domingo, 16 de diciembre de 2012

Promesas rotas

Alguien tiene que escribir la verdadera historia de las relaciones ciencia-ideología

      Algún día se escribirá esa historia: la de cómo las ideologías dominantes forzaron la ciencia del siglo XX y, esperemos que solo en parte, la del siglo XXI. Mientras no se haga, seguirá hablándose del antagonismo entre razón y fe, entre religión y progreso, con descuido de la más estridente evidencia: que el progreso científico y humano se ha dado y sigue dándose (piénsese, por ejemplo, en los derechos de las mujeres) en los países de cultura cristiana. Entre tanto, mientras nadie explique, por ejemplo, cómo las revistas científicas rechazan papers que no están de acuerdo con lo políticamente correcto, se mantendrá la falsa oposición. 


      Basta recordar la historia truculenta de las células madre embrionarias, de las manifestaciones delante de los parlamentos con enfermos en sillas de ruedas y alaridos contra la Iglesia Católica: resulta que no había nada detrás de esa investigación, salvo falsas esperanzas y, quizá, un recurso para deshacerse de los cientos de miles de embriones congelados, sobrantes de fecundaciones in vitro a menudo fallidas, y cuyo almacenamiento resulta carísimo. O los estudios sobre los efectos psicológicos del aborto intencionado que nadie quiso publicar durante años. No es la Iglesia quien se opone a la ciencia y la censura para ahormarla a conceptos previos simplificados, irracionales y falsos.

      Curiosamente, la demostración de esta tesis me llega de la mano de un antropólogo liberal no creyente: un científico con un larguísimo historial en la lucha contra el sida, harto de esa distorsión deshonesta que la ideología opera sobre la ciencia y que, en este campo, ha costado millones de vidas y... de dólares. Se llama Edward G. Green (Harvard, John Hopkins) y lo cuenta en su libro Broken Promises. How the AIDS Establishment Has Betrayed the Developing World

      Después de una introducción biográfica en la que intenta demostrar que, por tradición familiar, ideas o comportamiento no es ni parece un conservador, Green cuenta cómo sus descubrimientos científicos sobre el terreno se dieron de bruces durante años con las agencias internacionales y los patrocinadores de esas agencias ─muy especialmente, la industria farmacéutica y la de los preservativos─, de modo que se ignoraron evidencias científicas a favor de prejuicios ideológicos o intereses mercantiles, con el resultado de millones de muertes perfectamente evitables. 

      El caso de Uganda, que analiza con mucho detalle, resulta paradigmático: los ugandeses, solitos, y a base de enfatizar la fidelidad, consiguieron rebajar tanto los índices de sida que... se convirtieron en un peligro, porque apenas recurrían en sus campañas al uso de condones. Pero supieron hacerlos reaccionar: montaron un programa carísimo ─equivalente al presupuesto de ingresos del país─ basado en condones y pruebas de contagio, de modo que en poco tiempo recuperaron las antiguas tasas de infección. 

      Green es prolijo en detalles, por lo que, a medida que se avanza en la lectura, la indignación crece: papers, una vez más, que nadie quiere publicar; informes silenciados o editados arteramente para que no parezca que dicen lo que dicen; despliegue de mecanismos de márketing social orientados únicamente a vender más condones y medicamentos, nunca a evitar o prevenir la enfermedad, etcétera.

      Se trata de una obra narrativa y descriptiva, por eso sorprende un poco el capítulo que dedica a las causas de esta manipulación gravísima de la ciencia. Lo titula “La ideología del sida”, que según él descansa sobre tres pilares bien conocidos: el mito de la libertad sexual; la idea de que no se deben promover cambios de comportamiento, sino reducir la gravedad de sus consecuencias; y el relativismo cultural, que impide calificar cualquier costumbre de equivocada y, en la práctica, conduce a que no se puede prevenir a los sanos sobre ciertas prácticas porque resultaría “estigmatizante” para los infectados. Insisto: alguien tiene que escribir la verdadera historia de las relaciones ciencia-ideología.

Paco Sánchez
Nuestro Tiempo

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