La fundamentación biológica de las leyes que afectan al embrión humano es mucho menos sólida de lo que parece y esconde interesadas interpretaciones.
El profesor honorario de la Universidad de Navarra, Gonzalo Herranz, acaba de presentar su última obra “El embrión ficticio” (Ed. Palabra). Herranz es catedrático emérito de Anatomía Patológica, y en la investigación bioética ha logrado una proyección internacional como miembro del Comité Internacional de Bioética, de la UNESCO, miembro del Grupo de Trabajo que redactó los principios de Ética Médica Europea, y experto en diferentes ocasiones ante el Parlamento Europeo. También es miembro de la Academia Pontificia para la Vida.
Herranz asegura que El embrión ficticio es “un modesto punto de arranque” para un cambio que debe darse tanto en la propia bioética como en la legislación, pues “las leyes de muchos estados contienen vicios graves en lo que concierne a su fundamentación biológica”.
“Hay que olvidarse de la idea de la ciencia como algo puro, objetivo, imparcial”
– En la introducción de “El embrión ficticio” dice usted que lo que le llevó a escribir este libro fueron las pequeñas sospechas que se fueron acumulando durante años. Pero ¿qué fue lo que le llevó a ponerse manos a la obra?
– Cuando uno se incorpora a la ciencia, es llevado por la corriente. Uno empieza siendo un aprendiz pasivo. Pero si no se adormece, empieza a ver problemas. Y los problemas piden soluciones. Con respecto a la bioética del embrión, yo fui acumulando sospechas, anotando incongruencias, hasta que un día me dije: esto hay que revisarlo a fondo. Eso en lo estrictamente científico. Tenía además, el convencimiento de que no puede haber contradicción entre ciencia verdadera y fe verdadera. Las dos cosas, crítica de la ciencia y convencimiento de la fe, fueron dos fuerzas sinérgicas, que me ayudaron a perseverar años en busca de datos y pruebas.
La embriología de que se han servido los comités y los parlamentos para hacer leyes ha sido parcial y acomodaticia
Minusvaloración interesada del embrión
– Parece, según señala en su libro, que la responsabilidad de que se hayan asentado argumentos que no garantizan un estatuto ético al embrión es también de los propios científicos.
– Parece, según señala en su libro, que la responsabilidad de que se hayan asentado argumentos que no garantizan un estatuto ético al embrión es también de los propios científicos.
– Sí. Hay que olvidarse de la idea de la ciencia como algo puro, objetivo, imparcial. La ciencia de hoy, con su enorme poder y autoridad, es una empresa humana, hecha por personas muy inteligentes, pero muy ambiciosas y, en muchos casos, imbuidas de ideologías sociopolíticas muy definidas. La minusvaloración del embrión humano empezó con los científicos que programaron la contracepción moderna. Sabían que la contracepción causa de modo inevitable la pérdida de embriones humanos: para que pudiese ser aceptada por la sociedad era necesario decir que los embriones perdidos en la contracepción no eran propiamente seres humanos. Ahí empezó todo: los científicos crearon una imagen empobrecida del embrión y se la dieron a los filósofos y teólogos; y estos la aceptaron encantados, pues, de ese modo, la contracepción quedaba libre de la sospecha de destruir embriones.
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