En un tiempo en que se protege especialmente la naturaleza −lo que es estupendo−, se descuida la esencia del hombre, su libertad
El título no es mío, sino de un amigo que me envió por WhasApp la fotografía de una pregunta y la respuesta de Albert Rivera en declaraciones a un periódico barcelonés. Ciudadanos estaba siendo un partido con un mensaje positivo, aunque fuera huyendo de los temas conflictivos relacionados con la familia, sexualidad, aborto, educación, etc. Ha hecho más hincapié en su programa económico, en la corrupción, etc.
Pero el pasado 22 de abril se destapaba en uno de esos asuntos silenciados. Interrogación: ¿Deben seguir recibiendo subvenciones las escuelas que segregan a los alumnos por sexo? Ya la pregunta se hace de modo torticero a base de emplear la palabra segregan, siempre teñida en negativo. La educación diferenciada es una opción más, cuya esencia es el respeto a la diferencia y no la segregación.
La respuesta es clara en la primera palabra: “No. Respeto mucho quien confíe en otros medios para educar a sus hijos, pero que lo pague cada uno. La educación es un servicio público, la que pagamos todos, debe reflejar el modelo de sociedad, en la que todos vivimos conjuntamente”. Es decir, esa sociedad no puede ser plural, todos hemos de pagar el modelo que dicte el señor Rivera que, por otro lado, no se sabe si es el estatal, concertado o privado de otro tipo.
No es baladí la cuestión porque acarrea asuntos de bastante calado. ¿Entiende Rivera la libertad seriamente? ¿la admite para todos en las mismas condiciones? Mire, donde no hay libertad escolar, sencillamente no hay libertad. ¿Se percata de que la familia que adopte la educación diferenciada pagaría dos veces?: en los impuestos, como todos, y en el colegio que haya elegido y que usted no sufragaría. ¿Se dará cuenta el señor Rivera de que no argumenta nada?
Habla de un modelo de sociedad en el que todos vivimos conjuntamente. No se sabe muy bien qué quiere decir, porque se puede vivir así por mera yuxtaposición, teniendo ideales similares, sabiendo convivir por encima de las diferencias o por imposición totalitaria. La libertad es hermosa y hay que cuidarla. Podríamos hablar de una ecología de la libertad, muy necesaria en estos tiempos que cabalgan entre el pensamiento débil que a nada conduce, salvo a frases biensonantes, o un larvado estatismo de sabor marxistoide que nunca sabrá amar la libertad, porque es una imposición dogmática en ámbitos propios del libre albedrío. En un tiempo en que se protege especialmente la naturaleza ─lo que es estupendo─, se descuida la esencia del hombre, su libertad. Dan ganas de gritar con Segismundo en “La vida es sueño”: y teniendo yo más alma, ¿tengo menos libertad?
Declaraciones de este tipo no son una novedad porque, de un modo u otro, esa idea y otras parecidas ─que atentan a la libertad consagrada por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y por la vigente Constitución Española─ son rancias. Es más, recuerdan otros tiempos. Por ejemplo, en 1968 perdió el Gobierno de Franco por primera vez una votación en las Cortes desde 1943, cuando Fernando Suárez solicitó, y consiguió, la retirada de la subvención pública a la Universidad de Navarra, tras la sesión más larga de esta Asamblea. Luego sería ministro. Puede observarse que el mundo político no busca sólo la izquierda, sino también la derecha en su versión más estricta. Quizás lo buscan para rascar votos de uno y otro lado, algo que, de un modo u otro, lo intentan casi todos.
En La libertad posmoderna, Alejandro Llano ha escrito:“El logro de la libertad de sí mismo es una hazaña existencial de envergadura, imposible de alcanzar con las propias fuerzas”. Se trata de lograr la propia libertad respecto a nosotros mismos que, en no pocas ocasiones, luchamos por alcanzar metas quizá opuestas a un sentido de la libertad que nos haga más humanos, más personas que no se engañan, que no mienten, que no buscan lo políticamente correcto, que emprenden cada día la apasionante aventura de vivir una libertad lograda. Pero es harto difícil encontrar muchos políticos que apuesten por la libertad, porque la mayoría intenta acomodarnos a la suya, tal vez la que supuestamente agrada a la mayoría de sus posibles votantes. Sea libre cada partido de proponer el programa que desee, pero tiene razón el amigo autor del título: es bueno saber quién es quién a la hora de votar.
Y ya que estamos ante unas elecciones, puedo añadir elementos que valoro a la hora de emitir mi voto, aún sabiendo que ningún partido reúne todos. Esos valores son: el derecho a la vida del concebido y no nacido, el mismo derecho para los ancianos que han de acabar el curso de su existencia con el cuidado que merecen, la libertad de los padres para elegir ─todos en igualdad de condiciones─ la escuela que deseen para sus hijos, una sanidad para todos con libertad de gestión pública o privada, la paz, la libertad religiosa y de las conciencias, el cumplimiento de las promesas electorales. En materias relativas a la vida, el Derecho ha quedado anticuado por los avances de la Biología.
Pablo Cabellos Llorente, en Las Provincias.
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