Hay como una ceguera hipócrita, convivimos con nuestras miserias y miramos a otro lado
Creo que el perdón y la misericordia no tienen mucha cabida en la sociedad postmoderna, en el reino del progresismo, ¿tampoco sé si entra dentro de sus presupuestos? Veo que somos muy justicieros y un poco crueles, que para defender nuestros ideales vale todo, y que no hay diálogo con quien no piensa lo mismo; habría que preguntarse si los equivocados tienen lugar en este tipo de sociedad.
Podemos poner algunos ejemplos: los escraches violentos, la marginación de los negacionistas de la ideología de género, los que no entran en lo políticamente correcto, los que se manifiestan católicos, los defensores de la vida del no nacido… estos parece que no merecen ser oídos, ni considerados, ni perdonados.
Cuando los medios recogen los delitos de los hombres lo hacen condenando y exigiendo duros castigos y, aunque se utiliza la muletilla presuntos, ya están condenados. En el ámbito familiar tampoco es frecuente perdonar, convivir pacíficamente cuando no piensan como nosotros, cuando nos hacen algún daño o no nos gusta su modo de ser.
Acontece como un olvido de la realidad: la limitación del ser humano. Lo hemos endiosado, elevado tanto que lo concebimos perfecto. Hay como una ceguera hipócrita, convivimos a diario con nuestras miserias, pero miramos hacia otro lado. Este cinismo nos daña, nos incomoda y nos aleja de los demás. Sería mucho más consecuente llamar a las cosas por su nombre, ser misericordiosos, perdonar y a la vez ver todo lo bueno que tenemos. Es posible que esta miopía corresponda al olvido de Dios porque nuestro ego no quiere reconocerse limitado y pedir perdón.
Perdona el que ama porque el amor ve más allá, no se queda con el borrón, contempla toda la página. Así lo resume Robert Spaemann: “Perdonar es no tener demasiado en cuenta las limitaciones y defectos del otro, no tomarlas demasiado en serio, sino quitarles importancia, con buen humor, diciendo: ¡sé que tú no eres así!” Y esto lo hace a la perfección Dios, que es Amor. Amor y sabiduría.
Algunos dicen que eso de disculpar, de ser misericordiosos es de tontos o de débiles, incluso que es injusto, delictivo. Él sabe que perdonar y dar oportunidades es mucho más eficaz y sanador. El perdón regenera y saca lo mejor de nosotros. Como sacerdote me gusta mucho confesar, dar la absolución que llena de alegría y sana a las almas. Dice Shakespeare: “El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe”.
Sé de una buena mujer, separada de su marido, que les hacía la vida difícil. Después de muchos años le ha recogido en su casa para cuidarle en su enfermedad y vejez. Este gesto me ganó el corazón y sé que también el de su exmarido. Siempre hay historias bonitas, son como cuentos que aleccionan y agrandan los ánimos, que nos recuerdan la grandeza del ser humano.
“Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?. Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Lo declara el que es experto en perdón, el que ama tanto que da la vida por nosotros. El que convierte la debilidad de Pedro en una roca inexpugnable. Algo parecido podemos originar nosotros perdonando. No será progre ni moderno, pero sí humano y eficaz. Perdono porque me sé amado por El que no se cansa de amar y esto me llena de paciencia y de esperanza, y por ello puedo ver crecer el huerto que dará muchos frutos.
Juan Luis Selma,
en eldiadecordoba.es.
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