Alguien tiene que escribir la verdadera historia de las relaciones ciencia-ideología
Algún
día se escribirá esa historia: la de cómo las ideologías dominantes
forzaron la ciencia del siglo XX y, esperemos que solo en parte, la del
siglo XXI. Mientras no se haga, seguirá hablándose del antagonismo entre
razón y fe, entre religión y progreso, con descuido de la más
estridente evidencia: que el progreso científico y humano se ha dado y
sigue dándose (piénsese, por ejemplo, en los derechos de las mujeres) en
los países de cultura cristiana. Entre tanto, mientras nadie explique,
por ejemplo, cómo las revistas científicas rechazan papers que no están de acuerdo con lo políticamente correcto, se mantendrá la falsa oposición.
Basta
recordar la historia truculenta de las células madre embrionarias, de
las manifestaciones delante de los parlamentos con enfermos en sillas de
ruedas y alaridos contra la Iglesia Católica: resulta que no había nada
detrás de esa investigación, salvo falsas esperanzas y, quizá, un
recurso para deshacerse de los cientos de miles de embriones congelados,
sobrantes de fecundaciones in vitro a menudo fallidas, y cuyo
almacenamiento resulta carísimo. O los estudios sobre los efectos
psicológicos del aborto intencionado que nadie quiso publicar durante
años. No es la Iglesia quien se opone a la ciencia y la censura para
ahormarla a conceptos previos simplificados, irracionales y falsos.
Curiosamente,
la demostración de esta tesis me llega de la mano de un antropólogo
liberal no creyente: un científico con un larguísimo historial en la
lucha contra el sida, harto de esa distorsión deshonesta que la
ideología opera sobre la ciencia y que, en este campo, ha costado
millones de vidas y... de dólares. Se llama Edward G. Green (Harvard, John Hopkins) y lo cuenta en su libro Broken Promises. How the AIDS Establishment Has Betrayed the Developing World.
Después
de una introducción biográfica en la que intenta demostrar que, por
tradición familiar, ideas o comportamiento no es ni parece un
conservador, Green cuenta cómo sus descubrimientos científicos sobre el
terreno se dieron de bruces durante años con las agencias
internacionales y los patrocinadores de esas agencias ─muy
especialmente, la industria farmacéutica y la de los preservativos─, de
modo que se ignoraron evidencias científicas a favor de prejuicios
ideológicos o intereses mercantiles, con el resultado de millones de
muertes perfectamente evitables.
El
caso de Uganda, que analiza con mucho detalle, resulta paradigmático:
los ugandeses, solitos, y a base de enfatizar la fidelidad, consiguieron
rebajar tanto los índices de sida que... se convirtieron en un peligro,
porque apenas recurrían en sus campañas al uso de condones. Pero
supieron hacerlos reaccionar: montaron un programa carísimo ─equivalente
al presupuesto de ingresos del país─ basado en condones y pruebas de
contagio, de modo que en poco tiempo recuperaron las antiguas tasas de
infección.
Green es prolijo en detalles, por lo que, a medida que se avanza en la lectura, la indignación crece: papers,
una vez más, que nadie quiere publicar; informes silenciados o editados
arteramente para que no parezca que dicen lo que dicen; despliegue de
mecanismos de márketing social orientados únicamente a vender más condones y medicamentos, nunca a evitar o prevenir la enfermedad, etcétera.
Se
trata de una obra narrativa y descriptiva, por eso sorprende un poco el
capítulo que dedica a las causas de esta manipulación gravísima de la
ciencia. Lo titula “La ideología del sida”, que según él descansa
sobre tres pilares bien conocidos: el mito de la libertad sexual; la
idea de que no se deben promover cambios de comportamiento, sino reducir
la gravedad de sus consecuencias; y el relativismo cultural, que impide
calificar cualquier costumbre de equivocada y, en la práctica, conduce a
que no se puede prevenir a los sanos sobre ciertas prácticas porque
resultaría “estigmatizante” para los infectados. Insisto: alguien tiene que escribir la verdadera historia de las relaciones ciencia-ideología.
Paco Sánchez
Nuestro Tiempo
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