La trepidante densidad del pontificado de Benedicto XVI se esconde en formas apacibles distintas a las de Juan Pablo II. Quizá esto explica el menor eco mediático que pueden tener hechos o documentos de máxima importancia. Así me lo parece, en concreto, respecto de la 'Exhortación Apostólica Verbum Domini', de publicación reciente. Recoge muchas de las sugerencias formuladas en octubre de 2008 durante el Sínodo de Obispos celebrado en Roma sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. El Papa lo firmó en un día simbólico: el 30 de septiembre, memoria litúrgica de san Jerónimo.
Al comienzo del documento, en el n. 7, Benedicto XVI recuerda el carácter analógico de la “Palabra de Dios”: “Jesucristo, nacido de María Virgen, es realmente el Verbo de Dios que se hizo consustancial a nosotros. Así pues, la expresión ‘Palabra de Dios’ se refiere aquí a la persona de Jesucristo, Hijo eterno del Padre, hecho hombre”. Se trata de una referencia al prólogo del evangelio de san Juan, bien conocido de la gente mayor, pues esa gran síntesis de la fe católica se leyó durante años al final de la misa.
Pero, por otra parte, la creación –como recordaba el Pontífice en la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona , el liber naturae “forma parte esencialmente de esta sinfonía a varias voces en que se expresa el único Verbo”. Los creyentes pueden rastrear en ese libro las huellas divinas que el Creador plasma en lo creado.
Pero, además, la fe cristiana confiesa que “Dios ha comunicado su Palabra en la historia de la salvación, ha dejado oír su voz; con la potencia de su Espíritu, ‘habló por los profetas’”. Como es bien sabido, según el arranque de la epístola a los Hebreos, esa intervención de la providencia llega a su plenitud en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
SALVADOR BERNAL
RELIGIÓN CONFIDENCIAL
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