Vivimos tiempos de graves incongruencias, pues por un lado nos enorgullecemos de ser abanderados de los derechos humanos, pero por otro, se decide, se violenta y se negocia con la vida de los más débiles
Hasta el momento, los medios de comunicación nos tenían al corriente de los logros que los especialistas en reproducción humana conseguían por la técnica de fecundación in vitro (FIV). La prensa encontraba todas las bondades a las nuevas formas de nacer que la FIV ofrecía, relegando a las revistas médicas especializadas la publicación de los efectos indeseados.
Ha sido un artículo publicado en la prestigiosa revista Circulation[1] el que ha encendido la alarma por la alta prevalencia de anomalías cardiovasculares en el 50 % de los niños nacidos por esta técnica. El estudio atribuye a la FIV cambios epigenéticos que afectan al desarrollo del sistema cardiovascular de los bebés así producidos. El editorial de Circulation asegura que estamos ante “implicaciones importantes para la salud pública”.
El escritor Hans Magnus Enzensberger publicó en 2001 un interesante artículo titulado “Golpistas en el laboratorio”, en el que anunciaba esta situación. A la fase maníaca de absoluta confianza en el progreso técnico, la seguiría la depresión por los primeros daños colaterales del progreso científico y los grandes riesgos imprevisibles que vayan tomando forma. ¿No es acaso un daño colateral de grandes dimensiones que de los cinco millones de niños nacidos por FIV desde el nacimiento de Louise Brown, en 1978, la mitad, dos millones y medio, padezcan problemas cardiovasculares? Con la FIV no hubo ensayos previos en animales, ni protocolos experimentales, ni comités de control, ni se sopesaron los riesgos de los niños que iban a nacer. Los intereses, una vez más, fueron y son más fuertes que los principios éticos en juego.
No es fácil exponer las objeciones de la FIV, pues es una técnica que posibilita que nazcan niños, y todo niño es un gran bien. La bioética nos muestra que la técnica, lo que podemos hacer, no puede estar por encima del principio de dignidad personal. Todo cambia cuando se dejan de lado los intereses y se defiende de verdad los derechos de los nasciturus.
Al nasciturus le corresponde ser engendrado por el amor de sus padres, no por un acto de dominio instrumental en el laboratorio, dejándolo desprotegido en su integridad. Es él el que tiene derecho a conocer sus orígenes frente a un anonimato genético impuesto por vergüenza o por comodidad; sobre él no debe recaer ser el superviviente de entre decenas de embriones; es él el que debe conocer cómo y cuándo se decidió sobre su vida. El nasciturus es un hombre y debe ser acogido y tratado como tal.
Una joven americana, Alana S. Newman, de 26 años, fundadora de Anonymous Us Project, un foro que recoge las historias de personas concebidas por FIV heteróloga −los gametos proceden de donante anónimo−, denuncia que la sociedad trata a los concebidos por donación de gametos como “seres humanos de segunda clase, al negarles el derecho a conocer sus orígenes, al ser fabricados y tratados como poco menos que humanos”. Vivimos tiempos de graves incongruencias, pues por un lado nos enorgullecemos de ser abanderados de los derechos humanos, pero por otro, se decide, se violenta y se negocia con la vida de los más débiles.
Isabel Viladomiu Olivé
Profesora asociada de Bioética del Departamento de Medicina (UIC)
sumandohistorias.com / almudi
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