Los joyeros afirman que el valor de un
diamante se determina por el examen detallado de su color, talla, pureza y
peso. Una vez analizados, se asombran ante la belleza de la piedra preciosa. El
misterio pascual precisa de un examen muy detenido ante lo extraordinario del
suceso y sus sorprendentes consecuencias.
Al
contemplarla, la Pascua del Señor produce en los cristianos un asombro
extraordinario que les reafirma en su vocación cristiana y en las mujeres y
hombres de buena voluntad ese asombro les puede conducir a la conversión. El
anuncio de Jesucristo crucificado y resucitado de entre los muertos constituye
el mensaje cristiano esencial.
"
'Ha resucitado..., no está aquí' (Mt 28, 6). Cuando Jesús habló por primera vez
a los discípulos sobre la cruz y la resurrección, estos, mientras bajaban del
monte de la Transfiguración, se preguntaban qué querría decir eso de
"resucitar de entre los muertos" (Mc 9, 10). En Pascua nos alegramos
porque Cristo no ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la
corrupción; pertenece al mundo de los vivos, no al de los muertos; nos
alegramos porque Él es –como proclamamos en el rito del cirio pascual– Alfa y
al mismo tiempo Omega, y existe por tanto, no sólo ayer, sino también hoy y por
la eternidad (cf. Hb 13, 8)". (Benedicto XVI, Homilía Vigilia Pascual
2006).
La resurrección de Cristo no supone un paso atrás, sino un paso adelante. Jesús no vuelve a la vida, como pocos días antes había hecho Lázaro al ser resucitado por el Maestro. Si la época del Señor hubiera dispuesto de las tecnologías actuales, cabe suponer que la guardia romana habría instalado una cámara de vídeo para controlar en todo momento el cuerpo de Jesús. Después del acontecimiento extraordinario, hubieran corrido a visionar las imágenes grabadas. Y se hubieran sorprendido. En el momento de la resurrección el cuerpo del Señor desaparece. Sencillamente, porque ha resucitado a la otra vida y ya no está en este mundo.
El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3 - 4). El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3 - 18).
Si repasamos las apariciones del Resucitado, veremos la resistencia a creer de los discípulos y el afán de Jesús en que le reconozcan. Al mostrarse, Jesús no les indica que contemplen su rostro. Les pide que examinen sus manos y sus pies. Las huellas de la crucifixión en su cuerpo son manifestación irrefutable de su identidad.
La resurrección de Cristo no supone un paso atrás, sino un paso adelante. Jesús no vuelve a la vida, como pocos días antes había hecho Lázaro al ser resucitado por el Maestro. Si la época del Señor hubiera dispuesto de las tecnologías actuales, cabe suponer que la guardia romana habría instalado una cámara de vídeo para controlar en todo momento el cuerpo de Jesús. Después del acontecimiento extraordinario, hubieran corrido a visionar las imágenes grabadas. Y se hubieran sorprendido. En el momento de la resurrección el cuerpo del Señor desaparece. Sencillamente, porque ha resucitado a la otra vida y ya no está en este mundo.
El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3 - 4). El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3 - 18).
Si repasamos las apariciones del Resucitado, veremos la resistencia a creer de los discípulos y el afán de Jesús en que le reconozcan. Al mostrarse, Jesús no les indica que contemplen su rostro. Les pide que examinen sus manos y sus pies. Las huellas de la crucifixión en su cuerpo son manifestación irrefutable de su identidad.
La
incredulidad alcanza su cenit en el apóstol Tomás. "Si no veo la señal de los clavos en sus manos y no meto mi dedo
en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré".
Caravaggio ha inmortalizado en el lienzo el encuentro memorable del apóstol con
el Maestro.
¡En qué
poco tiempo ese si no veo y no meto...se
ha transformado en un ¡Señor mío y Dios
mío! Pienso que Tomás no tuvo necesidad de confirmar con el tacto lo que la
vista le decía. Sus ojos y oídos quedaron ya reavivados y confirmados para siempre.
Así fue ocurriendo con los demás discípulos. Y se convirtieron en testigos del
acontecimiento central de la historia que responde a todos los interrogantes
del corazón humano.
La
Resurrección de Cristo es el evento que hace a la religión católica distinta de
las demás. Ni Buda, ni Confucio ni Mahoma ni.... serían capaces de decir como
Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Quizá no pueden hacerlo porque ninguno de ellos ha vencido a la
muerte, porque ninguno ha resucitado. Cristo ha sido el único que lo ha hecho y
toda la fuerza, belleza y atracción de su persona surgen, en último término, de
ahí.
Es
momento de examinar el hecho extraordinario -la joya más preciosa- a través de
las escenas de las apariciones. Los expertos joyeros se pasman y asombran ante
la belleza de un diamante extraordinario. Análogamente los cristianos y todas
las mujeres y hombres de buena voluntad -movidos por el Espíritu Santo- nos
asombraremos ante la belleza y poder
inmensos del Resucitado que viene a inundarnos de paz y alegría.
Juan Ramón Domínguez Palacios
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