miércoles, 6 de abril de 2011

Entrevista a Fabrice Hadjadj

Fabrice Hadjadj
Fabrice Hadjadj es un filósofo francés a quien en alguna ocasión se ha mencionado en Infocatólica. En la Revista Huellas publicada por el Movimiento Comunión y Liberación publicaron en estos días una entrevista que le hicieron en la cual habla de diversos temas relacionados con la Cuaresma. Me ha parecido valiosa y oportuno compartirla con vosotros.

   «La apologética, dar razón de la fe, comienza dentro de nosotros. Antes de mirar la paja en el ojo del “ateo”, probemos a interrogarnos sobre nuestro credo. Podremos comprender que la fe no es un simple privilegio, sino una exigencia de amor. Y la Cuaresma es el tiempo que nos ayuda a descubrir de nuevo lo esencial, la verdadera alegría, ese sentido de sorpresa ante todo aquello que nos rodea». Para darse cuenta de que la mirada de Fabrice Hadjadj es la de un enamorado, sorprendido por la realidad, basta ver con qué ojos observa a su mujer y a sus cinco hijos pequeños, que brincan a su alrededor mientras habla. Pero muestra toda su fama de pensador lúcido cuando debate sobre la fe con una claridad que desarma y una franqueza que pilla fácilmente desprevenido a su interlocutor. Filósofo francés que se convirtió al catolicismo, Hadjadj, cuarenta años, de origen tunecino, intervino días atrás en la Universidad Católica de Milán invitado por el Centro Cultural de Milán para hablar de “Modernidad y modernismo. A propósito del sentido religioso”.

   Sus libros siguen causando mucho “ruido”. Sólo en Italia en el último año se han publicado cuatro textos suyos: Mística de la carne (Medusa), Farcela con la muerte (Cittadella), La terra cammino del cielo (Lindau), La fe de los demonios (Marietti). Se basa en temas espinosos como el Maligno y las seducciones de la carne.  

Demasiado difícil, en este tiempo, no ceder a la tentación de preguntarle cómo vive él la Cuaresma…
Es un tiempo de penitencia, pero a menudo nos engañan sobre su significado. La penitencia no tiene como fin último el sufrimiento, sino la alegría. Por otra parte, la palabra penitencia no viene de “pena”, sino de una palabra latina que significa “retorno”. Es un tiempo en el que se retorna a lo esencial, nos despojamos de todo aquello que nos agobia para descubrir la alegría de Jesucristo, muerto y resucitado por todos. Cada persona está llamada a vivir eternamente. Por eso se debe buscar no la alegría para uno mismo, sino aquella que nace de la comunión con los demás. Personalmente vivo ya sin televisión, y en este período la única película que veo con mi mujer es Shoah, de Claude Lanzmann sobre Auschwitz y los campos de concentración: dura 9 horas, pero es una obra grandiosa. Por lo demás, intento estar más tiempo con la familia y rezar con mayor intensidad, especialmente mediante la adoración eucarística.
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A usted no le gusta mucho hablar de su conversión. ¿Por qué?
No me gusta ser anecdótico y retrospectivo. La conversión es un punto de partida, no de llegada. Es como un nacimiento. Pero no se puede preguntar a los conversos únicamente por aquello que sucedió en el momento del parto. Me he preguntado a menudo sobre mi bautismo, que fue algo extraordinario. Pero me preguntan menos por mi matrimonio, que sin embargo es el cumplimiento de mi bautismo. Podría escribir miles de páginas sobre mi conversión. Pero si dijese aquello que hizo que me hiciera cristiano sería prisionero de algo que pertenece al pasado. Debo siempre poder decir que si soy cristiano es también gracias a ella, que está a mi lado. Lo que fundamente la fe es sobre todo el asombro ante aquello que me rodea.
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¿Qué es lo que más le fascina del cristianismo respecto a las demás religiones?
Estoy convencido del misterio de la Trinidad: Dios es una comunión de tres personas, y esto significa que en el cristianismo la sabiduría no es un conocimiento, sino un encuentro con Jesús, que se completa en una comunión de personas. No es una teoría o un estado de serenidad como en otras filosofías. Me gusta repetir que en el cristianismo los nombres propios son más importantes que los nombres comunes, y que los rostros son más importantes que las ideas. El cristianismo me dice que cada rostro es desconcertante y sobre todo no elimina nada de la experiencia concreta. Esto me lleva al otro gran misterio: la Encarnación. El Verbo se ha hecho carne significa que ya no se puede separar la carne del espíritu.

Si tuviera que contar a un “ateo” lo que está viviendo, ¿de qué partiría?
Pienso que, ante todo, es necesario evitar las etiquetas. Es muy difícil definirse “ateo”. Pero si alguno se definiera así, para ser coherente no debería divinizar nada en lugar de Dios, ningún otro ídolo: dinero, técnica, comunismo… Hoy en día está de moda decir “soy ateo”, “soy homosexual”, etc… Nadie dice; “soy un hombre”. Lo importante para el creyente es comprender que ante él tiene siempre a un hombre. Uno que está como yo expuesto al pecado y a la muerte y que tal vez es un poco menos consciente del Misterio. Pero, como yo, es alguien rodeado por un desconocido. Antes de ponernos a discutir con un “ateo”, hay que sentir y vivir esta fraternidad humana: ¿sois capaces de reír juntos?, ¿y de cantar juntos? Sólo a partir de ese momento podremos dialogar. Los cristianos dicen que no hay que dormir con una chica antes de haber hecho todo el recorrido del noviazgo, y sin embargo al mismo tiempo existen cristianos que dicen que habría que discutir con el ateo sin pasar por un periodo de “noviazgo”: es una contradicción total.
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Antonio Giuliano (La Bussola Quotidiana) / infocatolica

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