Un  mundo en el que los valores materiales constituyen todo y los valores  espirituales son nada, ni genera un Estado estable ni una buena sociedad
      Mientras  los líderes políticos europeos se reúnen para salvar el euro y la Unión  Europea, lo mismo deberían hacer los líderes religiosos. Es por esto  que me hallo en Roma: para tratar de nuestras preocupaciones comunes  encontrando al Papa y en coloquios en la Universidad Gregoriana. La idea  podría parecer absurda. ¿Qué tiene que ver la religión con la economía o  la espiritualidad con las instituciones financieras? La respuesta es  que la economía de mercado tiene raíces religiosas. Surgió en una Europa  permeada de valores judeo-cristianos.
      Como ha subrayado el economista de Harvard, David Landes,  hasta el siglo XV China estaba muy avanzada en una vasta gama de  tecnologías respecto a Occidente. Sin embargo China no dio lugar a una  economía de mercado, no vio el nacimiento de la ciencia moderna ni la  revolución industrial. Según afirma Landes, no poseía el conjunto de  valores que el judaísmo y el cristianismo dieron a Europa. 
      La  economía de mercado es profundamente coherente con los valores  expuestos en la Biblia hebraica. La prosperidad material es una  bendición divina. La pobreza aplasta el espíritu y el cuerpo, y  aliviarla es una tarea sacra. El trabajo es una noble vocación. «Cuando comieres el trabajo de tus manos —recita el Salmo— bienaventurado serás y te irá bien".
      La competencia alimenta el fuego de la inventiva. «La rivalidad entre los escribas aumenta la sabiduría».  Dios nos invita —decían los rabinos— a ser sus colaboradores en la obra  de la creación. Los derechos de propiedad privada son fundamentales  para la libertad. Moisés afirma, cuando su papel de guía se pone en entredicho: «De ellos no he tomado un asno». Elías desafía al rey Ajab por la incautación de la viña de Nabot.  Además de esto, afirma Landes, la Biblia introduce la idea del tiempo  lineal, rechazando la idea de que el tiempo sea un ciclo en el que, en  definitiva, nada cambia.
      Los  primeros instrumentos financieros del capitalismo moderno se  desarrollaron en el siglo XIV por las bancas en las ciudades cristianas  de Florencia, Pisa, Génova y Venecia. Max Weber trazó los vínculos entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Michael Novak  hizo lo mismo en cuanto al catolicismo. Los judíos, aún constituyendo  el 0,2 por ciento de la población mundial, han ganado más del 30 por  ciento de los premios Nobel de economía. Cuando pregunté al economista  del desarrollo Jeffrey Sachs qué motivaba su trabajo, respondió sin dudar: “tikkum olam”, el imperativo hebraico de "sanar un mundo fracturado". El nacimiento de la economía moderna es inseparable de sus raíces judeo-cristianas.
      Sin  embargo no se trata de un equilibrio estable. El mercado mina los  valores mismos que le dieron origen. La cultura consumista es  profundamente antitética a la dignidad humana. Atiza el deseo, mina la  felicidad, debilita la capacidad de diferir la gratificación instintiva y  nos ciega ante la distinción vital entre el precio de las cosas y su  valor. Los instrumentos financieros en el vértice de la crisis actual  —hipotecas "subprime" y "securitization" del riesgo—  fueron tan complejos que los gobiernos, las autoridades reguladoras y a  veces hasta los banqueros mismos no llegaron a comprenderlos en su  extrema vulnerabilidad. Quienes animaron a otros a activar hipotecas que  después no podían pagar se hicieron culpables de lo que la Biblia  define como "poner un obstáculo ante el ciego".
      El  crecimiento de la deuda personal y colectiva en América y Europa  debería haber enviado señales de alarma a cualquiera que estuviera  familiarizado con las instituciones bíblicas de los años sabáticos y  jubilares, convocados precisamente a causa del peligro de que las  personas quedaran atrapadas por la deuda. Estos son síntomas de un  fracaso más amplio: considerar el mercado como fin, no como medio. La  Biblia ofrece una imagen gráfica de qué ocurre cuando las personas dejan  de ver el oro como medio de cambio y empiezan a considerarlo como  objeto de culto. Llama a esto el "becerro de oro". Su antídoto es  el sábado: un día de cada siete en el que ni trabajemos ni hagamos  trabajar, ni vendamos ni compremos. Es un tiempo dedicado a cosas que  tienen un valor, no un precio: familia, comunidad y acción de gracias a  Dios por lo que tenemos, en lugar de preocuparnos de lo que carecemos.  No es una coincidencia que en Gran Bretaña el domingo y los mercados  financieros fueran liberalizados más o menos en el mismo momento.
      Estabilizar  el euro es una cosa; sanar la cultura que lo rodea es otra. Un mundo en  el que los valores materiales constituyen todo y los valores  espirituales son nada, ni genera un Estado estable ni una buena  sociedad. Ha llegado el momento para nosotros de recobrar la ética  judeo-cristiana de la dignidad humana a imagen de Dios. La humanidad no  fue creada para servir a los mercados. Los mercados se crearon para  servir a la humanidad.
Jonathan Sacks, Rabino jefe de las Congregaciones judías unidas de la Commonwealth
L´Osservatore Romano / Almudí
L´Osservatore Romano / Almudí

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