
En ese sentido, el tema del próximo Encuentro constituye un potente reclamo a entrar en las profundidades del corazón humano a través de la cuerda del asombro. ¿Cómo no notar un sentimiento natural de admiración ante el espectáculo de un paisaje de montaña, o escuchando música que hace vibrar el alma, o simplemente ante la existencia de quien nos quiere y del don de la creación? El asombro es verdaderamente el camino para captar los signos de lo sublime, es decir de aquel Misterio que constituye la raíz y el fundamento de todas las cosas. Pues, «no solo el corazón del hombre se presenta como un signo, sino también toda la realidad. Para interrogarse ante los signos es necesaria una capacidad extremadamente humana, la primera que tenemos como hombres y mujeres: la admiración, la capacidad de asombro, como la llama Giussani. Solo el asombro conoce» (J.M. Bergoglio, en A. Savorana, Vida de don Giussani, Milán 2014, 1034). Por eso J.L. Borges pudo decir: «Todas las emociones pasan, solo el asombro permanece» (El desierto y el laberinto).
Si dicha mirada no se cultiva, nos volvemos ciegos ante la existencia: encerrados en nosotros mismos, quedamos atraídos por lo efímero y dejamos de interrogar la realidad. También en el desierto de la pandemia han resurgido preguntas a menudo latentes: ¿cuál es el sentido de la vida, del dolor, de la muerte? «El hombre no puede contentarse con respuestas reducidas o parciales, obligándose a censurar o a olvidar algún aspecto de la realidad. Dentro de sí posee un anhelo de infinito, una tristeza infinita, una nostalgia que se satisface solo con una respuesta igualmente infinita. La vida sería un deseo absurdo, si esa respuesta no existiese» (J.M. Bergoglio, en Vida de don Giussani, cit., 1034).
Diversas personas se han lanzado a la búsqueda de respuestas o tan solo de preguntas sobre el sentido de la vida, al que todos aspiran, incluso sin ser conscientes. Así ha pasado algo aparentemente paradójico: en vez de apagar la sed más profunda, el confinamiento ha despertado en algunos la capacidad de asombro ante personas y hechos dados antes por descontado. Una circunstancia tan dramática ha devuelto, al menos por un poco de tiempo, un modo más genuino de apreciar la existencia, sin ese complejo de distracciones y preconceptos que contamina la mirada, desdibuja las cosas, vacía el asombro y distrae de preguntarnos quiénes somos.
En plena emergencia sanitaria el Papa recibió una carta firmada por varios artistas, que le agradecían haber rezado por ellos durante una Misa en Santa Marta. En aquella ocasión había dicho: «Los artistas nos hacen comprender qué es la belleza, y sin lo bello el Evangelio no se puede entender» (Homilía en Santa Marta, 7-V-2020). Lo decisiva que es la experiencia de la belleza para alcanzar la verdad lo ha demostrado, entre otros, el teólogo Hans Urs von Balthasar: «En un mundo sin belleza, hasta el bien pierde su fuerza de atracción, la evidencia de que debe hacerse; y el hombre se queda perplejo ante eso y se pregunta por qué no debe más bien preferir el mal. También esto constituye una posibilidad, incluso mucho más excitante. En un mundo que no se cree ya capaz de afirmar lo bello, los argumentos a favor de la verdad han agotado su fuerza de conclusión lógica: el proceso que lleva a la conclusión es un mecanismo que ya no obliga a nadie, y la misma conclusión ya no concluye» (Gloria I, Milán 2005, 11).
Por eso, el tema que caracteriza el Encuentro lanza un reto decisivo a los cristianos, llamados a manifestar el profundo atractivo que la fe ejerce por su belleza: «el atractivo de Jesús», según una expresión que le gustaba al Siervo de Dios Luigi Giussani. A propósito de la educación en la fe, el Santo Padre escribió, en el que se suele considerar el documento programático de su pontificado: «Todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. (…) Si, como dice san Agustín, nosotros no amamos sino lo que es bello, el Hijo hecho hombre, revelación de la infinita belleza, es sumamente amable, y nos atrae hacia sí con lazos de amor. Entonces se vuelve necesario que la formación en la via pulchritudinis esté inserta en la transmisión de la fe» (Evangelii gaudium,167).
El Papa os invita por eso a continuar colaborando con él al dar testimonio de la experiencia de la belleza de Dios, que se hizo carne para que nuestros ojos se asombren al ver su rostro y nuestras miradas encuentren en Él la maravilla de vivir. Es lo que dijo un día San Juan Pablo II, del que hemos recordado hace poco el centenario de su nacimiento: «Vale la pena ser hombre, porque Tú, Jesús, has sido hombre» (Homilía, 15-IV-1984). ¿Acaso no es este asombroso descubrimiento la contribución más grande que los cristianos pueden ofrecer para sostener la esperanza de los hombres? Es un deber del que no podemos escapar, especialmente en este angosto momento de la historia. Es la llamada a ser transparencias de la belleza que nos ha cambiado la vida, testigos concretos del amor que salva, sobre todo respecto a los que ahora más sufren.
Con estos sentimientos, el Santo Padre envía de corazón la Bendición Apostólica a Vuestra Excelencia y a toda la comunidad del Encuentro, pidiendo que sigan recordándolo en la oración. Uno mi cordial saludo, mientras me despido, con sentimientos de distinguido respeto,
de Vuestra Excelencia Reverendísima
devotísimo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya
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