Se suele llamar pureza o castidad al entrenamiento necesario para que el cuerpo sea siempre expresión e instrumento del amor generoso del alma. Es una virtud que consiste en dominar el cuerpo de modo que no vaya a por el placer inmediato y egoísta, sino que actúe con espontaneidad y naturalidad al servicio del amor auténtico. El vicio contrario se llama lujuria o impureza, que hace muy difícil el amar de verdad, tanto con el alma como con el cuerpo.
Porque, en el amor, la naturaleza actúa con mucha espontaneidad, y es necesario que el cuerpo y la mente estén limpios y dispuestos. Como en el deporte y en tantas otras cosas, si no hay entrenamiento, si no se tiene dominio, las cosas salen mal. Para que, a la hora de amar, el cuerpo exprese espontáneamente la generosidad del amor del alma, es necesario haberlo entrenado hasta alcanzar esa virtud que se llama pureza o castidad. Si no, es fácil que en lugar del amor, salga a la luz el egoísmo barato de la carne.
Como el amor es lo más grande que tenemos, y se ha de amar con el único cuerpo y la única mente que tenemos -nadie puede pedir que le cambien el cuerpo ni el cerebro cuando quiera amar con limpieza-, corromper la integridad sexual del cuerpo, de los sentimientos y deseos, con la impureza del egoísmo carnal, es corromper el vehículo e instrumento que tenemos para expresar y realizar el amor.
Por la íntima unidad de alma y cuerpo, la corrupción e impureza del cuerpo arrastra a la voluntad y al corazón. El egoísmo se mete en el alma. En la imaginación, en la memoria, en los sentimientos, en los deseos, el cerebro va acumulando un modo egoísta de vivir el sexo. Un modo egoísta y animal de considerar al otro: no se le ve como persona a la que amar y entregarse, sino como objeto de esa hambre de placer corporal o afectivo.
Mikel Santamaría en "Saber amar con el cuerpo"
Vicente Huerta
No hay comentarios:
Publicar un comentario