domingo, 30 de marzo de 2014

Vengo a escuchar


Vengo a escuchar

   El semblante serio de Francisco después del encuentro, aun contrastando con el risueño de Obama, no significa distanciamiento, sino comprensión de la significación del momento
El autor de ‘Entre la Casa Blanca y el Vaticano’ comenta para ZENIT en encuentro del presidente Obama con el papa Francisco.
Todo un espectáculo. En una Roma blindada por razones de seguridad, llena de zonas off limits, la entrevista del hombre más influyente del mundo (Francisco, según Fortune) con el más poderoso de la Tierra (Obama), se ha celebrado en un clima de cordialidad, pero de extraordinaria expectación. No todos los días puede verse un encuentro entre el hombre más nombrado en Google (Francisco, 49 millones de menciones en trece meses) y la persona con más followers en las redes sociales (Obama, 31 millones enFacebook y más de 20 millones en Twitter).

Desde enero 1919, en que Woodrow Wilson, visitara por primera vez a un Papa en el Vaticano, mucha agua ha pasado bajo los puentes del Tiber y del Potomac. En la época de Wilson raro era el católico con poder en la política norteamericana. Hoy los católicos “invaden” la Cámara de Representes (135 congresistas), el Senado (26), el Tribunal Supremos Federal (6 católicos de los 9 magistrados), e incluso el staff del propio Obama: vicepresidente Biden, secretario de Estado Kerry, jefe de gabineteMcDonough, o Kathleen Sebelius, secretaria (ministra) del Departamento de Sanidad. Cuando un Obama muy sonriente estrechaba la mano de Francisco tenía presente que el 85% de católicos norteamericanos y el 70% de los que no lo son tienen una visión favorable del papa.
La posición de Obama durante los 50 minutos de la entrevista (casi el doble de lo previsto) ha sido más pasiva que activa. Sus primeras palabras: “Gracias por recibirme, Santidad. Es maravilloso conocerle”, no eran de simple cumplido. Definen muy bien el planteamiento de esta entrevista por Obama: “Vengo a escuchar”, había dicho. Y no solo por deferencia al Pontífice. El presidente es consciente de que han pasado los días de vinos y rosas, al principio de su mandato, cuando comentaba entre bromas y veras: “seré tan escrupuloso en cumplir mis promesas que se dirá de mí: en seis días lo hizo… y el séptimo descansó”. Así, cuando el papa le hablaba de “inmigrantes”, Obama sabía que una de sus promesas incumplidas (“lo haré en mis 100 primeros días”) ha sido la ley de inmigración. Sabe que los obispos americanos van a celebrar el próximo domingo una misa “gigante” a lo largo del Rio Grande, para llamar la atención sobre la frontera de México “que hoy es la Lampedusa de Estados Unidos”. Sabe que su popularidad está bajo mínimos (43%), frente a un interlocutor que está por encima del 80%.
Por eso la entrevista entre los dos poderosos, aun en su cordialidad, recuerda más la de un discípulo que escucha que la de un poderoso que preguntara: “Perdón, Santidad, ¿de cuantas divisiones me ha dicho que dispone?” No es que estén de acuerdo en todo, basta echar una ojeada a la página web de los obispos norteamericanos para cotejar los temas conflictivos, pero la valentía de Francisco al encarar los desafíos económicos y sociales −“sin pelos en la lengua”, según Obama− produce tal admiración, que cualquier sensación de discrepancia en otras cuestiones se atenúa. Lo cual no quiere decir que en las conversaciones se hayan eludido los temas “vidriosos”. En las entrevistas Francisco/Obama/Parolín/Kerry se ha hablado con claridad de las lesiones a la libertad religiosa, a la vida y a la objeción de conciencia y de la reforma en materia de emigración, materias de fuertes discrepancias entre la Iglesia y el gobierno Obama. Y también de las coincidencias, como el respeto del derecho humanitario en las zonas de conflicto y la lucha contra la pobreza.
El Vaticano se ha volcado: el protocolo ha ganado a la espontaneidad. No podía ser de otro modo: el poder requiere una cierta majestad. Es la atmósfera que respira. En este contexto, el semblante serio de Francisco después del encuentro, aun contrastando con el risueño de Obama, no significa distanciamiento, sino comprensión de la significación del momento. Una entrevista en la que Obama ha invitado al Papa a Estados Unidos, le ha regalado −para obligarle a venir− semillas del jardín de la Casa Blanca, y le ha pedido oraciones por él y su familia. Un buen final.
Rafael Navarro-Valls
zenit /romereports / almudí

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