jueves, 1 de diciembre de 2011

¿Una “civilización” sin Dios?

   En estos días, y en diferentes medios de opinión, he visto comentarios a una conferencia del profesor inglés,  Mathhew Forde, converso católico, sobre la situación actual de la sociedad europea.

   En el texto de la exposición, hay una referencia explícita a Inglaterra, de la que se afirma que, en los últimos 50 años se ha producido "una caída generalizada de la asistencia a la Iglesia, del contacto de la gente con el cristianismo organizado, de los matrimonios religiosos y de la asistencia a las escuelas dominicales y del peso de la religión en la política". Afirmaciones semejantes se pueden hacer de cualquier otra sociedad europea.
   Lógicamente, las referencias al materialismo, al relativismo, al individualismo, son frecuentes a lo largo del texto; y es lógico y normal que sea así. Los análisis, y las exposiciones sobre la decadencia profunda de la civilización, impregnada de cristianismo, vigente un tiempo en Europa se han multiplicado por doquier.
   Y ya es casi un lugar común, concluir el análisis señalando que el individualismo, egoísmo, lleva a una "descomposición de los lazos comunitarios; a "una crisis de la institución de la familia", acompañada del aumento de divorcios, del descenso de los matrimonios, y lógicamente del número de nacimientos. Estos analistas son conscientes de que una vez superada la cuestión del trabajo y de la producción, la crisis económica actual, la sociedad seguirá con la misma degradación que hoy.

    ¿Vale la pena seguir analizando lo que ya desde  hace más de un siglo era una realidad latente, que salió a la superficie como una verdadera explosión sólo después de la Segunda Guerra Mundial? Quizá no. Esa decadencia no es más que el fin anunciado de los diferentes intentos de construir una "civilización sin Dios".


   Pero quedarse en el pesimismo no es una solución adecuada para el ser humano, "creado a imagen y semejanza de Dios"; y mucho menos para un cristiano, llamado a dar esperanza a todas las naciones, a todas las civilizaciones, llevando a todas la luz de la Resurrección de Cristo. Siempre queda en la sociedad europea, y más vivo de lo que algunos piensan, un "resto" sobre el que se está comenzado ya a construir la futura sociedad.
   Ese "resto" –familias y escuelas, fundamentalmente, sostenidas por el espíritu de Cristo-, es la levadura de toda la masa, de toda la sociedad. El "resto de los que "creen en Dios". "La Iglesia acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre". No quiere más. Libertad para anunciar el Evangelio. La Iglesia no quiere "poder"; anhela que el hombre no pierda el horizonte terreno y eterno de su vida
Tanto de Dios como del hombre, se ha olvidado nuestra sociedad que quiere reducir al hombre a un puro juego de neuronas, de reacciones químicas, y quiere reducir hasta el amor, cariño, a una madre enferma en pura reacción "fisiológica de compensación de instintos".
   Ante esta ceguera –todos tenemos la libertad de arrancarnos los ojos para no ver lo que pone delante de nuestra inteligencia la realidad de la creación, del Creador-; ante el último intento materialista de reducir al hombre a "lenguaje, cooperación social y pericia tecnológica", Benedicto XVI recordó a los dirigentes africanos, antes de salir de Benín:
   "Desde esta tribuna, hago un llamamiento a todos los líderes políticos y económicos de los países africanos y del resto del mundo. No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente de vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará entender que, siendo los promotores del futuro de vuestros pueblos, es necesario que seáis verdaderos servidores de la esperanza. No es fácil vivir en la condición de servidor, de mantenerse íntegro entre las corrientes de opinión y los intereses poderosos. El poder, de cualquier tipo que sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en juego intereses privados, familiares, étnicos o religiosos. Sólo Dios purifica los corazones y las intenciones".
   ¿Volverán a rezar a Dios los políticos en Europa, como hicieron, entre otros, sus antepasados que comenzaron el proceso de una Europa unida, De Gasperi, Adenauer, Schuman?

ERNESTO JULIÁ
RELIGIÓN CONFIDENCIAL

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