La veracidad es una virtud importante y sin ella las relaciones entre los hombres se enredan y complican. Si la verdad está ausente, se hacen imposibles la comunicación y el entendimiento entre las personas, las palabras se vacían de sentido al transmitir algo que no es real, sino mentira.
No se puede construir sobre la mentira porque detrás de ella no hay nada. «Sin
la verdad el hombre pierde el sentido de su vida»[Benedicto XVI]. Los hombres
no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se
manifestasen con verdad. «La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo
que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el
secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción»[CEC].
La sinceridad es una virtud humana importante. Ir por la vida con mentiras, disimulos, intenciones escondidas o medias verdades lleva a la infelicidad a través de inseguridades y desconfianzas. Todas las mentiras contienen fisuras por las que se puede descubrir la falsedad de la persona.
«Leías en aquel diccionario los sinónimos de insincero: “ambiguo, ladino, disimulado, taimado, astuto”… –Cerraste el libro, mientras pedías al Señor que nunca pudiesen aplicarte esos calificativos, y te propusiste afinar aún más en esta virtud sobrenatural y humana de la sinceridad»[San Josemaría Surco 337].
Quienes mienten y disimulan no logran comunicación con los demás porque crean una barrera entre persona y persona que impide la confianza. Esta barrera hace imposible la amistad, crea a su alrededor una maraña de malos entendidos que esconden la realidad. Al final, los mentirosos se quedan solos porque nadie se fía de ellos.
El Catecismo de la Iglesia Católica señala otro aspecto de
la veracidad: la obligación de comunicar la verdad en los medios informativos:
«la sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad,
la justicia»[CEC]. A veces no se trata de mentiras, pero sí de medias verdades
o de noticias tendenciosas, que llevan a la pérdida de veracidad de las
informaciones.
En el año 1815 el diario francés Moniteur fue presentando
así a sus lectores el trayecto de Napoleón hacia París: el bandido ha huido de
la isla de Elba; el usurpador ha llegado a Grenoble; Napoleón entra en Lyon; el
emperador llega esta tarde a París[A. Luciani]. Se da un cambio en la manera de
informar por parte del periódico conforme el propio Napoleón recorre Francia y
es acogido de modo favorable por las gentes: primero se le llama bandido y
usurpador; el siguiente titular es neutro; en el último se le reconoce como
emperador.
Con frecuencia los medios pretenden presentar su opinión o
su visión de los hechos o su ideología como la verdad, inciden así en la
manipulación, que puede presentarse de muy diversas formas: En el titular de la
noticia, que es lo más llamativo y en lo que muchas personas se detienen, sin
leer ni oír el resto.
Ejemplo claro son las noticias sobre manifestaciones en la
calle: de un medio a otro las cifras oscilan entre «más de un millón de
personas» o «apenas treinta mil». Lugar de la información en el conjunto del
medio: Unos medios abren con determinada noticia; otros la relegan a páginas
interiores; algunos –incluso– la silencian. Hay casos muy conocidos de medios
de comunicación que no publican una determinada noticia, por contrastada que
esté, sobre los propietarios económicos de ese mismo medio. Se entiende que «no
arrojen piedras contra el propio tejado», pero el completo silencio de algo que
es público es especialmente escandaloso.
La mentira propiamente dicha es la que relata los hechos de
forma conscientemente contraria, en todo o en parte, a lo que son. Otra forma
de manipulación es la publicación de rumores, es decir, una información no
suficientemente contrastada: una noticia verdadera necesita pruebas.
La sinceridad significa rechazo absoluto de la mentira, el
engaño y el disimulo; como virtud, implica un compromiso personal para decir
siempre la verdad. San Josemaría Escrivá utilizaba a veces para celebrar Misa
un cáliz que parecía de plata. Era bonito y sencillo, y tenía un baño de plata
que a la vista hacía pensar que era de este metal. Sin embargo, en la base
estaba escrito con todas las letras «latón»: el orfebre no había querido
engañar al cliente y venderlo como si fuera de más valor. Ese hombre era
sincero. La sinceridad con uno mismo y ante Dios hace a los hombres más libres.
Es condición para amar, para servir, para hacer el bien.
Francisco Fernandez Carvajal
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