Durante la audiencia general el Santo Padre anunció que la catequesis del día es como la puerta de ingreso a una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, la vida real con sus tiempos y sus acontecimientos
Resumen de la catequesis del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy quiere ser la puerta de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, la vida real, la vida cotidiana. Sobre esta puerta están escritas tres palabras que ya hemos utilizado otras veces: permiso, gracias, perdón.
Más fáciles de decir que de poner en la práctica, pero absolutamente necesarias. Son palabras vinculadas a la buena educación, en su sentido genuino de respeto y deseo del bien, lejos de cualquier hipocresía y doblez.
La palabra Permiso nos recuerda que debemos ser delicados, respetuosos y pacientes con los demás, incluso con los que nos une una fuerte intimidad. Como Jesús, nuestra actitud debe ser la de quien está a la puerta y llama.
Dar las Gracias, segunda palabra, parece un signo de contradicción para una sociedad recelosa, que lo ve como debilidad. Sin embargo, la dignidad de las personas y la justicia social pasan por una educación a la gratitud. Una virtud, que para el creyente, nace del corazón mismo de su fe.
Finalmente, el Perdón, tercera palabra, es el mejor remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y llegue a romperse. El Señor nos lo enseña en el Padrenuestro, aceptar nuestro error y proponer corregirnos es el primer paso para la sanación. Esposos, si algún día discuten y se pelean no terminen nunca el día sin reconciliarse, sin hacer la paz.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Honduras, Argentina y otros países latinoamericanos. Que el Señor nos ayude a colocar estas tres palabras en su justo lugar, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa traducida al español
La catequesis de hoy es como la puerta de entrada de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, su vida real, con sus tiempos y sus acontecimientos. Encima de esta puerta de entrada hay escritas tres palabras, que ya he utilizado aquí en la Plaza varias veces. Y las tres palabras son: ¿permiso?, gracias, perdón. Estas palabras abren el camino para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras sencillas, ¡pero no tan fáciles de poner en práctica! Encierran una gran fuerza: la fuerza de proteger la casa, también en las mil dificultades y pruebas; en cambio, su falta, poco a poco abre grietas que pueden hacerla incluso venirse abajo.
Las conocemos normalmente como las palabras de la “buena educación”. Y es así: una persona bien educada pide permiso, dice gracias o pide perdón si se equivoca. Y eso está bien, porque la buena educación es muy importante. Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que la buena educación ya es media santidad. Pero, ¡cuidado!, porque en la historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que puede llegar a ser máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir:Detrás de tan buenas maneras se esconden malas costumbres. Ni siquiera la religión está a salvo de este riesgo, que lleva a la observancia formal a caer en la mundanidad espiritual. El diablo que tienta a Jesús destila buenas maneras —es todo un señor, un caballero— y cita las Sagradas Escrituras, parece un teólogo. Su estilo parece correcto, pero su intención es la de desviar de la verdad del amor de Dios. Nosotros, en cambio, entendemos la buena educación en sus términos auténticos, donde el estilo de los buenos modales está fuertemente arraigado en el amor del bien y en el respeto del otro. La familia vive de esta finura del amor.
1. Veamos: la primera palabra es ¿permiso? Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente incluso lo que quizá pensamos poder pretender, ponemos una auténtica fortaleza para el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en la vida del otro, aunque forme parte de nuestra vida, requiere la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza, en definitiva, no autoriza a darlo todo por descontado. Y el amor, cuanto más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar a que el otro abra la puerta de su corazón. A este propósito recordemos aquellas palabras de Jesús en el libro del Apocalipsis: Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré, cenaré con él y él conmigo (Ap 3,20). ¡Hasta el Señor pide permiso para entrar! No los olvidemos. Antes de hacer algo en familia: “Permiso, ¿puedo hacerlo? ¿Te gusta que lo haga así?”. Ese lenguaje educado pero lleno de amor. Y eso hace mucho bien en las familias.
2. La segunda palabra es gracias. A veces se nos ocurre que estamos llegando a una civilización de los malos modales y de las malas palabras, como si fuesen un signo de emancipación. Las oímos decir tantas veces, hasta públicamente. La gentileza y la capacidad de agradecer se ven como un signo de debilidad, a veces suscitan incluso desconfianza. Esa tendencia hay que combatirla en el seno mismo de la familia. Debemos ser intransigentes en la educación a la gratitud, al reconocimiento: la dignidad de la persona y la justicia social pasan ambas por aquí. Si la vida familiar descuida ese estilo, también la vida social lo perderá. La gratitud, además, para un creyente, está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios. ¡Qué feo es eso! Recordemos la pregunta de Jesús, cuando curó a diez leprosos y solo uno de ellos volvió a darle las gracias (cfr. Lc 17,18). Una vez escuché a una persona anciana, muy sabia, muy buena, sencilla, pero con esa sabiduría de la piedad, de la vida: La gratitud es una planta que crece solo en la tierra de almas nobles. Esa nobleza del alma, esa gracia de Dios en el alma nos empuja a decir: ¡gracias por la gratitud! Es la flor de un alma noble. ¡Qué bonito es esto!
3. La tercera palabra es perdón. Palabra difícil, cierto, pero tan necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se agrandan —incluso sin querer— hasta hacerse zanjas profundos. No por casualidad, en la oración enseñada por Jesús, el Padrenuestro, que resume todas las peticiones esenciales para nuestra vida, encontramos esta expresión: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,12). Reconocer que hemos faltado, y estar deseosos de restituir lo que se ha quitado —respeto, sinceridad, amor— hace dignos del perdón. Y así se para la infección. Si no somos capaces de pedir perdón, quiere decir que tampoco somos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide perdón comienza a faltar el aire, las aguas se estancan. Muchas heridas de los afectos, muchos roces en las familias empiezan con la pérdida de esta palabra preciosa: ¡Perdóname! En la vida matrimonial se pelea muchas veces… hasta “vuelan los platos”, pero os doy un consejo: no terminar nunca la jornada sin hacer las paces. Oídme bien: ¿os habéis peleado la mujer y el marido? ¿Los hijos con los padres? ¿Habéis discutido fuerte? No está bien, pero ese no es el problema. El problema es que ese sentimiento esté aún el día siguiente. Por eso, si habéis peleado, nunca terminéis la jornada sin hacer las paces en familia. ¿Y cómo hago las paces? ¿Poniéndome de rodillas? ¡No! Solo un pequeño gesto, una cosita, y la armonía familiar vuelve. Basta una caricia, sin palabras. No terminéis nunca el día sin hacer las paces. ¿De acuerdo? No es fácil, pero se debe hacer. Y con eso la vida será más hermosa. Y para eso es suficiente un pequeño gesto.
Estas tres palabras clave de la familia son palabras sencillas, y quizá en un primer momento nos hagan sonreír. Pero cuando las olvidamos, no hay nada de qué reírse, ¿verdad? Nuestra educación, tal vez, las descuida demasiado. Que el Señor nos ayude a volver a ponerlas en su sitio, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil. Son las palabras para entrar precisamente en el amor de la familia.
Traducción de Luis Montoya
Fuente: romereports.com y vatican.va
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