miércoles, 12 de febrero de 2014

El diálogo social y la paz


   ¿En qué consiste la educación para el diálogo y para la paz? En su capítulo cuarto, la Evangelii gaudium se ocupa del bien común y la paz social, y del diálogo social como contribución a la paz. Son cuestiones importantes que deben estar presentes en la educación de la fe. 

Verdadera y falsa paz

En primer lugar, el Papa Francisco subraya lo que es y lo que no es la paz, y también lo que sería una falsa paz: “aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden” (n. 218). Dicho brevemente, no se trata de lograr “un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz”; pues “La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios” (Ibid.).


El tiempo y la unidad

    El deber de procurar la paz y participar como buenos ciudadanos a la vez que cristianos (lo que el Papa llama “ciudadanía fiel”) no es sólo un deber individual, sino que afecta a los pueblos como tales. Y para avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, Francisco propone cuatro principios:

     a) El tiempo es superior al espacio (cf. n. 222 ss.). Dar prioridad al espacio lleva a aferrase al presente y ocupar los ámbitos de poder y autoafirmación. En cambio, priorizar el tiempo implica paciencia, tensión, tenacidad para ponerse metas teniendo en cuenta los horizontes adonde nos dirigimos, asumiendo los procesos y el camino tal vez largo. Esto tiene su traducción en la evangelización y también –cabría añadir– en la educación cristiana, pues se requieren itinerarios, proyectos, verificaciones, equipos de trabajo con objetivos realistas.

     b) La unidad prevalece sobre el conflicto (cf. n. 226 ss.). Los conflictos no se superan ignorándolos, ni quedando como bloqueados por ellos, sino trabajando por resolverlos sobre la base de la dignidad humana y de la solidaridad, y –especialmente en el ámbito de la evangelización– teniendo en cuenta la Cruz. Un principio igualmente luminoso para la educación en la fe. Cuando se reza (y por tanto se tiene la paz interior), se trabaja y se dialoga, siempre se va adelante, aunque no falten dificultades. Las dificultades, con la visión de la fe, sirven para reforzar el camino hacia la paz, hacia la reconciliación que respeta la diversidad. Educar en la fe es educar en la ciencia de la cruz, que también significa sumar y priorizar lo positivo. 


La realidad y la totalidad

     c) La realidad es más importante que la idea (cf. nn. 231 ss.). Entre ideas y realidades hay una tensión en principio buena: y en esa tensión, la realidad es superior a las ideas. Las ideas no deben ocultar la realidad, sino ayudar a percibirla, comprenderla y conducirla. De otra manera se originan idealismos y nominalismos, misticismos y gnosticismos ineficaces y perjudiciales. 

     Todo ello recibe una luz definitiva con la encarnación de la Palabra de Dios en Cristo. Por eso el “principio de encarnación” (de dar cuerpo a lo que creemos, con la fe hecha vida y en unidad con los demás cristianos) es tan importante en la evangelización; y, con él, el valor de la historia de la salvación, los santos que la jalonan, la tradición bimilenaria de la Iglesia. 

     También la educación en la fe está hecha de pasos concretos que enseñan a integrarse en esa historia de las acciones de Dios y de las respuestas de los hombres sostenidas por la gracia. Así podemos colaborar realmente (y no como una empresa meramente intelectual) en la aventura humana y divina de la salvación; con la guía de la Iglesia, con la preocupación por las necesidades de todos, viviendo la justicia y la caridad. 

     d) El todo es superior a la parte (cf. nn. 234 ss.). En este pasaje se subraya la complementariedad entre lo universal y lo local. Así se evitan tanto la mezquindad cotidiana como el caminar sin pisar la tierra. Que el todo es más que la parte y que la suma de las partes, ayuda a trabajar en lo pequeño y cercano, pero con una perspectiva más amplia. Y así las personas se perfeccionan al integrarse cordialmente en la comunidad humana. El ejemplo es el poliedro, donde el todo asume, respetándolas, las parcialidades. En la evangelización todos pueden aportar, incluso los que puedan ser cuestionados por sus errores. Y todos son destinatarios de la Buena Noticia. En la educación cristiana esta perspectiva ayuda a tener “visión universalista” y, a la vez, concreta y local; con atención a lo cercano y lo inmediato pero sin empequeñecerse. Ayudar a madurar como personas y como cristianos es enseñar a ser otro Cristo: aquel que, del modo más total, fue y es “para los demás”. 


La contribución del diálogo a la paz

     ¿Cómo contribuye el diálogo a la paz? El Papa Francisco se detiene especialmente en algunos ámbitos de diálogo: el diálogo con los Estados, con la sociedad –que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias– y con otros creyentes (nn. 238-257).

      a) En el diálogo con los Estados –a quien compete la promoción del bien común en la sociedad– dice el documento que la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones particulares (cf. n. 241). En efecto, porque buscar muchas de estas soluciones corresponde, no a la Iglesia como institución sino a los ciudadanos, cristianos o no, en colaboración mutua. La educación cristiana debe sembrar un espíritu de ciudadanía responsable y positivo.

     b) En el diálogo con las culturas y las ciencias, se ve necesario superar las visiones reductivas de la razón a lo empírico, como sucede con el cientismo y el positivismo. La fe no tiene miedo a la razón ni se opone al auténtico (humano) progreso de las ciencias. Esto debe mostrarse concretamente en las distintas áreas y materias de la educación cristiana, tomando pie de los acontecimientos y debates contemporáneos. Y para ello es necesaria la apertura a la interdisciplinariedad, que debe promoverse ante todo en la mente y en el trabajo diario de los educadores.

     c) El diálogo y el empeño ecuménico se hacen hoy imprescindibles, por la necesidad de que el testimonio cristiano sea claro y significativo, para evitar el escándalo de los cristianos divididos. Así es, y este ha sido el motor del movimiento ecuménico desde su comienzo, al principio del siglo XX. El Papa Francisco subraya la necesidad de concentrarse en las convicciones que nos unen y respetar la jerarquía de las verdades; como también la importancia de conocer a los otros cristianos, no solo para estar informados, sino también para acoger lo que Dios ha sembrado en ellos y nos puede enriquecer a los demás. 

     Los educadores harán bien en informar en concreto sobre las divisiones de los cristianos y sus causas, así como los elementos de verdad y de bien presentes en otras Iglesias y comunidades cristianas (cf. Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, 25-III-1993). Respecto al judaísmo, merece un lugar especial, por su papel de precursor en la revelación bíblica

     d) El diálogo interreligioso debe evitar todo fundamentalismo, y promover la apertura a la paz y la justicia. Es un diálogo que, por parte de los cristianos, debe compaginarse con el anuncio de la fe, sin caer en lo que podría ser un sincretismo conciliador meramente diplomático o táctico (esto equivaldría a engañar al otro, privándole de un don que se tiene para compartirlo generosamente). Además del judaísmo, el Islam es también un referente especial para la colaboración ética.

     Los educadores deben formar a los cristianos en el respeto a la libertad religiosacomo derecho fundamental y en el aprecio a las diversas tradiciones religiosas. Aunque muchas de ellas carezcan de los sacramentos, en ellas actúa el Espíritu Santo sembrando con su gracia la semilla del Evangelio que espera nuestra labor evangelizadora. Además, de su sabiduría práctica podemos aprender todos para vivir mejor nuestras propias convicciones. Y no solo de los creyentes sino también de todas las personas de buena voluntad, que sin seguir ninguna tradición religiosa, “buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios”. 

     Por ese motivo la educación cristiana es una educación para el diálogo y para la ética, en el camino de la trascendencia y explicitando la dimensión social del anuncio del Evangelio (cf. n. 257).


         

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