viernes, 15 de septiembre de 2017

El virus que nos ataca

La libertad y la felicidad tienen mucho más en común con el compromiso y la lucha diaria por ser fiel, que con la comodidad, el placer o la apetencia.
Recientemente leí una encuesta que ponía de manifiesto que a más del 80% de los jóvenes españoles de 14 a 25 años les parecía que era muy bueno ayudar a los demás, hacer algo para que el mundo sea mejor. En la misma encuesta cuando se preguntó a esos jóvenes si dedicaban algún tiempo a hacer algo concreto para ayudar a los demás y hacer un mundo mejor (en familia, colaborando con ONGs, etc.) la respuesta afirmativa no pasó del 10%.
Al cruzar los datos se ve que hay algo que no cuadra: una gran mayoría de los encuestados consideran que algo es muy bueno, quieren hacer el bien... y sin embargo una exigua minoría lo hace. ¿A qué se debe ésta contradicción?

Cuestión de compromiso

Quizás habría que buscar en la educación que reciben nuestros hijos, tanto en casa como en el colegio. Un tipo de educación que, potenciada por los medios de comunicación y los mensajes políticos nos lleva a identificar amor con sentimiento, lo bueno con lo que agrada y la libertad con poder hacer lo que apetezca, huyendo de todo compromiso.
En nuestra sociedad se da cada vez más, y no solo entre los adolescentes, la falta de compromiso. La incapacidad, no ya para comprometer la vida, sino para comprometerse de una semana para otra o incluso de cerrar una cita para la tarde. Cada vez se es más esclavo de lo que apetece en cada momento.
Esa es la gran tragedia de un Occidente lleno de bienestar y ansioso de seguridades. Ante el deseo innato de entrega, de amar y de hacer el bien surgen los miedos al compromiso quedando de esa manera imposibilitado el hombre para desplegar lo más grande que tiene y lo que le hace realmente feliz.
Quizás en algún lector estas ideas puedan provocar los efectos de un virus letal que hace estragos entre nuestros contemporáneos y que daña enormemente a la humanidad: el escepticismo; la idea pesimista de que lo mejor es imposible y, todavía peor, que no existe.
No creo que sea fácil darle la vuelta a la tortilla pero vale la pena luchar por ello comenzando, como siempre, por la propia vida y el ejemplo.
Aníbal Cuevas, en hacerfamilia.com.

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